Hay ciertas señales, nada alentadoras; el viento trae un leve sonido a redoblantes previos a la batalla. Claro que como no son más que señales tenues, indicios solamente, podemos ignorarlas y continuar como si nada estuviera pasando; también podemos empezar a prestar atención y estar un poco más atentxs y pendientes de lo que pasa […]
Hay ciertas señales, nada alentadoras; el viento trae un leve sonido a redoblantes previos a la batalla. Claro que como no son más que señales tenues, indicios solamente, podemos ignorarlas y continuar como si nada estuviera pasando; también podemos empezar a prestar atención y estar un poco más atentxs y pendientes de lo que pasa a nuestro alrededor. Por lo pronto, sólo es oportuno decir, que hay ciertos movimientos inquietantes en la región, que hacen que uno pare las orejas, agudice los sentidos y esté más alerta que hasta hace poquitito, donde todo estaba más o menos igual.
La década parece haber empezado con un intento del imperialismo y las oligarquías locales (control mediático mediante) de retomar la agenda política de la región. Si bien, exceptuando Venezuela, Ecuador y Bolivia, no existen gobiernos que se propongan poner un freno al imperialismo yanqui, también es cierto y es justo reconocerlo, no son las mismas relaciones las que establecieron los gobiernos de la región en la década pasada, a la política de «relaciones carnales» que impulsaron los gobiernos latinoamericanos en la década de los noventa, cuando el consenso de Washignton y la caída del muro.
Las relaciones que entablaron los gobiernos de la región, favorecidos por los precios internacionales de las materias primas y el petróleo que les permitieron cierta «autonomía» económica, fueron de intentar cierto trato más digno por parte de los patrones del norte. No cuestionaron la deuda (incluso en el caso del gobierno argentino, con la negociación de «la quita» se reconoció y pagó gran parte de la deuda externa ilegítima, como también lo hizo el Brasil de Lula), no tuvieron medidas que intentaran cuestionar la estructura económica profundamente injusta de nuestros países, no solucionaron ninguno de los problemas más elementales de nuestros pueblos (acceso al agua potable, distribución de tierras, trabajo, comida, salud, educación), mantuvieron planes económicos profundamente conservadores (léase, neoliberales), en definitiva nunca cuestionaron la relación patronal misma, la dependencia y sumisión económica, cultural, política y militar de la región hacia el imperialismo.
Y no es que no se comprenda o estime las pocas medidas progresistas que tomaron estos gobiernos, sino que simplemente, si no se toca la estructura económica de nuestros países, donde se asienta el gran capital y el imperialismo (que es lo mismo, salvo raras excepciones), el resto es pan para hoy y hambre para mañana, y esa estructura es la que no se tocó.
El ejemplo más claro es la ley de medios audio-visuales en Argentina, o incluso el juzgamiento a los militares asesinos de los setenta. ¿Quién garantiza que ambas medidas, indudablemente progresistas, no puedan revertirse en el próximo gobierno conservador? ¿Dónde está la base social que sostendrá esas medidas? ¿Tiene el gobierno una base popular movilizada que pueda apuntalar y mantener estos triunfos? Nunca estuvo en la agenda del gobierno argentino crear su propia base social progresista organizada. ¿Por qué? Y sin lugar a dudas el oficialismo le teme más al pueblo organizado y movilizado que a la «oposición conservadora». Un claro ejemplo de esto es no sólo la inacción en la construcción de un movimiento popular, sino el avance inmenso, en materia de represión a la pobreza y a la protesta social que se realizó en esta última década en el país, con ley antiterrorista y un incremento descomunal de las fuerzas policiales de por medio.
