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Las mujeres en el proceso independentista

Fuentes: Rebelión / Centro de Estudios de la Mujer (CEM-UCV)

La Colonia La vida de las mujeres en la Colonia estuvo determinada por su sexo, por su etnia y por su clase dentro del marco de la cultura hispánica dominante, con valores y prácticas sociales y religiosas patriarcales, racistas y de casta, y bajo el control y la represión de las instituciones. Aunque todas compartían […]

La Colonia

La vida de las mujeres en la Colonia estuvo determinada por su sexo, por su etnia y por su clase dentro del marco de la cultura hispánica dominante, con valores y prácticas sociales y religiosas patriarcales, racistas y de casta, y bajo el control y la represión de las instituciones. Aunque todas compartían la opresión de género, en América Latina colonial fue distinta la posición social y el trabajo de las mujeres de blancas de la élite, que el realizado por las indígenas, negras, mestizas y mulatas.

Las primeras, recluidas en el hogar, reproducían hijos para consolidar el sistema de dominación colonial y de clase. La familia, tanto en España como en la América española, era considerada el pilar de la sociedad, aseguraba la organización jerárquica de la sociedad colonial, el matrimonio garantizaba la continuidad legal y la conservación del status y del patrimonio. Durante la época colonial se consolidó el patriarcado en la sociedad blanca y mestiza, al mismo tiempo que se aceleraba el tránsito a ese régimen en las comunidades aborígenes.

Carmen Clemente Travieso (1977) describió la vida cotidiana de las mujeres, diciendo que: «No era concebible una mujer en aquellos tiempos, cuyo principal pensamiento no fuera la misa de los domingos, donde asistía seguida de la esclava negra que le llevaba la alfombra, como un perrillo faldero» [1] , tanto las mantuanas, como sus esclavas negras o indias, y las descendientes de españoles pobres, estaban consagradas a la maternidad, a la casa y a la Iglesia y condenadas a la ignorancia y al sometimiento de los hombres. Las mujeres estaban primero bajo el control del padre y después bajo el del marido, lo que no suponía un sometimiento total. El matrimonio era un destino obligatorio, fuera de él, solamente el convento. Las doncellas se casaban muy jóvenes cumpliendo así con sus deberes sociales, y con el patrón de moralidad obligatorio. Las mujeres de la élite estaban obligadas ajustarse más a los ideales de mujer que los escritores didácticos de la Colonia dictaban como metas de conducta femenina, como por ejemplo los propuestos en «La perfecta casada» de Fray Luis de León y en la «Instrucción de la mujer cristiana» de Juan Luis Vives. La reclusión de la mujer de la élite en el hogar o en el convento era garantía de su virginidad y del honor familiar.

Fuera de la élite, en los sectores populares compuestos por artesanos, productores independientes y comerciantes al menudeo, que conformaban masa heterogénea de gente humilde, sin acceso al poder político ni económico, encontramos a las mujeres que trabajaban en minas, pesquerías de perlas, campesinas de subsistencia, pequeñas comerciantes de bebidas y comidas, costureras, bordadoras, tejedoras, panaderas, areperas, lavanderas, alfareras, etc. que vivían en medio de la pobreza, sobre sus hombros descansó la precariedad de la economía colonial. Asegura María del Mar Álvarez de Lovera (1994) que en la sociedad colonial, las mujeres tenían una intensa participación en la estructura social y económica productiva, aunque sin autoridad ni participación en el poder.

Importantísima fue la función de enfermeras, parteras y curanderas, sobre quienes descansaba la salud de la población. Hechiceras y curanderas, fueron las solucionadoras de los problemas cotidianos de la sociedad colonial, ellas recogieron la sabiduría indígena y proporcionaron alivio a enfermedades y males físicos, mentales y emocionales. Las curanderas y hechiceras fueron mujeres de los estratos populares, aunque sus clientes y clientas muchas veces trascendieron su grupo social y su condición racial. La curandería fue utilizada para tratar y sanar diversas enfermedades así como para controlar la reproducción. La curandería y la hechicería representaron códigos propios de resistencia cultural anticolonial y de conservación de identidad cultural a través de las mujeres.

La posición y papel históricos de la mujer indígena en la sociedad colonial fueron resultado de la resistencia y persistencia de los valores y costumbres de las sociedades originarias, de la presión y opresión de los conquistadores, y de la utilización de la fuerza y el cuerpo femenino como instrumento al servicio del dominio colonial. Las uniones de los españoles con las mujeres indias fueron un factor crucial en la conquista de América. Durante todo el período colonial los españoles mantuvieron concubinas indígenas y afrodescendientes, usufructuando una plusvalía sexual étnica, así procrearon numerosos hijos, y el concubinato se convirtió en una arraigada práctica social. La mujer indígena, como después la africana, tributó sexualmente a los conquistadores, que se apropiaron así de su capacidad reproductora. El mestizaje, en sentido original, define la descendencia de un hombre español con una mujer indígena, y fue un sistema de destrucción cultural progresiva apoyado en el patriarcado.

