El resultado de dos polémicas elecciones ha vuelto a incentivar el debate sobre el futuro de América Latina. En Venezuela triunfó la izquierda, pero el escaso margen obtenido ha motivado que algunos lo interpreten como el principio del fin de la revolución bolivariana y, con ello, el fracaso del proceso integracionista latinoamericano y caribeño. En […]
El resultado de dos polémicas elecciones ha vuelto a incentivar el debate sobre el futuro de América Latina. En Venezuela triunfó la izquierda, pero el escaso margen obtenido ha motivado que algunos lo interpreten como el principio del fin de la revolución bolivariana y, con ello, el fracaso del proceso integracionista latinoamericano y caribeño. En Paraguay, sin embargo, triunfó la derecha, legitimando un golpe de Estado que fue repudiado por todos los países de la región, y paradójicamente el resultado ha sido la eventual reincorporación de ese país a los organismos de integración de los que había sido excluido. Ambos casos ilustran la complejidad de este proceso integracionista y obligan a analizar sus componentes.
En Venezuela, la integración latinoamericana está relacionada con las profundas transformaciones que han tenido lugar a partir de la victoria de Hugo Chávez en 1999. Como ocurre usualmente, su radicalismo ha estado más condicionado por las fuerzas que ha tenido que enfrentar, que por el diseño original de sus dirigentes. Lo que fue un movimiento nacionalista con preocupaciones sociales, que pretendía transformar una realidad signada por un 28% de miseria extrema en un país rico en petróleo y otros recursos naturales, devino revolución socialista porque el imperialismo norteamericano y la oligarquía venezolana no le dejaron otra alternativa.
Cuando hoy se habla de violencia, delincuencia, corrupción administrativa e ignorancia política en Venezuela, podemos estar hablando de problemas que la revolución bolivariana no ha podido resolver a plenitud, pero en ningún caso han sido un producto del proceso revolucionario mismo. Al contrario, Venezuela califica como uno de los países latinoamericanos donde el neocolonialismo mostró sus peores consecuencias y solo partiendo de ese punto podemos comprender esta realidad.
La oligarquía venezolana es fruto del saqueo de la riqueza petrolera, nunca tuvo afanes desarrollistas y la nacionalización del petróleo solo sirvió para aumentar su cuota de ganancia, en un esquema de explotación donde los grandes beneficiarios continuaron siendo las grandes empresas norteamericanas. Fue el precio que tuvo que pagar Estados Unidos para que garantizaran el control del país, pero ni eso fueron capaces de hacer. El chorreo de tanta plata llegó a ciertos sectores de la clase media, cuyo objetivo existencial fue imitar el American Way of Life. Cuando la evidencia de los cerros resultaba demasiado bochornosa y molestaba el buen gusto, la opción de estos sectores era mirar hacia Miami, donde depositaban sus ahorros, tenían casas o gastaban su dinero en un ambiente más «civilizado».
Una característica de la revolución bolivariana es que apenas ha nacionalizado las propiedades de la oligarquía. En realidad, salvo las propiedades suntuosas, poco tenía que nacionalizar. La verdad es que tanto la oligarquía como la clase media venezolana se han beneficiado económicamente de la revolución bolivariana, pero con el fin de evitar la descapitalización del país, el gobierno ha regulado la emigración de este capital y ello contradice los sueños de vida de estas personas. La oligarquía venezolana no está dispuesta a invertir en Venezuela, aunque le sobran oportunidades para ello, simplemente porque eso no se aviene a su naturaleza.
Está claro que cerca de siete millones de venezolanos no son burgueses ni siquiera clase media, aunque el incremento de esta clase se ha beneficiado con la disminución de la pobreza, que hoy apenas alcanza el 7%. Evidentemente muchos pobres también votaron por la derecha y la razón hay que encontrarla tanto en las limitaciones y errores del gobierno revolucionario, como en las secuelas ideológicas y culturales que aún se reproducen en el ámbito político interno. Otra característica de la revolución bolivariana es que a pesar de todos sus intentos subversivos, las fuerzas políticas de la derecha se mantienen casi intactas y actúan de muchas maneras en la cotidianidad de los venezolanos, especialmente a través de los medios de comunicación masivos, los cuales en su mayoría continúan controlando.
Sin embargo, cuando se habla de que «casi» la mitad de los venezolanos votaron por la derecha, se olvida de que más del 50% lo hicieron por la revolución socialista, un balance impensable hace catorce años cuando estas personas apenas votaban y sorprendente en las condiciones en que ha tenido que desarrollarse este proceso, máxime cuando la desaparición física de Hugo Chávez ha introducido otro factor político adverso para las fuerzas revolucionarias.
Antes se decía que sin Chávez no sobreviviría la revolución bolivariana. Bueno, pues sobrevivió, y en ello radica el gran triunfo de las pasadas elecciones. Toca ahora a los revolucionarios venezolanos superarse a sí mismos y continuar avanzando en el progreso social y la participación popular, para consolidar un poder que han alcanzado jugando con las reglas de sus enemigos. También Estados Unidos debiera calcular lo que sería ese país si algún día triunfa la derecha y pretende revertir las conquistas del pueblo.
Sin duda, Venezuela incorpora una cualidad distintiva al proceso integracionista de América Latina y el Caribe. El ALBA supone una visión solidaria y un proyecto político más abarcador que otros mecanismos de integración regionales, pero tal proyecto no se contradice con el resto, ni estos están absolutamente divorciados de esta voluntad, como se comprueba en la actitud asumida frente a otros intentos golpistas de la derecha y en el propio caso de Paraguay.
En su momento, la derecha paraguaya impidió la incorporación de Venezuela al MERCOSUR, pero ahora se le exige que la acepte si quieren reingresar ellos mismos, lo que sin duda harán inevitablemente. Ello nos demuestra que los países latinoamericanos no están en la disyuntiva de escoger entre Estados Unidos y otras alternativas, sino que la opción norteamericana tiene limitaciones insuperables, como resultado de los propios problemas que confronta ese país y el deterioro relativo de la hegemonía estadounidense en el área. La integración, por tanto, no solo se corresponde con los intereses populares, sino con los de las burguesías nacionales latinoamericanas, a no ser que sean tan obtusas como ha demostrado ser la venezolana.
América Latina y el Caribe saben que en Venezuela se debate su propia causa y ello explica el apoyo unánime recibido por Nicolás Maduro, dejando una vez más a Estados Unidos totalmente aislado en la región. Tal apoyo incorpora un factor de legitimidad y colaboración que fortalece al proceso revolucionario venezolano y coloca al gobierno norteamericano, una vez más, ante la evidencia de que transformar su política hacia América Latina y distanciarse de la anacrónica oligarquía latinoamericana se aviene a sus propios intereses, tal y como predijo John F. Kennedy hace más de medio siglo. De lo contrario, hasta ganando pierden.
Blog del autor: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2013/05/15/venezuela-paraguay-y-el-futuro-de-america-latina-y-el-caribe/