A Prudencia Ayala y Rosa Luxemburgo, subversivas Introducción En los 100 años que llevan las ideas del cambio social, en particular del marxismo, cabalgando por las veredas rurales y urbanas de nuestro país, nunca antes la pertinencia de estas ideas y del principal instrumento del cambio social había estado en cuestionamiento. Hoy día lo están […]
Introducción
En los 100 años que llevan las ideas del cambio social, en particular del marxismo, cabalgando por las veredas rurales y urbanas de nuestro país, nunca antes la pertinencia de estas ideas y del principal instrumento del cambio social había estado en cuestionamiento. Hoy día lo están e indagar sobre las causas de esta situación, sus repercusiones y posibles salidas se torna una necesidad urgente. A continuación compartimos algunos apuntes al respecto de esta acuciante temática, desde una visión crítica constructiva y a partir de la teoría, de la experiencia histórica, de la actualidad y las perspectivas del movimiento popular.
Han pasado cien años desde que las ideas del anarquismo inicialmente y luego las del marxismo desplazaron al liberalismo como la ideología más avanzada de los sectores populares salvadoreños. Esto quedó patentizado con la huelga de los sastres que en 1919 rompió con las telarañas mutualistas e inauguró la época de la confrontación asocial, de la temida para algunos y para otros esperada lucha de clases, proletariado contra burguesía, artesanado urbano contra oligarquía cafetalera.
En estos 100 años de historia del proceso revolucionario salvadoreño se registran múltiples victorias y derrotas. En el caso de la derrota política electoral del 2018 y de este 3 de febrero, estas han claramente agotado la acumulación política derivada de la Guerra Popular Revolucionaria (1980-1992) y solo es comparable con la derrota sufrida en enero de 1932.
En aquella ocasión el esfuerzo heroico insurreccional, -conducido por el recién nacido PCS y realizado principalmente en el occidente del país, por sectores indígenas acompañados de algunos artesanos y estudiantes organizados- no logró la victoria, debido entre otras razones a que no pudo amarrar un acuerdo con sectores democráticos del presidente derrocado Arturo Araujo y el desenlace fue una cruel «matanza» y políticamente la desaparición de la izquierda por casi cuarenta años. Los alzados en armas de 1932 fueron caracterizados como «bestias feroces» por la oligarquía y recibieron el rechazo popular.
Es de esto que estamos hablando hoy, de rechazo popular, de una crisis de pertinencia, de legitimidad. Estamos enfrentados a la amenaza de volvernos irrelevantes políticamente, ese es el desafío a vencer.
Ha habido otras derrotas que es importante traer a colación para la extracción de lecciones. Está la de octubre de 1944 que logró la continuidad de la dictadura militar y tuvo como causa la debilidad del movimiento popular resultado de la represión. Esta la de enero de 1961, que derrocó a una junta de gobierno progresista pero permitió que el movimiento popular experimentara con nuevos teatros de lucha, incluyendo la armada y luego la electoral. En 1972 y 1977 frente a fraudes electorales, que fueron a su vez derrotas políticas, no se logró desde la UNO cuajar una alianza cívico-militar y en el último caso, también influyó fuertemente la irracional división de la izquierda.
En el 1981 y 1989 los llamados insurreccionales realizados por el FMLN no fueron respondidos por los sectores populares, paralizados por el terror de la represión. No obstante esto, en ambos casos se logró avanzar, en el primero hacia la construcción de un ejército popular y la lucha rural, y en el segundo hacia el teatro de la lucha diplomática, porque lo clave, lo fundamental, lo esencial, el respaldo popular existía, aunque estuviera bloqueado por el miedo.
En la actualidad, cerramos otro ciclo histórico, quizás el agotamiento político de la vía electoral, y posiblemente la salida para avanzar radique en regresar, con la experiencia acumulada, al teatro de la lucha popular, a la construcción de poder popular (organización, conciencia, movilización) desde abajo.
Continuar en el escenario electoral, sin cambios profundos en la visión estratégica únicamente nos conducirá a nuevas derrotas.
1. Naturaleza del problema
La derrota del 3 de febrero es de carácter estratégico global; incorpora los diversos niveles de la conducción estratégica partidaria, implica una ruptura epistemológica-política con el quehacer actual caracterizado por el electoralismo interno, y el clientelismo político de cara a los sectores populares.
Entre las salidas a la crisis existen dos extremos que debemos de evitar. Por una parte se encuentra la nostalgia de girar hacia la izquierda, de regresar a nuestras «seguras» raíces obreristas y marxistas-leninistas, que fueron la característica de nuestra izquierda por más de sesenta años, desde la creación del PCS en 1930 hasta luego de los Acuerdos de Paz de 1992.
Por otra parte, se encuentra la tentación de morder la manzana socialdemócrata, girar hacia la derecha. Y hay candidatos a la conducción del FMLN con una clara inclinación de transitar por este rumbo, en el que vegeta el actual PSD. Uno de estos, incluso menciona cándidamente la experiencia de conducir una movilización desde un BMW.
En el primer caso, la ventaja sería contar con fórmulas ideológicas definidas pero a la vez el peligro el de convertirnos en una nueva secta, minoritaria y marginal, como algunas de nuestras formaciones en la izquierda. En el segundo caso, la perspectiva es la de transformarnos -quizás profundizar aún más en el camino ya recorrido-en un partido apéndice del sistema político, integrado y funcional al sistema capitalista vigente.
Y entonces el dilema a resolver radica en como conservar lo acumulado en cantidad y en calidad, -que no es poco y es realmente valioso-, pero damos el viraje hacia nuevos teatros de lucha que nos permita recuperar la confianza popular, el principal objetivo a lograr para superar esta crisis de credibilidad. La magia está en buscar un camino propio, con audacia, como lo hemos hecho a lo largo de estos 100 años.