Pero volviendo a la región, a Nuestra América. Luego de una primavera progresista, el gigante del norte volvió a poner sus ojos en el patio trasero y comenzó a acomodar las cosas. Necesita la casa en orden para seguir invadiendo países y masacrando pueblos en Medio Oriente y alrededores. Así sucedió, de buenas y primeras en Honduras. Golpe de Estado militar para deponer a un tibio gobernante de un pueblo que se animó a sumarse al ALBA. Pecado imperdonable de Zelaya, el de sumarse al ALBA y el de intentar darle más protagonismo al pueblo en las decisiones que lo afectan directamente. El pueblo, ese fantasma colorido y alegre que produce bipolaridad en los que mandan, que los hace oscilar entre el desprecio y el pavor. Un golpe quirúrgico, un golpe arreglado (como todos los golpes en Centroamérica) entre whiskys y sonrisas aduladoras en la embajada yanqui en el país en cuestión. Pero cuando creían que todo estaba dicho resultó que no, que el pueblo hondureño, con una enorme dignidad, luego de muchos meses sigue en las calles resistiendo de manera masiva, contundente. La situación que creían poder descomprimir con unas elecciones fraudulentas desde su convocatoria hasta su resultado, sigue trabada. Pueblo obstinado que parece encapricharse en no aceptar el lugar de mano de obra barata de algunas familias de la oligarquía local gerentes del imperialismo yanqui.
Pero no es sólo Honduras. La situación es regional, y los planes para «recuperar la agenda política» también. Así Paraguay, Perú, Colombia, Venezuela, Cuba y Argentina no están al margen. Como el hilo siempre se corta por lo más fino, la situación más preocupante en estos momentos es Paraguay. Allí, la presidencia está en manos de un ex-obispo carismático que, tras ganar las elecciones al omnipresente Partido Colorado (para quien nunca estuvo en Paraguay es imposible imaginar el poder que tiene el partido que supo sostenerse en el gobierno tanto con las dictaduras como con la «democracia» durante sesenta y un años) moderó considerablemente su discurso y trató de hacer pactos con quien quisiera hacerlo para garantizar la gobernabilidad, esa mediocre expectativa de los gobiernos mediocres.
Lugo comenzó a hablar de la política del agujero del poncho, mantenerse siempre al medio, y con esto empezó a esfumarse lo que podría haber sido una verdadera revolución democrática en el Paraguay. Los aires de esperanza que se respiraban en ese comienzo de 2008 cuando asume la presidencia Lugo empiezan a enrarecerse, y comienzan a ponerse en acción todo tipo de maniobras por parte de las fuerzas conservadoras (incluidas el Partido Liberal que acompañó al ex-obispo en las elecciones y logró casi todos los escaños que arrastró el voto por el cambio, donde sólo una banca fue para el movimiento de izquierda moderada Tekojoja). Sin estructura política, sin base social organizada, salpicado por distintos escándalos, Lugo comienza a quedarse sólo y sin capacidad de acción política. En ese momento, en lugar de apoyarse en las organizaciones sociales y el movimiento campesino, que representan lo más dinámico de la sociedad paraguaya, Lugo siguió insistiendo con su política moderadamente conservadora del statu quo. Las respuestas por derecha y por izquierda no se hicieron esperar.
La derecha con la prensa, el congreso, el poder judicial, el ejército y el imperialismo (tanto yanqui como brasilero), es decir, con el mismo poder de siempre, comenzó a jugar fichas cada vez más fuertes. Del otro lado, toma visibilidad el EPP (Ejército del Pueblo Paraguayo) que comienza a realizar acciones militares exitosas que tienen repercusión. Los terratenientes responden planteando abiertamente la necesidad de generar sus propias guardias armadas, una amenaza sólo discursiva, ya que estos grupos paramilitares existen desde antes, desde mucho antes, para frenar la toma de tierras que los movimientos campesinos paraguayos vienen realizando desde hace mucho tiempo. Ese es el pantano paraguayo hoy, de un lado la derecha con todas las herramientas que tiene a mano orquestando la «salida anticipada» de Lugo del gobierno (léase, golpe de Estado), y del otro, si bien por separado, una guerrilla que toma cada vez más visibilidad y realiza acciones militares cada vez mas osadas, y los movimientos campesinos y sociales que siguen esperando (y actuando) que se avance en la solución de los problemas de fondo del país, principalmente la justa reforma agraria. Rosa Luxemburgo supo decir que «no se puede mantener el ‘justo medio’ en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo». Entre el justo y digno apuro de unos, de los de abajo, y el siempre puntual egoísmo y odio de los de arriba, se encuentra el pantano llamado Paraguay, que lamentablemente cada vez rima más con guerra civil.
