En algunos días más el Presidente Ollanta Humala cumplirá un año de gestión gubernativa, circunstancia en la cual diversos medios buscan formular análisis y plantear temas a la consideración ciudadana. El tiempo transcurrido y el hecho mismo que el Jefe del Estado deba presentar su propio balance ante el Congreso de la República, hace que […]
En algunos días más el Presidente Ollanta Humala cumplirá un año de gestión gubernativa, circunstancia en la cual diversos medios buscan formular análisis y plantear temas a la consideración ciudadana. El tiempo transcurrido y el hecho mismo que el Jefe del Estado deba presentar su propio balance ante el Congreso de la República, hace que tomen fuerza los debates en torno a lo ocurrido en los últimos doce meses en nuestro país.
Cuando triunfó Humala en los comicios de junio del año pasado dijimos en torno a su victoria: «Algunos, la han proclamado como suya. Y se sienten ya en el gobierno y el Poder. Mientras más pronto se despierten, mejor. La victoria de Humala le pertenece a él porque fue depositada en sus manos, pero no es tampoco -estrictamente hablando- una victoria suya. Es la suma de todos, el triunfo de la Unidad, y de la fuerza de un pueblo que fue capaz de vencer innumerables obstáculos y alzarse, luego de enfrentar durante décadas el horror y el oprobio. No le pertenece, entonces específicamente a ningún Partido y a ningún movimiento. Para administrar esta victoria y hacerla imperecedera, ese pueblo debe unirse aún más, y organizarse. Y ambas, son tareas pendientes. Pero, además, urgentes».
Desde un inicio, los hechos nos dieron la razón. El advenimiento del nuevo gobierno fue el triunfo de la unidad y de la fuerza de un pueblo que estaba presto -y aún lo está- a luchar por grandes transformaciones sociales, para cuyo efecto debía unirse más y organizarse mejor. Esas -apuntamos- son tareas urgentes.
Lo que hay que precisar hoy es que esa victoria aún no ha alcanzando metas definidas ni objetivos precisos. De alguna manera, se ha diluido en acontecimientos complejos y contradictorios, que nos han permitido ver a contraluz las limitaciones de un proceso que carece de sustento teórico y de ideología propia. Si alguna debilidad puede hallársele es precisamente la que deriva de su preferencia por la acción, y no por el pensamiento; su vocación pragmática y su reticencia a pensar colectivamente en los problemas del Perú y en las tareas de su pueblo. De ahí el curso incoherente de muchas de sus acciones, que la derecha más reaccionaria suele explotar en su beneficio. Y de ahí también las limitaciones políticas que generan impaciencia en multitudes y fermentan descontento y protestas.
Y es que, la ausencia de un diálogo constructivo con la base social a la que representa dificulta la concreción de sus proyectos, incluso los más elementales. Este -el diálogo- no puede reemplazarse con visita episódicas a lugares en los que el mandatario dice algunas palabras. Para que sea efectivo y, sobre todo, para que sirva como elemento unificador, educador y organizador a todo el pueblo, debe ser amplio, oportuno, sistemático y definido.
Debe, además abarcar todos los temas de la realidad nacional, sin tapujos ni prejuicios. Y comprender tanto los escenarios nacionales como el contexto en el que ellos ocurren. Y esto pasa por inscribir, sin prejuicios, nuestro proceso, por la nueva época que vive el continente, signado por luchas profundas en pro de la liberación y el progreso.
Hay asuntos de enorme interés nacional que han sido soslayados, no tanto en su realización, sino sobre todo en el análisis de su gestación, pero que tienen incidencia concreta en la experiencia de hoy. El caso del contrato minero con la empresa Yanacocha para el proyecto Conga, es emblemático. Como lo es también la serie de convenios de cesión de territorios en la amazonía peruana concretados por el gobierno anterior bajo el lógica de «El perro del hortelano». Y es que en esa materia -y en muchas otras- este gobierno ha nacido atado por oscuras fuerzas de la reacción empeñadas en perpetuar en el Perú el dominio yanqui. Y, por cierto, hace poco por romper esas ataduras.
Algo similar puede decirse en el tema de los Derechos Humanos. Una política coherente y clara en esta materia, ha hecho falta. Objetivamente, su impulso se ha detenido por la voluntad de quienes no quieren comprometer -por oscuros lazos- el alicaído «prestigio institucional» de una Fuerza Armada, que fuera usada vilmente por siniestros regímenes del pasado para toda clase de corrupciones y perversiones. No «destapar la olla» podría decirse, fue el «consejo» que gentes allegadas a la Mafia alcanzaron a acuñar con cierto éxito, de tal modo que la impunidad se convirtió ya en el Perú en un itinerario. El mismo «Caso Accomarca» que hoy se ve en los Tribunales resulta simbólico. En él, la cadena se rompe por el eslabón más débil, y el Teniente Hurtado se ve forzado a admitir una condena que bien debiera compartir con oficiales de alto rango, como el general Mori Orsi o Williams Zapata, este último convertido en «héroe» de la «Operación Chavín de Huantar».
