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Una Constitución sin ambigüedades

Fuentes: Re(d)forma en Serio

Recién empezada la campaña para el referéndum del 20 de febrero, que aunque es consultivo sustituirá al del 6 de diciembre de 1978, un fantasma recorre España: por lo visto la Constitución es muy ambigua. El último recurso para animarnos a apoyar el texto que han pactado los políticos europeos es que, según nuestro Gobierno, […]

Recién empezada la campaña para el referéndum del 20 de febrero, que aunque es consultivo sustituirá al del 6 de diciembre de 1978, un fantasma recorre España: por lo visto la Constitución es muy ambigua. El último recurso para animarnos a apoyar el texto que han pactado los políticos europeos es que, según nuestro Gobierno, como no dice nada, no merece la pena votar que no.

Si no diera pena, sería hasta divertido. Pero…¡la Constitución no es ambigua! Cada palabra del texto se ha debatido y pensado, nada en ella está puesto por casualidad. Por eso, la Constitución sólo es ambigua allí donde deliberadamente a sus redactores les ha interesado

Desgraciadamente, el texto del tratado se queda en el terreno de la ambigüedad cada vez que habla de principios básicos. Cuando habla de libertad, democracia, paz y justicia, no incluye después normas que desarrollen estas ideas. O sí, pero de un modo muy concreto.

Un lector informado no debe engañarse por las palabras que se usan, sino por el modo
en que se desarrollan: Así, se dice que la unión tiene como finalidad promover la paz, y eso se desarrolla en un artículo que obliga a los Estados a incrementar progresivamente el gasto militar y permite las guerras preventivas, aunque sometidas a los principios de las Naciones Unidas. Del mismo modo, se dice que la Unión se fundamenta en los valores de respeto a la democracia pero se establece un mecanismo de toma de decisiones destinado
a que los ciudadanos no puedan protestar frente a ninguna decisión europea: cuando «Europa» prohíbe las ayudas a los astilleros, todos los partidos políticos apoyan a los trabajadores, porque el sistema europeo les permite alegar siempre que no han sido ellos quienes han decidido. Y hay más ejemplos. La sociedad europea se caracteriza por la justicia, pero la Constitución prohíbe expresamente que el Tribunal de Justicia controle
cualquier acto de la policía de un país. Luego la ambigüedad no existe. Hay que leer la letra pequeña para encontrar que los grandes principios se desarrollan de un modo muy concreto.

Por descontado que en materia económica lo que se va a votar el día veinte entra en mucho más detalle del habitual en cualquier Constitución. Ahí sí que no hay ni ambigüedades ni grandes principios. Se regula al detalle la prohibición de déficit público en cualquier Estado. Se prohíbe expresamente cualquier ayuda pública a cualquier sector económico, detallando extensamente los supuestos posibles. Se obliga expresamente y sin dudas a
los Estados a liberalizar más servicios de los que la propia ley europea exija. Se regula el detalle de las competencias de un Banco Central independiente de todos los poderes que decide de manera autónoma.

La ambigüedad está, más bien, en la propaganda institucional: artículos que no se leen enteros, palabras vacías sacadas de contexto, frases bonitas que no dicen nada. Y en sus protagonistas: políticos que animan a los andaluces a no leerse la Constitución y artistas remedando a Lauren Postigo en otra campaña de referéndum.

Por si queda alguna duda, basta leerse los artículos que dicen que la Constitución Europea no entrará en vigor a menos que se apruebe en todos los países… ¡qué lejos de las amenazas de quienes dicen que si exigimos una Constitución decente nos vamos a quedar fuera de Europa!

Joaquín Urías es profesor de Derecho Constitucional