Una de las particularidades de la Cumbre de Alaska es la siguiente: Trump no puede regresar a Washington con las manos vacías. Tiene que exhibir algún logro. Su imagen ha sufrido un cierto deterioro por el affaire Epstein y por el significativo cambio en el clima de opinión de los estadounidenses ante el genocidio en curso en Gaza y el continuo apoyo de la Casa Blanca al régimen racista israelí. El logro máximo sería la concreción de su promesa de poner fin a la guerra de Ucrania en veinticuatro horas, como temerariamente lo había dicho en su campaña. Y eso no va a ocurrir, como quedó claramente expuesto por Putin en la rueda de prensa luego de la reunión entre ambos jefes de estado.
Las guerras nunca terminan así, sobre todo si pese a su absoluta heteronomía -o, dicho más brutalmente, su absoluta dependencia del apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea- el jefe de estado de Ucrania ni siquiera fue invitado a tomar parte de la reunión. Un acuerdo para poner fin a las hostilidades supone llegar a un consenso sobre los nuevos límites territoriales, algo que había sido planteado nada menos que por Henry Kissinger pocos meses después de estallado el conflicto y sobre el cual la posición de Moscú es comprensiblemente inflexible y lo mismo ocurre del lado ucraniano.
Consciente de esa postura de la dirigencia rusa, que Putin reforzó en la conferencia de prensa cuando subrayó la necesidad de «una solución sostenible que erradique las raíces del conflicto», para lo cual será imprescindible «restaurar el balance de fuerzas en Europa y garantizar la seguridad nacional de Rusia y, también, de Ucrania». En línea con esta exigencia de Putin, Trump dijo, textualmente, que «voy a hacer varias llamadas telefónicas a los amigos europeos» -en obvia referencia a los líderes de la Unión Europea y la OTAN- y al propio presidente Zelenski. El objetivo, importante para Moscú, es lograr el disciplinamiento de los díscolos socios europeos de Washington, algo que fue explícitamente expresado por Trump en su breve intervención en la conferencia de prensa.
Si en esta Cumbre Trump tenía que mostrar algunos logros, Putin en cambio no tenía nada que perder y obtuvo algunos resultados esperanzadores. Regresa a Moscú habiendo transmitido un mensaje muy claro a su colega estadounidense, y que fue debidamente registrado por Trump. Una expresión muy clara de esto fue el acuerdo planteado por ambos mandatarios de que se está avanzando hacia un arreglo más amplio. Para ello Trump debería, como se dijo más arriba, poner en vereda al desenfrenado belicismo y la rusofobia que se ha apoderado de la dirigencia europea y plantear el tema de la seguridad nacional de Rusia como una exigencia que de ninguna manera puede ser dejada de lado.
Si es un derecho inalienable para todas las naciones, ¿por qué no debería serlo también para Rusia? Si ningún país tiene derecho a instalar fuerzas y pertrechos militares sobre la frontera de Estados Unidos, ¿por qué Rusia debería admitir que a ella sí la pueden acosar con la formidable maquinaria de guerra de la OTAN?, sin que tenga derecho a defenderse con la operación militar especial en Ucrania, una «intervención preventiva», como han dicho varios expertos de Estados Unidos, entre ellos gentes como John Mearsheimer y Jeffrey Sachs, concebida para disuadir a los halcones de ambos lados del Atlántico de que Rusia no será una presa fácil de sus agresiones.
Habrá que ver cómo se mueven las fichas en las próximas semanas. Por ejemplo, Trump podría reducir selectivamente el número de las medidas coercitivas unilaterales (vulgo: sanciones) impuestas por Estados Unidos y los países europeos y que según el sitio web de Statista se empinan por encima de las 20 mil, afectando a individuos, funcionarios, empresas, bancos y agencias gubernamentales rusas todo lo cual sería descifrado en el Kremlin como un gesto de buena voluntad que aliente el avance hacia acuerdos más de fondo. Para poner esta cifra de las sanciones en perspectiva téngase en cuenta que el segundo país más sancionado del mundo, Irán, es víctima de unas cuatro mil medidas coercitivas unilaterales y Corea del Norte 2500. Las sanciones en contra de Rusia son absurdas no sólo por sus intenciones sino también por su volumen.
Otro terreno en el que Putin puede negociar con fuerza es el comercio de tierras raras. Trump le había exigido a Zelenski el acceso exclusivo a ese producto que tiene nada menos que a China como el país con la mayor reserva mundial. Producto de la guerra en Ucrania buena parte de esas reservas quedaron, el menos hasta ahora, en manos rusas. Esto abriría las puertas a un posible acuerdo comercial, cada vez más urgente si se tiene en cuenta la importancia estratégica de las tierras raras en toda la galaxia de la informática y la robótica.
Ambos jefes de estado dejaron claramente establecido que se han sentado las bases para avanzar hacia acuerdos de fondo. Hay muchos otros temas más que deberán ser objeto de futuros análisis: Rusia es la potencia naval indiscutida del Ártico, y Estados Unidos necesita asegurarse que éste no se convierta en una especie de gélido Caribe controlado exclusivamente por Moscú. Ante el formidable avance de la misilística rusa se torna indispensable pensar un nuevo acuerdo nuclear, y en eso Washington tiene más interés que Moscú habida cuenta de la preeminencia rusa en este rubro. Otro tema: una posible reunión entre Trump, Putin y Xi Jinping en Beijing, el próximo 3 de septiembre cuando en la plaza Tiananmen China conmemore el fin de la Segunda Guerra Mundial, algo que muchos analistas imaginan como una suerte de Yalta 2.0 que siente las bases para la reorganización multipolar del sistema internacional.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/849989-alaska-un-pequeno-paso-adelante
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