A 531 años de la llegada de europeos a tierras insulares de este continente, que por azar llevaría el nombre de América, las organizaciones de los pueblos originarios salieron a la calle a manifestar su repudio a los eufemismos de descubrimiento, encuentro de dos mundos y aculturación para denominar el violento proceso de conquista y colonización, que el Congreso Nacional Indígena califica como el mayor genocidio en la historia de la humanidad.
Recordemos que en un primer encuentro, en Bogotá, Colombia, el 12 de octubre de 1989, y en una segunda reunión en Guatemala, dos años más tarde, las organizaciones indígenas lograron unificar a un conjunto heterogéneo de entidades étnicas, sociales, gremiales y políticas dentro de una pluralidad que se manifestó en la decisión de incorporar a los sectores negro y popular, en lo que sería, desde entonces, la Campaña 500 Años de Resistencia, Indígena, Negra y Popular.
A pesar de las contradicciones en torno a las concepciones políticas y las estrategias a seguir, esta campaña abrió en aquel momento canales de comunicación entre pueblos de la América indígena, contando con un espacio de confluencia en el que se reflexionó y se efectuaron acciones y trabajos coordinados a partir de seis objetivos centrales:
1) realizar una reflexión colectiva en torno al impacto de la invasión y colonización europeas;
2) recuperar y fortalecer la memoria histórica como base de las identidades como pueblos;
3) impulsar, en consecuencia, un vasto movimiento de autodescubrimiento de las raíces y los alcances de las luchas y resistencias;
4) elaborar y poner en práctica alternativas pluralistas y democráticas de existencia y gobierno a los sistemas de explotación, dominación y opresión impuestos por la invasión y el coloniaje;
5) convertir a los participantes de la campaña en actores de su propio destino, consolidando sus organizaciones regionales, nacionales y continentales, sobre la base de un activo protagonismo autonómico desde abajo;
6) impulsar la más amplia unidad de todas las organizaciones, haciendo de la campaña un espacio de encuentro y confluencia de la diversidad y la otredad.
Con estos objetivos y enfrentando las acciones represivas de los gobiernos nacionales, y el embate de las corporaciones capitalistas, ya en la etapa neoliberal de la acumulación capitalista, la campaña significó un real cuestionamiento al carácter festivo y profundamente racista que los gobiernos de la península ibérica y de América Latina pretendieron otorgarle a este acontecimiento histórico, colocando en el centro del debate la realidad de los pueblos afrodescendiente y originarios, caracterizada por el mantenimiento de estructuras y mecanismos de subordinación y dominación que describen fehacientemente lo que Pablo González Casanova denominó colonialismo interno, y que se expresan, asimismo, en prácticas de racismo, discriminación, etnocidio, segregación y exterminio de pueblos indios y afrodescendientes, las cuales dificultan el ejercicio de derechos y la construcción de una sociedad basada en la justicia y la igualdad, según se asienta en la relatoría del tercer Encuentro Continental de Resistencia Indígena, Negra y Popular, celebrado en Managua, Nicaragua, en octubre de 1992.
Fue particularmente importante en este proceso la retrospectiva histórica que se imprimió a la campaña, como una plataforma de apoyo para la reafirmación de identidades negadas por el racismo y etnocentrismo europeos, y por el de las élites latinoamericanas, de tal manera que organizaciones de los pueblos afrodescendientes tuvieron oportunidad de analizar su experiencia histórica en la conquista y colonización, y fortalecer sus luchas contra las políticas racistas en todo el continente. La discusión abarcó todo el proceso de formación de identidades que tuvo lugar a partir de la conquista europea, y la formación de los estados nación latinoamericanos, con la forja de nacionalidades que, con el tiempo, se tornan en poblaciones mayoritarias en nuestros países. Sectores de estos grupos nacionales comparten el racismo y el etnocentrismo de las élites coloniales, negando, hoy como ayer, el derecho a la diferencia lingüística y etnocultural, y reproduciendo en el interior de nuestras sociedades nacionales, un sistema asimilacionista/integracionista discriminatorio.
Por cierto, las contracelebraciones iniciadas por la campaña lograron en esos años adeptos aun en España, donde se organizaron comités como el Me cago en el V Centenario e incluso alcaldes de varias ciudades denunciaron la hipocresía del gobierno de su país, y los fines geopolíticos y económicos de las actividades oficiales, y se declararon en favor de las víctimas del colonialismo español.
A 531 años de la invasión, los pueblos demandaron un alto a la guerra, convocando a la resistencia contra la recolonización militarizada y delincuencial.
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