Pero, la apropiación de la fuerza femenina también incluyó sus capacidades productivas plasmadas en los productos textiles y de alfarería, que tuvieron que concurrir obligadamente al mercado colonial. En este sentido, los colonialistas se beneficiaron de siglos de experiencia de trabajo femenino en cerámica, textiles, agricultura y preparación de alimentos. Además pronto, los españoles entrenaron a las mujeres indígenas en la cría de ganado vacuno y ovejuno, y en los cultivos de las nuevas plantas y cereales que trajeron de Europa. A diferencia de la mujer ibérica, la mayoría de las mujeres indígenas y mestizas fueron obligadas a trabajar para poder sobrevivir y pagar sus impuestos tributo.

Por su parte, la mujer negra, en su calidad de esclava, expoliada de su propio cuerpo, era una propiedad que reproducía en contra de su voluntad nueva fuerza de trabajo esclava, y además, trabajaba en las tareas domésticas y de cultivo, al servicio de los patrones del campo y la ciudad. Fue generadora de un plustrabajo importante por su articulación con los sectores económicos claves: minería, hacienda y plantación. A partir de los seis años las niñas negras comenzaban a servir a sus amas y amos. La proximidad física entre las esclavas y los amos propició desde estrechos vínculos emocionales entre las nodrizas y las criaturas blancas [2] , hasta las crueldades propias del vínculo amo-esclava alimentadas por el cotidiano contacto doméstico. Hasta fines de la Colonia no hay trabajo doméstico de la mujer negra en una propia unidad familiar, por cuanto los esclavócratas impedían la constitución de familias negras estables. La más terrible expoliación de la mujer africana es la de sus hijos, ni la lealtad ni el afecto a sus amos impedía que fueran vendidas separadas de sus hijos. Como se aplicaba la ley del «vientre» el hijo de una esclava era esclavo también, aunque su padre fuere un hombre libre y solamente si éstos los manumitían, podían salir de la esclavitud, esas fueron razones que las llevaban a regalarlos, a esconderlos al momento de nacer o a huir, o a buscar el aborto como mecanismo para no parir esclavos.

Las mujeres indígenas y luego las mestizas, además de las negras, las zambas y mulatas fueron explotadas y no sólo sexualmente sino también económicamente. Nunca se podrá evaluar la cuantía del plus-producto entregado por el trabajo de estas mujeres al fondo de la acumulación originaria de capital a escala mundial.

Este brevísimo panorama pone en evidencia la relación etnia-sexo-clase-colonialismo como un todo único e indivisible, la opresión patriarcal de las mujeres operaba en la colonia como mecanismo para la garantizar la jerarquía y explotación social.

Resistencias y Rebeliones

Durante los tres siglos de vida de Nueva España, las rebeliones de los indígenas y los esclavos, los tumultos de las castas sometidas y las acciones de los criollos prepararon el terreno para la revolución de independencia. Las rebeliones indígenas fueron constantes y en ellas, las mujeres intervinieron masivamente en las luchas por la tierra y en defensa de su etnia. Anacaona (en La Española), Gaitana (en Colombia), Guacolda (en Chile), Apacuana y Ana Soto (en Venezuela) son algunos de los nombres de las primeras luchadoras de la resistencia indígena.

Las mujeres quechua y aymara tuvieron un rol fundamental en la rebelión del Inca Tupac Amaru y Tupac Katari de 1781, en Perú y Bolivia. Vencida la rebelión fueron ejecutadas con más ensañamiento que sus compañeros, con violación, tortura, escarnios y descuartizamiento. Micaela Bastidas (1781), Tomasa Tito Condemayta (1781), Marcela Castro (1781), Bartolina Sisa (1782) , Gregoria Apaza (1782), Cecilia Tupac Amaru, Manuela Tito Condori, Manuela Gandarillas, fueron ajusticiadas «para que se perpetúe la memoria del castigo aplicado» e inmediatamente borradas de la historia. En 1803, Lorenza Abimañay, junto con Jacinta Juárez y Lorenza Peña, encabezó una rebelión de 10.000 indígenas en Ecuador, en contra de la tributación, con el grito: «sublevémonos, recuperemos nuestra tierra y nuestra dignidad». La rebelión fue reprimida y Lorenza Abimañay degollada, junto a otros líderes indígenas. Los castigos de los actos de transgresión confirmaban una identidad global de la clase servil, y también las diferencias entre hombres y mujeres por la crueldad del trato.