Pero si bien Paraguay es lo urgente, no es el todo. Por el contrario son muchas las señales preocupantes que podemos rápidamente enunciar: en Chile el posible giro al pinochetismo en las próximas elecciones (sería una mentira decir a derecha, ya que la Concertación puede decirse que nunca tuvo políticas siquiera progresistas) y la guerra abierta y franca que mantiene el Estado con las comunidades mapuches que con toda justicia reclaman su autonomía. En Perú los violentos enfrentamientos entre comunidades originarias y las fuerzas represivas del Estado al norte, el resurgimiento de algunas unidades de Sendero Luminoso hacia el centro y sur del país, y la polarización del pueblo peruano en general, que se expresarán de algún modo en las próximas elecciones nacionales. En Colombia el cambio en la estrategia político-militar de la guerrilla para salir del aislamiento (incluido la firma de tratado de paz entre las guerrillas FARC-EP y ELN, un intento de reorientar su relación con la sociedad civil y los movimientos sociales, y una reorganización militar de las FARC-EP) que puede ser un avance para unas fuerzas que parecen indestructible para el imperialismo norteamericano, el que aumenta su injerencia y violencia con la legalización de siete bases militares más en territorio colombiano. En Venezuela donde la «nueva» derecha empieza a tener aire frente al desgaste lógico de las fuerzas progresistas luego de más de diez años de Chávez en el poder, y sobre todo frente a la burocratización de un aparato Estatal cada vez más vetusto para el avance en el cambio social. Con la incorporación de Cuba en la lista de Estados terroristas por parte del gobierno imperialista yanqui que sigue preparando el terreno para una posible incursión en territorio socialista. En Brasil con la casi segura derrota en las próximas elecciones del partido de Lula en manos de los demócratas, quienes deberán gobernar un país con movimientos sociales cada vez más radicalizados frente a la decepción que implicó el período del PT en el poder. Y en Argentina con un oficialismo desgastado que no supo (ni quiso) avanzar en soluciones sociales de fondo, y una oposición conservadora cada vez más abiertamente fascista, quienes intentan dicotomizar el mapa político, disputándose un electorado cada vez más harto de culebrones, por un lado; y por otro, un tercer arco que abarca a unas tímidas fuerzas progresistas y de izquierdas con alguna experiencia acumulada luego del 2001, que si bien muy dispersas y con variadas posiciones irreconciliables en muchos casos, comienzan a ganar fuerza en las bases sociales tanto territorialmente como en el movimiento obrero, y que de alguna manera también se expresa en la visibilidad que electoralmente toman las opciones menos radicalizadas de este fenómeno, como Proyecto Sur y lo que supo ser la «izquierda» del kirchnerismo; así, el mapa argentino es sumamente complejo e incierto.
Esta foto, a todas luces incompleta y muy superficial, permite sin embargo, comenzar a oler cierta polarización social y política que difícilmente pueda resolverse sin enfrentamientos abiertos entre las fuerzas que desde siempre están en pugna en Nuestra América, es decir, las oligarquías y el imperialismo de un lado, cada vez más fascistas y violentos, y el bajo pueblo, lxs trabajadorxs y el campesinado del otro, queriendo avanzar en la construcción de un futuro más digno y libre para todxs.
Es la intención de este escrito que se tome nota, que si bien son, a grandes rasgos, las mismas fuerzas «de siempre» las que se están enfrentando en el periodo que se abre, y todo parece estar mas o menos igual que el último tiempo, son la intensidad y la calidad de las fuerzas en pugna las que se están modificando, y eso exige un reacomodamiento de las estrategias y tácticas políticas por parte de las organizaciones y movimientos sociales y políticos que damos la disputa desde abajo y a la izquierda. Y exige también prepararse para disputar políticamente el corazón y la cabeza de las grandes mayorías de nuestros pueblos que empezarán a sentirse incómodos ante el simbronazo que puede moverles la silla desde la que miran televisión o esperan el trabajo que no llega. La organización y el aprendizaje de las experiencias históricas es hoy nuestra tarea fundamental, y dentro de ella insistir en los tiempos, entender qué quiere decir acompañar (ni delante solxs, ni detrás lejos) las organizaciones políticas de abajo tenemos ante nosotrxs el gran, inmenso desafío, de saber manejar los tiempos, sino siempre, por veloces o por lentos, esos tiempos violentos se escriben con nuestra sangre, y algunxs creemos que ya fue demasiada. Si se riega de sangre nuevamente el continente, que sea para nuestra segunda y definitiva independencia.
Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.