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Peru

Inteligencia y seguridad ciudadana

Fuentes: Rebelión

Hay quienes sostienen que la base medular de la nueva estrategia en la lucha contra el crimen organizado y por la seguridad ciudadana, estriba en tener Patrulleros Inteligentes, es decir, vehículos que posean los últimos adelantos en la detección e identificación de personas, y garanticen una intervención rápida y efectiva para detener o neutralizar el […]

Hay quienes sostienen que la base medular de la nueva estrategia en la lucha contra el crimen organizado y por la seguridad ciudadana, estriba en tener Patrulleros Inteligentes, es decir, vehículos que posean los últimos adelantos en la detección e identificación de personas, y garanticen una intervención rápida y efectiva para detener o neutralizar el accionar de las bandas organizadas que pululan en nuestras ciudades.

Independiente de la intención de ellos, debemos asegurar que lo que se necesita no es Patrulleros Inteligentes, sino Ministros inteligentes que diseñen una verdadera y efectiva estrategia, realmente capaz de frenar la ola de violencia que nos toca vivir.

Esos Ministros deben tener una visión política, y no administrativa del problema. Y es que la cuestión no radica en el número de policías, o de vehículos, que se muevan; sino en el sentido integral de una ofensiva que privilegia la tranquilidad pública en lugar de alentar las modalidades del terror que se apodera de la ciudadanía a partir del manejo de las comunicaciones.

Múltiples son las explicaciones que se dan en torno a este tema. Para algunos, la delincuencia crece por la miseria, y la carencia de puestos de trabajo. Eso, es cierto, pero su certeza es relativa. No explica el conjunto del fenómeno porque mira a partir de las consecuencias de la crisis, y no de sus causas. Hay que preguntarse, entonces el por qué de la crisis económica y la razón de la falta de empleo, para profundizar un poco en los hechos.

Otros aseguran que la violencia es producto del mensaje terrorista de algunos grupos alzados, a los que atribuyen un sesgo presuntamente extremista o radical. Tampoco achuntan al blanco, porque esos grupos no tendrían siquiera razón de existir, si viviéramos en un medio social educado contra la barbarie. En otras palabras, si no existiera el caldo de cultivo para que fermenten la violencia y el caos.

No es mirando las consecuencias como llegaremos a sus causas; sino al revés. Descubriendo el punto de partida de la violencia social y la injusticia que aprisiona el escenario nacional, es que podremos tener una idea mas clara de lo que realmente ocurre. Y trazar, a partir de allí los lineamientos de una verdadera estrategia de Seguridad Nacional y Ciudadana.

Cuando a fines de los años sesenta del siglo pasado el Presidente Velasco Alvarado quiso poner un poco de orden en el escenario nacional, tomó diversas medidas. Una de ellas, fue expulsar del país al presunto Jefe de la Estación de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos en el Perú, el señor William Shapper, que operaba desde un discreto vestíbulo en un alto edificio en las proximidades del Monumento a Grau, en el Paseo de la República.

A partir de esa acción, hubo un cierto periodo de calma porque se atenuaron o desaparecieron ciertos «conflictos sociales» que habían asomado en forma sorpresiva. Las tensiones pudieron aquietarse hasta el 10 de septiembre de 1971, cuando en el marco de la Huelga del Magisterio, los Comandos de Acción del APRA y otras fuerzas hicieron un «ensayo general» de lo que sería después el 5 de febrero de 1975, y a los que la CIA no fue ajena.

Alguien podría preguntar: ¿Y qué tiene que ver la CIA en estos temas de la seguridad ciudadana en un país como el nuestro? Podría tener mucho que ver si se observa el escenario internacional y la importancia que tiene el Perú como centro estratégico del continente, habida cuenta de sus inmensas posibilidades de crecimiento y desarrollo y su prestigio. Sobre todo cuando en Nuestra América soplan vientos de fronda y los voceros del Imperio se empeñan en seguirnos considerando «el patrio trasero» de su dominación.