Las mujeres negras participaron en diversas formas de resistencia, como las prácticas mágicas, el arte del bien querer, los ritos religiosos, la música afro y, sobre todo, en múltiples rebeliones. Guiomar compañera del negro Miguel combatió junto a él en la primera rebelión de esclavos en Venezuela (1552), siendo proclamada reina del cumbe, a la usanza africana. Juana Francisca, María Valentina y Juana Llanos fueron importantes protagonistas de la rebelión encabezada por el negro Guillermo en 1771-74 en la zona del Tuy Barlovento, cerca de Caracas, que sacudió el dominio los «gran cacao». Trinidad, Polonia y Juana Antonia participación activamente en la insurrección del negro José Chirino (1795) [3] , una de las grandes rebeliones que se combinó la liberación de los esclavos con la lucha la independencia.

En el submundo hostil, lleno de vejaciones y de torturas en que vivían las y los esclavos, no había nada que perder, el hecho de llegar a ser libres era lo único que importaba. (Ermila Troconis de Veracoechea, 1998). La mujer afrodescendiente era sometida al duro trabajo de la mina, de las plantaciones o del servicio doméstico, en la noche era su amante y las hijas o hijos que nacieran aumentaban el número de sus esclavos. Si la mujer africana era violada y salía embarazada tenía tres opciones: el aborto [4] , el suicidio o tener el hijo del hombre blanco y luego negociar la libertad de su hijo «mulato». Por eso surge el cimarronaje, que es la huida del hombre blanco. Las cimarronas jugaron un papel muy importante, y cambiaron la fisonomía económica de algunas regiones, incluso hubo haciendas que fueron manejadas por mujeres. En toda América Latina hubo zonas liberadas por esclavas y esclavos escapados, el cimarronaje no es sólo huída de la colonia esclavista, es alternativa social, económica y política a ese sistema.

También tuvieron lugar resistencias y rebeldías entre las mujeres blancas especialmente de las clases populares, y aún en las élites. Por ejemplo, la insurrección comunera que sacudió todo el virreinato de la Nueva Granada en el año 1781, tuvo inicio en la acción de Manuela Beltrán, una humilde vendedora callejera que rompió en pedazos la Real Cédula, que imponía impuestos para financiar la guerra contra Inglaterra, y la lanzó al aire. En su acción se concentraban siglos de ira acumulada por un pueblo explotado y oprimido sin medida; agobiado por tributos a la Corona, al clero, a los corregidores y encomenderos. La inmensa avalancha comunera, armadas de palos, viejos fusiles o instrumentos de labranza, se apoya en mujeres que van y vienen por pueblos y estancias, por trochas y caminos, llevando lo que sus manos diligentes pueden coger para que los rebeldes no mueran de hambre. En Venezuela, desde la Conspiración de Gual y España (1796) tuvieron participación destacada, Joaquina Sánchez, esposa de José María España, de quien se dice era contacto con los esclavos de las haciendas involucrados en la rebelión, y sus esclavas indígenas y negras.

Una forma de resistencia de las mujeres al orden jerárquico colonial, en el que el patriarcado familiar y la sujeción de las mujeres potenciaba el control social, fue la lucha por la participación en la educación y en el saber. Se prefería a las niñas ignorantes, que no supieran leer y escribir para que no pudieran comunicarse con los hombres, y en todo caso las que lograban aprender lectoescritura solamente se les permitía leer libros de devoción. La educación de las niñas se limitaba al aprendizaje de las labores domésticas. EL matrimonio de la familia patriarcal blanca y en parte mestiza no otorgaba casi ninguna compensación a la mujer, la cual ni siquiera podía elegir su pareja. Los matrimonios acordados por los padres y garantizados por las dotes no se relacionaban con el amor, sino con la conveniencia. Algunas, como Sor Juana Inés de la Cruz, veían el convento como una manera de escapar de yugo matrimonial. Otras se refugiaban en las casas de recogimiento: allí convivían con las abandonadas por sus maridos. En los Conventos, de los que había dos clases: pequeños y austeros y grandes con comodidades, se desarrolló la resistencia cultural de las mujeres en forma de literatura conventual. Monjas escritoras fueron además de Sor Juana: Clarinda y Amarilis (seudónimos en Perú), Sor Francisca Josefa de Castillo (Colombia), Madre María de San Joseph, María de Jesús Tomelín, Sor María Petra de Trinidad, Sor Sebastiana Josefa de la Santísima Trinidad (México), Sor Úrsula Suarez (Chile). Los conventos eran espacios de la subcultura femenina.

