Diversas especulaciones se han formulado a partir de la crisis que agobia al país, y distintas consignas han sido recogidas por las redes sociales, los analistas políticos y otros. Algunas propuestas han derivado de la sana intención de hacer un análisis serio de los problemas. Pero ha asomado también una alta dosis de subjetivismo, y […]
Diversas especulaciones se han formulado a partir de la crisis que agobia al país, y distintas consignas han sido recogidas por las redes sociales, los analistas políticos y otros. Algunas propuestas han derivado de la sana intención de hacer un análisis serio de los problemas. Pero ha asomado también una alta dosis de subjetivismo, y hasta una errática voluntad que ha confundido deseos con posibilidades. Es bueno, entonces, esbozar un diseño concreto de propuestas, como una manera de advertir a los lectores en torno a lo que se vendrá.
Es clara la intención del fujimorismo de Vacar al Presidente de la República. Pero no es idea nueva. Se vino maquinando desde el 28 de julio del año pasado, cuando se instaló el régimen de PPK, mientras Keiko lloraba a moco tendido su inesperada derrota. Que nunca se recuperó de ella, lo dice el hecho inexcusable que, hasta hoy no tuvo el gesto de felicitar a su ocasional adversario por su victoria.
Es curioso sin embargo que no haya sido la bancada Keista la que presentara la moción que sustenta el pedido hoy en curso. Se ha dado maña para lograr que sea una bancada formalmente de izquierda -el «Frente Amplio» de Marco Arana- quien asuma esa responsabilidad. Así Fuerza Popular salvará su rostro ante la historia. Quedará en los anales del Congreso la idea que, la Moción de Censura que provocó la crisis, nunca fue planteada, ni esbozada, por Keiko y su comparsa. Fue la Izquierda, la que inició esa enredada telaraña de desgobierno y caos que hoy agita los predios nacionales. Aunque maquiavélica la acción, no deja de ser sugerente.
No obstante, es claro que el fujimorismo está directamente interesado en el tema. Por eso han sido los parlamentarios de la llamada «Fuerza Popular» los encargados de sustentar el planteo de vacancia. Las intervenciones más rotundas han provenido de esas filas: Salaverry, Becerril, Letona y Salgado han sido portavoces más definidos. No ha ocurrido así con Arana, ni con nadie de su bancada, que se ha limitado a prestar su nombre para introducir la propuesta, y lograr que marche.
Cuando Fuerza Popular ha asumido la tarea de concretar el pedido, lo ha hecho por una razón muy simple: está interesada más que nadie en que el proyecto se cumpla, y que PPK abandone la Jefatura del Estado. Cabe preguntarse entonces por qué y para qué? ¿Podría suponerse que se trate de un ex abrupto, de alguna ocurrencia episódica, o quizá alguna represalia de orden personal contra Pedro Pablo Kuczynski? Quizá esto último podría tener más sustento por cuando después de todo PPK, durante 18 meses de gestión, nunca dio el paso de liberar a Alberto Fujimori, pese a que jugó con esa idea en diversas ocasiones.
No obstante, el tema en cuestión no parece ser el motivo principal de la ira de Keiko, ni de la cúpula fujimorista, integrada por personas que «llegaron» recientemente a ese partido, y que más bien ha tomado distancia de AFF en el empeño de «no contaminarse» con el pasivo de su gestión. Pareciera más bien que el ímpetu agresivo del Keismo está motivada por la ira que despertó el resultado electoral de junio del 2016, cuando la Mafia ya daba absolutamente por segura su victoria. Había preparado todo, para hacerse del Gobierno con el mayor poder en sus manos. Así, había asegurado incluso una amplia mayoría parlamentaria. Jugando con la legislación vigente, tendría mayoría absoluta en el Congreso.
La candidatura presidencial de Keiko Fujimori, obtuvo tan sólo el 26% de los votos en la primera vuelta. Ese porcentaje fue artificialmente levantado al 39% a través de un recurso muy simple: el prorrateo de los votos en blanco, nulos y viciados entre «todos» los candidatos. Ella, subió de 26 a 39%; PPK de 17 a 21 y Verónica de 16 a 20%.
Esto fue mucho más escandaloso en materia parlamentaria: Fuerza Popular obtuvo sólo el 23.6% de los votos para el legislativo. Tendría derecho a unos 30 parlamentarios. Gracias al mismo procedimiento, se le «sumaron» los votos nulos, blancos y viciados; y por eso logró 73 congresistas de un total de 130. Eso, lo hizo el actual JNE ¿merece confianza?