En la última etapa de la vida nacional -más precisamente a partir del año 2012- se han registrado numerosos casos de interceptación de las comunicaciones. Recientemente han aparecido «audios» que comprometen a ministros y funcionarios del gobierno en tratativas referidas a sentencias judiciales. ¿No cabría la posibilidad de imaginar que un hecho de esa magnitud esté vinculado a la existencia de un centro clandestino de interceptación de las comunicaciones? ¿Quién podría tener interés en alimentar y mantener un centro de ese carácter, y quién los recursos y la tecnología apropiada para tal efecto? ¿No podría suponerse que un país que tiene en sus manos el sistema mundial de las comunicaciones y que – como se ha demostrado- «espía» a todos los gobiernos del mundo, esté interesado en usar esos recursos para inmiscuirse en nuestros asuntos?

También se ha producido el robo sorprendente de decenas de armas y miles de municiones, hecho que se han ocurrido en «empresas de seguridad» -Planinvest- a plena luz del día, sin disparar un tiro ni accionar una llave. ¿Nadie tiene sospecha alguna acerca del origen de estos sorprendentes «golpes»?

Habrá quienes dirán que no, que esos son «resuellos de la guerra fría», y que corresponden a la «mentalidad anquilosada de comunistas viejos». Pero no podrán negar la evidencia. Hoy Estados Unidos controla el total de las comunicaciones por cable, teléfono y otras variables de la relación humana. Y sus agentes están vinculados a hechos de distinto calibre que inciden en todo. Eso ha sido puesto en evidencia por personas como Manning o Snowden. Y por eso, los acosan y persiguen a muerte.

Una Estación de la CIA en el Perú podría muy fácilmente distorsionar el sentido de la protesta social y lograr -por ejemplo- que una movilización contra el Canon Minero en Arequipa se convierta en un mitin contra Humala, en lugar de ser una Marcha contra Cerro Verde. Y podría también asegurar que en una movilización capitalina, haya quienes quemen un catafalco, en lugar de exigir que mafiosos que salieron en libertad, paguen siquiera la «reparación civil» que les fuera dictada por los tribunales.

Un segundo tema que hay que considerar, deriva de observar el escenario. ¿Por qué en las escuelas de los Estados Unidos los jóvenes zanjan diferencias a balazos, y eso no ocurre en La Habana, o en Managua, en La Paz p en Hanoi? ¿Por qué el caldo de cultivo de la violencia asoma de manera tan cotidiana en las calles de La Florida o de Nueva York y no en otros puntos del planeta? Eso tendrá que ver con la facilidad con la que la población accede al manejo de armas, pero también con el verdadero «culto a la violencia» en todas sus formas que impera en esas sociedades. Debiéramos preguntarnos si en el Perú realmente existe control en el manejo de armas y si no hay muchísimas personas, instituciones y organismos que tienen -y usan- armas de manera ilegal, y sospechoso origen.

También tendrá relación con el papel que juegan los medios de comunicación, que alientan la violencia, que se ocupan del crimen y lo magnifican, que conmueven a la ciudadanía con detalles truculentos de acciones macabras; que incluso bautizan con nombres como «Esto es guerra» sus programas de entretenimiento para los jóvenes. ¿No incidirá todo eso en la salud mental de muchachos que terminan creyendo que la violencia «es la voz».

Incluso cuando en el plano deportivo se magnifican las cualidades de una entrenadora deportiva subrayando no su inteligencia ni su preparación, sino el lenguaje vulgar que ella usa, y que se pone como ejemplo enaltecedor para las nuevas generaciones, ¿no se está alentado la ausencia de valores en las relaciones humanas?

Temas de esta envergadura son vastos. Y no podrían ser asumidos por un gobierno que se precia de su voluntad de «conservar» las formas de la dominación capitalista. Para cambiar esta realidad, hace falta una verdadera y auténtica revolución social, un cambio radical -es decir, de raíz- en la vida peruana; que sólo podrá ser alimentado por la lucha consecuente y coherente de los pueblos y de los trabajadores.

Entre tanto -y no en espera de tiempos mejores, sino sembrando la semilla para que estos avancen- hay que politizar el tema de la seguridad ciudadana, concientizar a millones en torno a los retos que afronta el país y buscar caminos que nos ayuden a forjar las alternativas populares indispensables para esta lucha.

Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / http://nuestrabandera.lamula.pe