No nos quedamos por fuera del movimiento mundial de los indignados contra un modelo que nos asfixia y que nos mata. A unos por unos temas particulares. A todos por lo mismo. No podemos seguir aceptando que el 1% de la población mundial siga controlando las riquezas del planeta. Estábamos separados y, de repente, como […]
No nos quedamos por fuera del movimiento mundial de los indignados contra un modelo que nos asfixia y que nos mata. A unos por unos temas particulares. A todos por lo mismo. No podemos seguir aceptando que el 1% de la población mundial siga controlando las riquezas del planeta. Estábamos separados y, de repente, como por arte de magia, nos hemos unido. Hombres y mujeres de continentes que hablamos otras lenguas, tal vez sin darnos cuenta, nos hemos unido. El objetivo es el mismo: queremos vivir en un mudo mejor. Si bien, la crisis es global, dada por un modelo que fracasó, cada país tiene sus particularidades que creo debemos destacar, no con el propósito de competir a ver a quien le va peor, sino para comprender que las diferencias solo son de forma, o tal vez más agudas en algunos sitios.
Cuando decimos que el modelo fracasó, me refiero a la institucionalidad fundada en el Mercado y en el Estado. Es decir, en la oferta demanda. Si nos queremos mantener dentro de esa institucionalidad, la crisis se perpetuará. Por eso es válido canalizar esta indignación más allá de la coyuntura, porque el capitalismo es un mago manejando las microcrisis. Puede superar esta, pero embestirá con mayor fortaleza, como lo ha probado la historia. Empecemos, entonces, en aceptar nuestra debilidad: la falta de una respuesta coherente a nivel global que rompa con la institucionalidad vigente. Que salgamos del carrusel reformista del capitalismo y que nos atrevamos a retar el Estado/Mercado por los Recursos/Necesidades. No temer el adjetivo de utópicos con lo que nos pueden calificar. Ya lo rompimos en un congreso reciente de Filosofía que se llevó a cabo en el Caribe en el mes de mayo pasado. Parecería una perogrullada, pero ya estamos más cerca que lejos. La gente está a la espera de una respuesta.
En cuanto a Panamá, ya lo veníamos anunciando en las páginas de Rebelión. Un presidente que llegó al Poder como producto de sus grandes compromisos con grupos organizados internacionales, quienes le exige mantenerse en el Poder y que, a escasos tres años de gobierno, ha hecho propio aproximadamente 3 mil millones de dólares (recordar que Panamá tiene una población que apenas sobrepasa esa cifra). Pero aparte de estos alarmantes grados de corrupción, los niveles de vida de la población suben como no lo habían hecho antes. La indignación es generalizada. El nombre de Panamá es colocado en el mapa escándalos tras escándalos. El caso Berlusconi, el caso Lavitola. El ridículo que hizo ante la OIT cuando todos los sindicalistas abandonaron la sala mientras hacía uso de la palabra. Dos grandes marchas en Panamá los días 18 y 20 de junio exigiendo la derogatoria de una sala en la Corte Suprema de Justicia que significa su reelección y la venta de las empresas eléctricas al sector privado. Encontramos a un presidente desesperado por las presiones internacionales de mantenerse en el Poder para hacer cumplir sus compromisos y un pueblo que lo rechaza. El Plan Martinelli Berrocal es vender todos los servicios y bienes del Estado. En noviembre pasado, el pueblo salió a las calles a rechazar ese proyecto; pero él insiste. Ha sido el único que ha unido a todos los sectores del país: partidos, sindicatos, gremios, indígenas, estudiantes, docentes, médicos, sociedad civil, etc.
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