Entre 1958 y 1970, los precios internacionales del petróleo fueron reducidos de forma sistemática, de 14,6 dólares para 9,4 dólares, a precios constantes de 2006, llegando a acumular doce años de caídas consecutivas. Para que se tenga una idea del descenso, en 1970 los precios internacionales del barril alcanzaron niveles equivalentes a los de 1931. […]
Entre 1958 y 1970, los precios internacionales del petróleo fueron reducidos de forma sistemática, de 14,6 dólares para 9,4 dólares, a precios constantes de 2006, llegando a acumular doce años de caídas consecutivas. Para que se tenga una idea del descenso, en 1970 los precios internacionales del barril alcanzaron niveles equivalentes a los de 1931.
Sin embargo, en 1973 el escenario de la política mundial de hidrocarburos fue modificado por la Organización de los Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPAEP), que por primera vez amenazó de forma efectiva el poder de las compañías privadas. A partir de octubre de aquel año, los países integrantes de la Organización realizaron un embargo que resultó en cortes de producción y consecutivos aumentos de los precios internacionales del crudo. La acción tuvo como justificativa una respuesta a las injerencias del gobierno israelí con relación a Egipto y Siria, que resultaron en la guerra del Yom Kippur. La medida de la OPAEP representó la búsqueda por precios más justos y la obtención de mayores beneficios sobre su patrimonio estratégico, controlado por el cartel de las Siete Hermanas.
El denominado «primer boom petrolero» elevó el precio promedio del barril de 14,99 dólares en 1973 para 47,54 dólares en 1974 (un aumento de 217,2%). En 1974, como consecuencia de eso, los países centrales crearon la Agencia Internacional de Energía (AIE) e intensificaron su estrategia de desarrollo basada en la posibilidad de importación de petróleo barato. Igualmente se impulsaron la creación de nuevas fuentes de energía, como la nuclear. En total, entre 1974 y 1978 el precio había disminuído un 8,5%, de 47,5 para 43,5 dólares.
Al inicio de 1979, estalló la llamada Revolución Iraní. El movimiento liderado por el Ayatollah Khomeine desplazó al Shah Mohammad Reza Pahlavi, títere de EEUU. Los desajustes generados en el mercado petrolero indujeron a elevaciones de los precios de un 102,6%. El barril pasó de US$ 43,5 para US$ 88,1 (en valores constantes de 2006). Con la posibilidad de imprimir dólares sin ninguna vinculación con sus reservas de oro, desde el fin de Bretton Woods en 1971, la moneda estadunidense se puso más barata con relación a las demás y las tasas de interés americanas cayeron.
Por el lado económico, hubo abundancia de dólar barato, tasas de interés bajas y un chorro de petrodólares árabes por el mundo. Por el lado político, estaban las dictaduras latinoamericanas. Así, se tomaron «ayudas» externas como supuesto remedio obligatorio frente a la caída del poder de compra de las exportaciones, el aumento de los precios del petróleo y el déficit en la balanza de pagos. Los préstamos pudieran ser comprensibles. Sin embargo, una proporción bastante elevada de esos ingresos externos, que generaron las deudas latinoamericanas, fue destinada a la salida de divisas o al aumento de las importaciones de bienes de lujo para las clases altas. Además, los préstamos internacionales fueron adquiridos de forma descontrolada, a tasas de interés variables.
Los economistas Griffith-Jones y Sunkel recuerdan que, a partir de 1979, el saqueo estadounidense se dio por medio de tres mecanismos: 1) la elevación de las tasas de interés (el gobierno de Estados Unidos, bajo la administración Ronald Reagan, decidió, de manera unilateral, eleva sus tasas de interés para niveles superiores a los 20% anuales) generó el aumento de las remesas de capitales de los países latinoamericanos hacia el exterior. Si en 1977, América Latina pagó US$ 6,9 mil millones en intereses de la deuda externa, ese monto saltó para US$ 39 mil millones en 1982; 2) la fuerte reducción del flujo de préstamos externos hacia los países periféricos y la fuga de capitales hacia Estados Unidos. Se restringieron los créditos bancarios concedidos a los países subdesarrollados, en función del acelerado crecimiento del déficit que se acumulaba en sus cuentas externas; 3) la sobrevaluación del dólar, cercana a un 35%, y la relativa devaluación de las monedas de los países latinoamericanos. Se elevaron todavía más los costos de los pagos de intereses y amortizaciones de la deuda externa. Es decir, América Latina perdió en las dos puntas: además del alza de los intereses, el propio dólar tuvo su valor elevado.
El endeudamiento externo contraído durante los años 1970 por los países latinoamericanos ha generado un problema grave y de larga duración en el tiempo, que ha condicionado negativamente el desarrollo de la región durante las últimas tres décadas. De allí vienen las dos décadas perdidas (1980 y 1990) y de allí viene la gran dificultad encontrada por los gobiernos «progresistas» de los 2000. Entendemos que no hay cómo juzgar o intentar interpretar a las administraciones de Lula, Kirchner, Tabaré, Mujica, Evo, Correa y Lugo sin considerar esa herencia maldita.
Luciano Wexell Severo es Profesor de la carrera de Economía, Integración y Desarrollo de la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA), Foz do Iguazú, Brasil. Publicado originalmente en el boletín La Espada: www.unila.edu.br/la-espada
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