La cuestión que planteamos es desde luego importante y está muy presente en amplios sectores de la sociedad española. Si escogemos la vía de la reforma para acceder a la República, es decir, un referéndum organizado por el bloque de poder que promovió el golpe militar del 36, sostuvo la Dictadura durante cuatro décadas y mantuvo este régimen postfranquista del 78 hasta nuestros días, entonces, aun ganando la batalla de las urnas —que estaría por ver—, la República venidera sería una república bicolor, una república capitidisminuida.
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Que la corona de España disponga de tres cajas fuertes y de una máquina para contar dinero en sus dependencias palaciegas, pagado todo a expensas del erario público y asentado en la relación de gastos que se aprueba para la Casa Real, evidencia que, al margen de las asignaciones económicas que les corresponden por su cargo como jefes del Estado español, nuestros recelosos monarcas manejan a nuestras espaldas dinero negro de una forma habitual.
Las conductas crematísticas de Juan Carlos de Borbón recientemente investigadas por la justicia de Suiza y de España han hecho aflorar un aspecto hasta ahora desconocido, pero cardinal, en la vida política española: las relaciones que ha mantenido durante años la Corona, encarnada en la figura del Rey, con una importante institución pública, el Centro Nacional de Inteligencia, CNI.
Cuando la cumbia colombiana “Se va el caimán” llegó a España en los años 50, los censores la tacharon de subversiva, prohibiendo su emisión. Con su mente calenturienta, identificaron al saurio con Franco y entendieron que la canción reclamaba el derrocamiento del dictador. Consiguieron, sin embargo, lo contrario a lo que se perseguía, pues la gente comenzó a cantar el estribillo en cualquier ocasión y lugar.
Una alarma, tan pusilánime como hipócrita recorre el reino de España y nos aburren en los medios de comunicación oficialoides de régimen, como corresponde a la bien estudiada transición del 78 que, para algo su majestad Juan Carlos I juró.