A fines del siglo XVII, se publicaba en Quito el periódico de ideas independentistas Primicias de la Cultura de Quito, y allí logró alzarse la voz de Manuela Espejo, quien publicaba con el seudónimo Erophilia. Claramente se quejaba Manuela, de que las mujeres no podían descubrir la sublimidad de las ciencias, sólo los hombres tienen derecho al conocimiento, denuncia la injusticia diaria que sufren las mujeres. Este texto es el primero en que se denuncia de manera clara la desigualdad de las mujeres.

Guerras de Independencia

Mujeres de todos los sectores sociales y étnicos participaron de frecuentes y distintas maneras en el proceso de la independencia. En los momentos clave no fueron una ni dos mujeres sino un colectivo de ellas las que participaron e hicieron posible los históricos cambios sociales. La historia suele registrar solamente a algunas mujeres extraordinarias, presentadas como «espejo de varones sobresalientes», pero en la realidad fueron muchas y diversas las mujeres que participaron. Fueron guerreras, espías, mediadoras, enfermeras, encargadas de logística, etc. es decir, cumplieron múltiples papeles en las luchas emancipatorias. Hubo una participación sobresaliente de la mujer del pueblo, aunque generalmente la historia oficial solamente ha destacado a las más conspicuas mujeres de la clase dominante. Las indígenas, negras y mestizas contribuyeron, junto a los hombres de avanzada de aquel tiempo, al triunfo de la revolución por la independencia: marcharon a la par del hombre por derriscaderos, sierras, vados y cañones.

Nuestra independencia contó con el aporte decisivo de cientos de mujeres que dentro y fuera de las filas del ejército apoyaron la construcción del proyecto libertario patriota. Junto con los combatientes avanzaron las voluntarias, que fueron soldadas, enfermeras, aguateras, cocineras. La participación de las mujeres en las guerras independentistas estuvo -en la mayoría de los casos- ligada al apoyo a familiares, las mujeres del pueblo partían a la guerra con sus compañeros, cargando sus hijos, sus ollas, sus ropas y las pocas pertenencias del hogar. Estas camaradas de batalla, determinantes en un momento dado, no sólo no fueron valoradas, sino que no fueron registradas e incorporadas a la historia, fueron invisibles y aún siguen así. Avanzadoras, troperas, soldaderas, rabonas, vivanderas, juanas, fueron inseparables de los ejércitos y el mejor sostén con que podía contar el campesino soldado. Fueron multitud de mujeres del pueblo anónimas y olvidadas, sus nombres desaparecieron a medida que las batallas avanzaban. A la retaguardia de todos los ejércitos iban las mujeres. Quedan unas pocas en la memoria a pesar de que fueron legiones.

Este olvido histórico tiene relación, por un lado con el papel subordinado y la discriminación del conjunto de las mujeres en la sociedad, y por otro con la negación del colectivo de ellas, constituido por mujeres del pueblo pobre, quienes hicieron posible los históricos cambios sociales. Los historiadores oficiales desaparecieron la lucha del pueblo y, dentro de esa lucha, especialmente la de las mujeres, casi nada se sabe de la participación de las mujeres en la lucha independentista como conjunto de masas. Faltan relatos, faltan anécdotas y descripciones que las visibilicen y las muestren como sujetas de la historia y las transformaciones.

Cumplían las troperas muchas funciones:

· Guerreras: en el momento necesario ellas cargaban el fusil y salían a pelear, Las hubo que pusieron sus pechos desnudos ante el pelotón de fusilamiento para salvar a sus hombres, hasta tuvieron sus hijos en lo peor de los combates.

· Cocineras y Aguateras: Llegaban a los pueblos y encendían los fuegos. Entre el humo y el fuego de los combates se percibían sus borrosas siluetas andrajosas, emponchadas, llevando cántaros de agua para los agonizantes y fuentes de comida para los hambrientos.

· Enfermeras y Curanderas: ellas estuvieron en el nacimiento de las patrias americanas socorriendo heridos, ayudando a morir, sepultándolos y rezando por ellos, todas eran expertas en el uso de hierbas y tisanas.

Manuela Godoy, una santiagueña que estuvo en la batalla de Tucumán, dijo: «Aunque sea con agua y algún aliento a los hombres, algo se hace para ayudar a la patriada. Y si tengo que agarrar una bayoneta y ensartar godos, no soy lerda ni me voy a quedar atrás». Pocos nombres han quedado de estas mujeres bravas que acompañaron a las tropas patriotas, Cira Tremaría y Juana Ramírez La Avanzadora en Venezuela y su batallón de mujeres, las niñas de Ayohuma en Argentina, las heroínas de la Coronilla de Cochabamba en Bolivia.