Y esta «operación» constituye otro ejemplo de cómo se hacen concesiones al terrorismo de Estado y la guerra sucia. Como si no hubiera cambiado nada en el Perú, la clase dominante se empeña en endiosar a 140 Comandos que premunidos de las armas más sofisticadas, preparados especialmente para la guerra y superior en la proporción numérica de de 10 a 1, derrotaron y mataron a 14 combatientes del MRTA, entre los que habían dos muchachas casi adolescentes -una embarazada- y otros jóvenes de ninguna experiencia y ejecutoria. Cuestionar el «heroísmo» de esos guerreros de película ha constituido una suerte de sinonimia del delito de «traición a la patria» que con tanto desenfado clavó a millares de compatriotas el fujimorato ya vencido.
Una tercera objeción bien puede referirse a la relación establecida con el gobierno Norteamericano. La situación creada bajo el mandato del Presidente Humala puede remitirse al reconocimiento del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, mantenido inalterable por la administración actual. Alan García, en su momento, aseguró que revisaría «hoja por hoja» ese acuerdo que luego firmó con docilidad de hoplita. Y Humala sostuvo igual idea, pero tampoco avanzó en la materia. Aún más grave que eso, sin embargo, ha sido el hecho que las relaciones «fluidas» entre Washington y Lima han generado nuevas concesiones a la presencia militar yanqui en nuestro país bajo el pretexto de la lucha contra el narcotráfico y en realidad para inscribir al Perú en el Marco de la estrategia imperialista de dominación global. Para eso opera la IV Flota, el Comando Sur y las 47 bases militares instaladas en la regiòn incluidas 3 en el Perú. En detrimento de esta realidad debe advertirse, sin embargo, que el gobierno peruano ha mantenido -en otras esferas- una ejemplar política exterior independiente y soberana. Y no ha renunciado, sino más bien reafirmado sus vínculos solidarios con gobiernos amigos que luchan por enfrentar a los grandes monopolios y a sus expresiones de dominación, en procura de progreso y desarrollo.
En el plano interior se ha empeñado el gobierno en cumplir sus programas sociales mostrando en esa línea el Presidente Humala voluntad y acierto y su esposa Nadine evidente empeño. Pero en el tema de fondo llegó a la orilla de su Rubicón, aunque -cautamente- resistió cruzarlo. Antes bien, optó por volver al diálogo con las poblaciones afectadas en procura de una solución de «consenso» que ojala pueda concretarse. Y es que, más allá de la voluntad de algunos funcionarios del gobierno, e incluso de la voracidad de la empresa, el proyecto minero cuestionado por el pueblo de Cajamarca se torna materialmente inviable. Nadie podría, sin embargo, cantar victoria en ninguno de estos dos extremos. Porque el clima social de violencia que se vive en el país no constituye garantía de vida para nadie, y porque las presiones de la Mafia cobijada a la sombra del Imperio lucen aún irreductibles.
La debilidad estratégica del proceso peruano deriva de la falta de unidad en el pueblo, de la ausencia de una clara conciencia política en la gente, de la carencia de organizaciones representativas y vigorosas que puedan dar sustento a un escenario de cambios. Y de la falta de una Izquierda suficientemente desprendida y ágil que vea, por encima de los intereses personales de corte electoral de sus líderes, la importancia que tiene la lucha por la transformación del país.
Aun tenemos un claro y largo camino por delante. Y muchas tareas por emprender. Lo importante es que existe ya una experiencia aprendida con fuerza y con sangre: las victorias populares no están sembradas en la tierra, ni caen como el Maná del cielo. Cuestan a los pobres, del mismo modo que dejan una huella profunda en el camino liberador de nuestra patria.
La voluntad de lucha de Tupac Amaru y Micaela Bastidas, el ejemplo heroico de Melgar y de Zela, la abnegación y el sacrificio de Miguel Grau y Bolognesi, y la claridad y el desprendimiento de figuras de nuestra historia, como González Prada, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre o José María Arguedas, constituyen la base ética y moral de una lucha que no puede arredrarse, y que tiene que perseverar en su propio derrotero seguro de victoria.
Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.
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