François Mitterrand, en tono irónico, dijo una vez: «Me gusta tanto Alemania que hubiera preferido dos» aludiendo con ello a consecuencias no deseadas de la reunificación. Lo cierto es que partida o unificada Alemania sigue siendo un problema para Europa. Desde su poderío parece haber lanzado una tercera guerra, esta vez por la vía financiera, […]
François Mitterrand, en tono irónico, dijo una vez: «Me gusta tanto Alemania que hubiera preferido dos» aludiendo con ello a consecuencias no deseadas de la reunificación. Lo cierto es que partida o unificada Alemania sigue siendo un problema para Europa. Desde su poderío parece haber lanzado una tercera guerra, esta vez por la vía financiera, para tener a Europa a sus pies. Tanto que de seguir así habría que empezar a hablar de por cuánto tiempo Alemania será europea, o cuando Europa terminará siendo alemana.
Sé que suena fuerte, pero entiendo que la libertad de expresión protege mi derecho a manifestar que la señora Angela Merkel y cuanto representa es una desgracia para los países europeos y más aún para sus pueblos. Las políticas de austeridad que está imponiendo nos llevan a un modelo social darwinista, de selección, a un fascismo social generador de una crisis humanitaria. Según este enfoque el abismo entre ricos y pobres y las relaciones de dominación se naturalizan: dejan de ser una consecuencia de factores sociales y económicos para transformarse en una consecuencia de factores naturales. Cada cual tiene lo que merece tener, según su talento y sus recursos (por ejemplo es más importante la herencia y la estirpe que la educación). De este modo se nos invita a que aceptemos como inevitable y natural la diferencia entre ricos y pobres, entre dominantes y dominados, explotadores y explotados. En sentido contrario la defensa de la igualdad se nos presenta como una patología. Se debe desmantelar todo entramado político-social derivado de las teorías políticas defensoras de la igualdad: para empezar, el estado del bienestar.
En cuanto al fascismo social, el intelectual portugués Boaventura de Sousa Santos lo define como una forma de fascismo que trivializa la democracia a favor de los intereses del sistema económico y sus grupos más favorecidos. Lo que busca es una sociedad partida: una minoría enriquecida que controla los recursos y una mayoría en régimen de apartheid social en permanente precariedad laboral. Mariano Rajoy es un buen exponente de este enfoque de fascismo social: en el año 1983, siendo diputado de Alianza Popular en el parlamento de Galicia, escribió en el Faro de Vigo: «Ya en épocas remotas -existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente -era un hecho objetivo que los hijos de ‘buena estirpe’, superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas ‘Leyes’ nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación». Donde dice estirpe podemos leer linaje. Pues bien, nunca Rajoy ha rectificado, para él existe una supremacía de las gentes de buena cuna.
Estas políticas darwinistas o mejor aún neodarwinistas, las impone un gobierno y unos bancos de un país, Alemania, cuyas deudas fueron condonadas en una gran parte en los acuerdos de Londres de 1953, tras la segunda guerra mundial, por un monto de 38.800 millones de marcos de la época (62,6% de la deuda privada alemana). La deuda restante era de 14.450 millones que posteriormente se rebajó. Justamente uno de los acreedores que perdonó la deuda era Grecia. Otro era España. Esa reducción de la deuda alemana fue la clave para la rápida reconstrucción de su tejido industrial, siendo un ejemplo de cómo el alivio de la deuda externa puede permitir prosperar a un país para poder más tarde responder a sus obligaciones financieras. Es verdad que la condonación no fue por altruismo sino para levantar un corta fuegos para impedir la expansión soviética, pero el argumento de salvar a Grecia de una tragedia humanitaria es también importante.
Pero Alemania olvida fácil. Siendo la mayor parte de Europa la damnificada de sus locuras en la primera y segunda guerras mundiales, lejos de practicar la cooperación con los países sureños de la Unión a los que tanto debe, la señora Merkel busca aplastar, imponer, ganar la guerra que nunca antes ganó Alemania.
Es evidente que detrás del euro está la potente economía alemana. Y es obvio que a Merkel no le ha gustado que el Banco central Europeo tire de la maquinita e inunde los países de la Unión de euros para contrarrestar la austeridad. Ella prefiere mantener un euro alto y si para ello hay que poblar las calles de pobres, excluidos de toda prestación social, le da lo mismo. El cuento de sus políticas se plantea bajo el titulo de controlar la indisciplina fiscal y la competitividad de los países bloqueados por la crisis, a base de reducir los salarios y el gasto social. Lo que realmente busca es, como dice el reformado artículo 135 de la Constitución española, que primero de todo se paguen las deudas contraídas con los bancos alemanes dejando a un lado los derechos de todas las personas a una vida digna. Por cierto, mucha parte de la deuda es privada y la estamos pagando a escote cada uno de nosotros. Esta modalidad de rescate consiste en que los ciudadanos rescatamos a los bancos que a su vez han sido robados por directivos desaprensivos que difícilmente pisan la cárcel.
Es verdad que muchos alemanes se quejan de acudir al rescate de «países mal gestionados», pero podrían reconocer que su país salió adelante con trabajo, pero también con una solidaridad europea que les condonó la mayor parte de su deuda. Eso sin contar los gastos de reconstrucción de países arrasados por la maquinaria nazi. Grecia quedó destruida, expoliada y pagó la agresión nazi con cientos de miles de muertos. No nos engañemos: el llamado «milagro» de la economía alemana se basa primordialmente en el impago reiterado de sus deudas por indemnizaciones de guerra. Sin embargo, los líderes germanos parecen no haber aprendido nada de la historia y en lugar de corresponder a la generosidad con la que fueron tratados hace seis décadas, han decidido aplicar mano dura a aquellos países que les permitieron regenerar su economía y evitar una quiebra segura.
Así que hay que tener cuidado con Alemania. Su papel ahora es empujar al abismo a la sociedad griega que sido sistemáticamente desestructurada y disuelta en nombre de la austeridad, en beneficio de las fuerzas sistémicas y de los entornos transnacionales, a la vez autores y beneficiarios la barbarie financiera que destruye naciones y personas. Para este juego macabro Alemania cuenta con la Troika, una especie de policía financiera que todavía practica la tortura.
Como ya he dicho, Grecia condonó deuda a Alemania en el Acuerdo de Londres. Pero en abril de 2013, el gobierno griego comenzó a estudiar la posibilidad de exigir a Alemania una compensación de 162.000 millones de euros, el 80% del PIB griego, por daños infligidos en la segunda guerra mundial. A esa cantidad habría que añadir los intereses de los más de sesenta años transcurridos. La reacción alemana fue furiosa, Merkel se sintió ofendida y pareciera que ahora se venga. No desea recordar el pasado. Creo que haría bien el gobierno de Syriza en retomar este asunto, para que todos sepamos quién es uno de los verdugos de Grecia.
Fuente: http://alainet.org/active/80773