Una contribución importante de las mujeres a la gesta independentista fue actuando como espías de los realistas, muy útiles para las emboscadas, averiguando todo lo que podían sobre las tropas. Tal es el caso de Policarpa Salavarrieta en Colombia, cuyas actividades estuvieron especialmente vinculadas con la guerrilla de los Llanos; recibía y mandaba mensajes, compraba material de guerra, convencía a jóvenes y les ayudaba a adherirse a los grupos patriotas. Experta en espionaje, Policarpa fue indispensable para la causa patriota. Las damas, las niñas, las mujeres de la servidumbre y las esclavas entablaban amistades y hasta amores con oficiales con el objetivo de obtener información para la causa patriota. Llevaban correos, servían de emisarias y proporcionaban albergue e información sobre los movimientos de las tropas realistas. Las mujeres constituyeron una temible red de espionaje y subversión que minó la organización del ejército realista.

Más conocidas y recordadas fueron las mujeres patriotas relacionadas o compañeras de los grandes héroes comandantes que comandaron tropas ellas mismas, algunos ejemplos son Francisca Zubiaga de Gamarra en Perú, en Venezuela Dominga Ortiz de Páez, primera enfermera de los campos de batalla, Josefa Camejo quien encabezó a un grupo de mujeres prestas a defender la ciudad de Barinas, Luisa Cáceres de Arismendi y por supuesto las excepcionales generalas (recién ascendidas en nuestro siglo): Manuela Sáenz y Juana Azurduy. Ambas de turbulenta vida, ambas apasionadamente comprometidas con la libertad de nuestra América, ambas combatientes y ambas muertas en el olvido, la soledad y la miseria. Contemporáneas indómitas fueron Manuela (1797-1856) y Juana (1780-1862), ambas se batieron en mil combates, participaron de manera enérgica en las cuestiones políticas de la América emancipada, tanto durante el proceso revolucionario como cuando se desataron las luchas intestinas, se concebían a sí mismas como patriotas y ciudadanas con responsabilidades.

Las mujeres de la clase acomodada criolla jugaron un papel importante en las luchas por la independencia, fomentando una socialidad en la que se debatían y defendían las ideas independentistas. En sus salones se reunieron los patriotas conspiradores, se destacan entre ellas la ecuatoriana Manuela Cañizares, en su casa se dio el primer grito de independencia; Mariquita Sánchez de Thompson en Argentina, en su casa se escuchó por primera vez el himno nacional. Francisca Javiera Carrera, hermana de José Miguel, el presidente de la Junta Chilena, fue una infatigable, consecuente y voluntariosa compañera de los ideales libertarios, tanto en los días de triunfo como en los de derrota transitoria. De ellas dice Carmen Clemente Travieso (1964): «Las mujeres de las clases altas, por su misma condición de señoras de la casa, que tenían algún barniz de cultura y seducción y por su belleza `triste y resignada`, tenían ocasiones de dejar oír su palabra, de dar su opinión.» Las matronas se ocuparon también como financistas de la causa independentista, se desprendieron de posesiones e hicieron colectas, además de su generosidad y fidelidad a la causa patriota, demostraron poder organizativo, capacidad y entereza«. (Patricia Protzel, 2009).

No olvidemos sin embargo, que a una amplia proporción de mujeres patriotas su adhesión a la causa independentista les costó la vida. A los hombres independentistas se les perseguía, torturaba y asesinaba en los campos de batalla y las cárceles, pero a las mujeres además se les humillaba, a muchas se les montó desnudas sobre un burro, cubiertas de miel y plumas, se les azotaba y exhibía en plaza pública. Así hicieron por ejemplo, con Ana María Campos en Maracaibo y Josefa Padrón en Valencia. A la crueldad se agregaba burla y exhibición, enfatizando así la convicción de las autoridades de que las mujeres revolucionarias eran comparables con las prostitutas y, en todo caso, inferiores a los hombres revolucionarios. Parejo al reconocimiento de la valentía y el aporte revolucionario de las mujeres, fue aumentando la brutalidad de las represalias.

Las mujeres condujeron y participaron en acciones de guerra, discutieron estrategias y asumieron consecuencias como la tortura y la muerte. En las luchas por la independencia se rompió con los cánones de la organización social de género de la época, abrazaron la causa de la libertad y por ese lapso extraordinario, la igualdad entre mujeres y hombres pareció ser posible. Pero terminadas las batallas el dominio masculino volvió a imponerse. Las mujeres tuvieron más libertad y protagonismo en la Independencia que en la Colonia, pero cuando la gesta se acabó, temerosos de su avance en la vida pública, los hombres las devolvieron a las casas y se volvió a imponer la tradición de la mujer callada y sumisa al varón, encerrada en lo doméstico y alejada de los ámbitos del poder.