Esto hay que tomarlo en serio porque hay quienes sostienen que la crisis ha desacreditado también al keikismo, y que en una nueva elección, no podría repetir la votación pasada, ni tener la mayoría que hoy ostenta. Para solventar esa versión, se dice que en las últimas encuestas, Keiko cayó del 33, al 27%. Esto ¿confirmaría su retroceso? Pues no. Con un 27% de votos, y encabezando la «primera vuelta», se le reconocería automáticamente el 40% de los votos, con el mismo procedimiento del 2016, que no ha sido modificado. Y si lograra un precario 23% en su lista parlamentaria, volvería a contar con 70 congresistas, sin ningún problema, tal como ocurre hoy.
Por eso es que ellos aseguran «no temer» una nueva elección. No necesitan contar con la mayoría del electorado. Esa «mayoría» ya ha sido construida para ellos y las disposiciones que la generan, no han variado un ápice. ¿Debiera aceptarse un nuevo proceso electoral con las «normas» que generó la «mayoría» que hoy decide los destinos del país? Por cierto que no. Pero, a eso se marcha cuando se levanta la consigna de «Nuevas elecciones, ahora».
Es claro que quien enarbola esa demanda, piensa en renovar toda la estructura del Estado. Pero esa es una voluntad, una intención. No implica una posibilidad. Para que ella sea fructífera, es indispensable que concurran dos fenómenos previos: que se una el movimiento popular -quebrado desde hace 25 años- y que se modifiquen las normas, para que no resulten viables las trampas electorales del pasado.
Algo parecido sucede cuando se formula otro deseo: «¡que se vayan todos!». Claro que todos queremos que se vayan todos los corruptos, y que el Poder sea ejercido por personas honradas. Nadie en ssano juicio, dirá «queremos que se vayan unos corruptos, y que en su lugar, se queden otros».
Pero esa, es la formulación de un deseo. Sólo podrá concretarse cuando las personas honradas se unan, organicen, tomen conciencia y luchen. ¿Y eso, ocurre hoy? Si así lo fuera, perfecto. Lo objetivo sin embargo, es que esa exigencia quedará en palabras como ocurrió ya tantas veces en el pasado. Los tramposos tienen en sus manos el Poder, el dinero, las normas legales, la «Prensa Grande» y el manejo de «la Cosa Pública». Son, la Clase Dominante.
A menudo se confunden los temas. Y no se percibe que la lucha social no implica sólo una confrontación entre «honrados y pillos». No es una confrontación de «Valores», sino una Lucha de Clases, lo que asoma en el escenario. Por su naturaleza, los trabajadores suelen ser honrados y los explotadores, pillos. Pero en ambos extremos, se registran excepciones. No hay que perder de vista eso.
Lo que ocurre en el Perú ni es difícil de entender. El Gran Capital impuso -Vía la dictadura Neo Nazi de Albero Fujimori- el «Modelo» Neo Liberal. La dictadura cayó, pero la Clase Dominante retuvo en sus manos los resortes del Poder. Los sucesivos cambios de gobierno se aferraron a ese esquema de dominación, y también colapsaron. Pero los Fujimoristas insisten en retomar directamente el control del Estado. Y el pueblo resiste, porque sabe lo que eso significa.
El fujimorismo, no fue un régimen reaccionario más. Fue la expresión más perversa y cruel del capital financiero y se expresó como una dictadura terrorista. Reprimió salvajemente a los trabajadores, masacró a las poblaciones originarias, despreció a los estudiantes, devaluó a las mujeres y envileció la vida nacional. Y lo hizo para entregar el país a las corporaciones imperiales y enriquecerse a partir de inmundos negociados. Sus instrumentos, además del «Modelo», son la Constitución del 93, la «mayoría» parlamentaria y el andamiaje legal que la hizo posible. Todo eso, es lo que hay que cambiar.
El dominio del pasado, es el que pretende «restaurar» ahora. Y eso, es lo que hay que impedir a toda costa con la fuerza del pueblo en las calles Por eso decimos que esta lucha -nuestra lucha- .no es electoral, sino revolucionaria. Y la libra el pueblo -y en particular los trabajadores- con su unidad, organización, conciencia de clase y capacidad de combate. Es como lo dijimos, una batalla de largo aliento. ¿Es difícil entenderlo?
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera.
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