Perspectivas sobre la participación de las mujeres

En octubre de 1811, veintiuna mujeres de la provincia de Barinas, en Venezuela, enviaron una petición al gobernador, con el título: «Representación que hace el bello sexo al gobierno de Barinas», publicado en Gaceta de Caracas, 5 de noviembre de 1811. En este documento se ponían a la orden para la defensa de Barinas, sin ningún temor los horrores de la guerra. Textualmente decían:

«No ignoran que V.E., atendida la debilidad de nuestro sexo, acaso ha procurado eximirnos de las fatigas militares: pero sabe muy bien V.E. que el amor a la patria vivifica a entes más desnaturalizados y no hay obstáculos por insuperables que no venza. Nosotras, revestidas de un carácter firme y apartando a un lado la flaqueza que se nos atribuye, conocemos en el día los peligros a que está expuesto el país; él nos llama a su socorro y sería una ingratitud negarle unas vidas que sostiene. El sexo femenino, Señor, no teme los horrores de la guerra: el estallido del cañón no hará más que alentarle: su fuego encenderá el deseo de su libertad, que sostendrá a toda costa en obsequio del suelo Patrio»

La proclama insurge contra los estereotipos atribuidos a las mujeres, y reclama una participación generosamente igualitaria en el dolor del combate, como en la realidad ignorada por la historia oficial efectivamente ocurrió. No lo comprendió así el Gobernador Pumar, en su respuesta, les recuerda que las decisiones sobre la participación de las mujeres las tomará él de acuerdo a las consideraciones sobre dónde son más útiles las mujeres.

Bolívar reconoció claramente la participación de las mujeres en las guerras de independencia, aunque romantizándolas a la usanza de la época. Dijo:

Vencedores de Carache, sabed que el pueblo que vienen a rescatar es tan digno de vuestros heroicos sacrificios, que todo él está lidiando por la libertad o padeciendo por ella; hasta el sexo bello, las delicias del género humano, nuestras amazonas han combatido contra los tiranos de San Carlos, con un valor divino aunque sin éxito. Los monstruos y tigres de España han colmado la medida de la cobardía de su nación, han dirigido las infames armas contra los cándidos y femeninos pechos de nuestras beldades, han derramado su sangre; han hecho expirar a muchas de ellas, y las han cargado de cadenas, porque concibieron el sublime designio de libertad a su adorada patria. ¡Las mujeres, sí soldados, las mujeres del país que estáis pisando combaten contra los opresores, y nos disputan la gloria de vencerlos! todo hombre será soldado, puesto que las mujeres se han convertido en guerreras, y cada soldado será un héroe por salvar pueblos que prefieren la libertad a la vida. (Proclama a los soldados del Ejército Libertador de Venezuela, Cuartel General de Trujillo 22 de junio de 1813).

Las aguerridas mujeres son puestas como ejemplo, y como acicate para los soldados.

 

En suelo latinoamericano surgió durante la Colonia uno de los primeros hombres que reivindicó el papel de la mujer en la sociedad, Francisco de Miranda, fue precursor de la independencia, adalid de la unidad latinoamericana y pionero en apreciar la magnitud de la opresión ejercida por el patriarcado. Planteó que las mujeres debían ser consultadas en las actividades políticas, pues esa «mitad de individuos» tenía derecho a estar representada en el gobierno. Esta marginación de la mujer, decía Miranda, constituye una «injusticia irritante, muy digna de ser tomada en consideración por nuestros sabios legisladores americanos».

En 1792, en una carta dirigida a Alejandro Petión, entonces miembro de la Convención Nacional Francesa como delegado de Haití, Francisco de Miranda dice:

«Por mi parte os recomiendo una cosa sabio legislador: las mujeres. ¿Por qué dentro de un gobierno democrático la mitad de los individuos, las mujeres, no están directa o indirectamente representadas, mientras que sí están sujetas a la misma severidad de las leyes que los hombres hacen a su gusto? ¿Por qué al menos no se les consulta acerca de las leyes que conciernen a ellas más particularmente como son las relacionadas con matrimonio, divorcio, educación de las niñas, etc.? Le confieso que todas estas cosas me parecen usurpaciones inauditas y muy dignas de consideración por parte de nuestros sabios legisladores.» (cit. por Carmen Bohorquez, 2006)

En estas palabras de Francisco de Miranda resuenan los argumentos que postuló Olympia de Gouges en su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana: la igualdad en la sujeción a la ley debiera servir que se reflexione para el logro de la igualdad de derechos.

Otro venezolano de pensamiento igualitario, fue Simón Rodríguez, maestro de Bolívar y campeón de la educación de las mujeres. Abrió escuelas mixtas en Bolivia, en plena guerra de la Independencia, durante la década de 1820, bajo el gobierno de Sucre. Educaba a todos los que quisieran ser educadas, sin distinción de etnia ni de sexo, pensaba que era necesario dar instrucción y oficio a las mujeres para que no se prostituyeran por necesidad, ni hiciesen del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia.

Sin embargo, más de un siglo debieron esperar estas ideas y muchas debieron ser las luchas de las mujeres para algunas se hicieran realidad.

Después de las batallas, se construye la nación

Cuando cesaron las batallas los tradicionales grupos marginados de la sociedad -indígenas y mujeres-, que sirvieron a la causa independentista, fueron devueltos a la esfera de exclusión social -del poder y del saber- que habían ocupado durante los siglos del coloniaje. En el caso de las mujeres, con el tradicional pretexto de las funciones y responsabilidades propias de su sexo fueron nuevamente recluidas en sus hogares o en los conventos, relegadas del escenario público que les había servido para conseguir una emancipación que era de sus pueblos pero también de sí mismas. Las grandes protagonistas, casi siempre desterradas, exiliadas y calumniadas, murieron solitarias, en la pobreza y se borró toda huella de su memoria. El objetivo de igualdad que sirvió de base ideológica a las luchas libertarias se diluyó con la toma del poder por parte de los criollos ilustrados, que continuaron el pasado colonial sobre estos grupos otra vez marcados por la exclusión, el olvido o el silencio. Algunas excepcionales mujeres patriotas protagonistas de gestas notables y que conquistaron los grados militares como fruto de los conocimientos y energía puestos en defensa de la emancipación, cuando la historia las mostró fueron recuperadas como la amante del libertador Bolívar -Manuela Sáenz-, la esposa del guerrillero Manuel Padilla -Juana Azurduy-, la mujer de Túpac Amaru -Micaela Bastidas-, etc. Los bronces de las plazas y los libros de texto son ejemplo evidente de la historia oficial, contada en masculino y jalonada sólo por las acciones heroicas de algunos varones.

Los prejuicios de la clase dominante de los criollos impidieron que las mujeres tuvieran participación en la vida pública de las naciones nacientes, a pesar de la dedicación, interés y conocimientos que habían demostrado. No se incluyó a las mujeres en las nuevas constituciones, simplemente se las ignoró, se sobreentendía que las mujeres tenían tan poca importancia en la vida pública que ni siquiera se consideraron sus derechos políticos para prohibirlos.

Excluidas del rol público sabemos de las acciones de las mujeres pero muy poco de su pensamiento, la mayoría siguió sin saber leer y escribir, y las que lo hacían no tenían derecho a escribir en los medios públicos, su pensamiento en el mejor de los casos, quedó plasmado en sus cartas. Durante las guerras de la independencia los líderes políticos y militares intercambiaron cientos de cartas que más tardes publicadas en volúmenes conformaron base histórica principal. Los escritos femeninos, en cambio, fueron menos públicos que sus acciones.

Aunque las mujeres fueron excluidas de la política formal, fueron activas en los espacios intermediarios entre la esfera pública y la doméstica, donde se discutieron ideologías, se tramaron conspiraciones y se formaron alianzas. Ese tipo de relaciones mediadas con el estado permitió a las mujeres, reivindicar que ellas trabajaban por la unidad nacional, en oposición a partidos políticos particulares, a ambiciones personales y ocasionalmente criticar el simulado «sacrificio de vida por la nación», que encubría intereses partidistas.

Las mujeres que sobrevivieron al proceso independentista, pensaban su papel en la construcción de las nuevas naciones como mediadoras y unificadoras, identificadas con la patria y no con los partidos políticos. Su exclusión de los espacios políticos las ponía en una situación ventajosa para asumir esta función. Manuela Sáenz, por ejemplo, afirmaba el lugar central de las mujeres en la construcción de naciones estables, su imposibilidad de ejercer un cargo público le permitió seguir reclamando una posición no partidista. Mariquita Sánchez de Thompson consideraba que las mujeres podían jugar un rol útil como mediadoras entre facciones políticas. Las redes sociales que mantenían las mujeres eran consideradas factores importantes para la construcción de la identidad nacional. Reconocían como la mayor de las amenazas para las nuevas naciones las guerras civiles y la ambición personal como el mayor de los males, y de esto se desprendía la importancia de las mujeres, ya que no entraban en la política ni en las luchas en espera de recompensas concretas puesto que era imposible que ocuparan un cargo público. Y por ello, las mujeres -sostenían- eran más leales que los hombres, quienes cambiaban de bando para obtener prebendas.

Un ejemplo paradigmático, este enfoque de las relaciones políticas en las naciones naciente en la visión de las más relevantes protagonistas de las luchas independentistas: Manuela Sáenz y Juana Azurduy, fueron las cartas cruzadas entre ellas. Amargamente comprueban cómo fueron no solamente excluidas sino también como la unidad nuestro americana sucumbe. Veamos sus palabras que hablan por sí mismas.

Charcas, 8 de diciembre de 1825
Señora
Cnel. Juana Azurdui de Padilla
Presente.-

Señora Doña Juana:
El Libertador Bolívar me ha comentado la honda emoción que vivió al compartir con el General Sucre, Lanza y el Estado Mayor del Ejército Colombiano, la visita que realizaron para reconocerle sus sacrificios por la libertad y la independencia.
El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a Coronel que le ha conferido, el primero que firma en la patria de su nombre, se vieron acompañados de comentarios del valor y la abnegación que identificaron a su persona durante los años más difíciles de la lucha por la independencia. No estuvo ausente la memoria de su esposo, el Coronel Manuel Asencio Padilla, y de los recuerdos que la gente tiene del Caudillo y la Amazona.
Una vida como la suya me produce el mayor de los respetos y mueven mi sentimiento para pedirle pueda recibirme cuando usted disponga, para conversar y expresarle la admiración que me nace por su conducta; debe sentirse orgullosa de ver convertida en realidad la razón de sus sacrificios y recibir los honores que ellos le han ganado.

Téngame, por favor, como su amiga leal.
Manuela Sáenz.

 

Cullcu, 15 de diciembre de 1825** *

*Señora Manuela Saenz.*

El 7 de noviembre, el Libertador y sus generales, convalidaron el rango de Teniente Coronel que me otorgó el General Puyrredón y el General Belgrano en 1816, y al ascenderme a Coronel, dijo que la patria tenía el honor de contar con el segundo militar de sexo femeninoen ese rango. Fue muy efusivo, y no ocultó su entusiasmo cuando se refirió a usted.

Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como sombra, no ha sido fácil; y no puedo ocultarle mi tristeza cuando compruebo como los chapetones contra los que guerreamos en la revolución, hoy forman parte de la compañía de nuestro padre Bolívar. López de Quiroga, a quien mi Asencio le sacó un ojo en combate; Sánchez de Velasco, que fue nuestro prisionero en Tomina; Tardío contra quién yo misma, lanza en mano, combatí en Mesa Verde y la Recoleta, cuando tomamos la ciudad junto al General ciudadano Juan Antonio Alvarez de Arenales. Y por ahí estaban Velasco y Blanco, patriotas de hora. *

Le mentiría si no le dijera que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Camargo, Polanco, Guallparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate y todas las mujeres que a caballo, hacíamos respetar nuestra conciencia de libertad.

No me anima ninguna revancha ni resentimiento, solo la tristeza de no ver a mi gente para compartir este momento, la alegría de conocer a Sucre y Bolívar, y tener el honor de leer lo que me escribe.

La próxima semana estaré por Charcas y me dará usted el gusto de compartir nuestros quereres.*

Dios guarde a usted.

Juana

MANUELA SÁENZ Y JUANA AZURDUY, CORONELAS DE LA REVOLUCIÓN (ascendidas a Generalas doscientos años después)
Se conocieron estas mujeres extraordinarias, en Charcas, diciembre de 1825. Manuelita, ascendida en el campo de Ayacucho, por el propio Sucre; Doña Juana, por el Libertador


[1] «La mujer en la Colonia», conferencia dictada en el Círculo Militar. En: Las mujeres en el pasado y en el presente, Conferencia dictada en el Círculo Militar – Caracas, Agrupación Cultural Femenina [1] ,1977. pp-33 y 37, Cit. por Espina, Gioconda. (2005) BREVE HISTORIA DE UNA LARGA LUCHA DE LAS MUJERES VENEZOLANAS POR LA LIBERTAD Y LA IGUALDAD. Agenda 2005. Caracas: CEM-UCV

[2] La discriminación de los españoles hacia los criollos, llegó al extremo de considerar que la leche de las nodrizas negras o indígenas inferiorizaba a las y los amamantados, se acusaba a los criollos de tener «mala leche». Muchos creían que los vicios de la población blanca comenzaban en la cuna cuando entraban en contacto con las esclavas, porque la presencia de las fuertes mujeres negras debilitaba el viejo sentido del patriarcado entre los niños criollos. Por otra parte, la proximidad de las mujeres negras era una amenaza a los parámetros que aseguraban la superioridad de la raza blanca. (Luz Mena, 2006)

[3] Desde 1522 con la rebelión de Herniquillo, en República Dominicana, hasta José Leonardo Chirino, en Venezuela, en 1795, suman más de ciento cincuenta rebeliones antiesclavistas, coloniales y preindependistas a lo largo y ancho de América Latina y el espacio Caribe.

[4] El aborto, era realizado por muchas negras, aprovechando conocimientos a menudo ancestrales en la materia, para no parir esclavos.

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