El problema principal radica en que amplios sectores han perdido confianza en nuestra naturaleza revolucionaria. Este es un problema grave, inédito y complejo. Recuperar esa confianza llevara tiempo y exigirá mostrar no a través de discursos rimbombantes, sino mediante evidencias concretas que este viraje hacia la lucha se está realizando.
Y esto en un contexto nacional en que si como partido de gobierno se pretende convertirse en factor de bloqueo del nuevo gobierno de Nayib Bukele y Nuevas Ideas, esto será percibido como una actitud muy negativa, que reforzara el alejamiento y rechazo de sectores populares que votaron mayoritariamente por este nuevo proyecto, porque lo perciben como una esperanza.[1]
2. Características del problema
El agotamiento tanto de la vía electoral como del carácter autoritario del instrumento político de izquierda tiene a la base varios componentes que es necesario dilucidar para entender la magnitud y complejidad de la crisis existente. Es claro que debemos revisar cuidadosamente nuestro planteamiento tanto táctico como estratégico.
¿Partido de cuadros o de masas?
En la década de los setenta un tema espinoso de discusión en la izquierda fue el de partido de cuadros o partido de masas. En nuestra experiencia, por sesenta años la izquierda fue un partido de cuadros. Inicialmente de intelectuales y obreros, luego en los años setenta se integran campesinos, vanguardia declarada del proletariado salvadoreño, el modelo leninista de vanguardia política.
En los setenta explotó una crisis ya que surgieron varios vanguardias, crisis que fue resuelta diez años después con la integración en diciembre de 1979 en un frente político de cinco partidos y luego cinco ejércitos, el posterior FMLN. Durante toda la guerra el FMLN Armado siguió siendo un partido de cuadros.
A mediados de los noventa se disuelven los cinco partidos para fortalecer el instrumento electoral FMLN. A partir del fin del conflicto armado, la izquierda a través del FMLN se convierte en un partido de masas. Y las ideas de izquierda pasan a ser patrimonio de miles de personas organizadas partidariamente, un hecho inédito, que permite posteriormente en 2009 alcanzar el gobierno nacional. Y esto es un patrimonio histórico.
Hay que regresar -nos dice la tesis aislacionista-a las raíces «leninistas» de una vanguardia política que «dirija» a las masas. Hay que dar el viraje -nos dice la tesis entreguista-y pronto hacia la socialdemocracia, en una situación en la que la socialdemocracia está bajo las redes del neoliberalismo.
Entre estas dos posiciones extremas, se sitúan las diversas fuerzas que integran la izquierda salvadoreña, que va desde el partido en el gobierno FMLN, el PSD, el CD, el MNP, el refundado PCS, las diversas expresiones anarquistas y trotskistas (BPJ, PSOCA, LIT). Así como personalidades de izquierda y una amplia franja de izquierda académica, religiosa, artística, sindical independiente, no orgánica.
El elemento clave en esta discusión pienso que no es lo cuantitativo sino la necesidad de despojarnos de estilos y actitudes autoritarias, que fueron reforzadas por el paso durante veinte años por la escuela de la guerra, y luego reproducidas durante este último periodo de lucha electoral. Otro elemento es la necesidad de abrirnos al debate y esto significa aceptar la existencia de diversas tendencias al interior del sujeto político. Otro elemento es poner en cuestionamiento la visión de partido vanguardia porque reproduce un esquema verticalista y elitista que bloquea la participación democrática de la militancia.
El movimiento popular ¿amarrado o autónomo?
El movimiento popular ha estado históricamente vinculado a la izquierda. Sindicatos urbanos y organizaciones estudiantiles fueron inicialmente los núcleos donde se desarrolló la izquierda. A partir de enero de 1932 el movimiento popular artesanal, indígena, campesino, estudiantil fue ilegalizado. Vuelve a levantar cabeza hasta 1948.
En los años setenta se incorporan sectores campesinos influenciados por sacerdotes vinculados en particular a las FPL, así como sectores profesionales. En los años ochenta surgen poderosas organizaciones de masas (CRM), organizadas y dirigidas por las vanguardias político-militares (DRU-FMLN). Luego de los Acuerdos de Paz el FMLN «dejo en libertad» al movimiento popular, hecho que fue calificado por algunos como de lamentable «abandono.»
En el nuevo siglo el FMLN electoral continúa con esta tradición y forma el BPS y el MPR-12. Cada 1 de mayo el FMLN marcha junto con sus organizaciones populares y sindicales. Otras expresiones de izquierda marchan separadamente con «sus» organizaciones populares. En términos generales, la izquierda comparte el criterio leninista, estalinista, trotskista, de control sobre el movimiento popular. Los anarquistas se diferencian, ya que son partidarios de la autonomía.
La visión predominante ha sido que el partido organiza y dirige al movimiento popular. Esta visión debe ser a la vez revisada ya que bloquea la posibilidad del desarrollo independiente de movimiento popular y social. Hay que leer a Rosa Luxemburgo para una visión alternativa.
¿Seguimos siendo marxistas o qué somos?
El FMLN a diferencia de otras fuerzas de izquierda no se declara como marxista, sino como una organización revolucionaria. Históricamente desde la fundación del PCS en 1930; y de las organizaciones político-militares en los años setenta, la matriz ideológica había sido el marxismo-leninismo. Esto se rompe en los años noventa debido entre otras cuestiones, al fin de la guerra, al derrumbe del socialismo real y a la adopción por algunos componentes del FMLN- el caso del ERP y la RN- de una visión socialdemócrata.
A futuro lo más recomendable es la construcción de un espacio de izquierda en que tengan cabida la mayoría de sus expresiones y esto requiere la suficiente tolerancia para aceptar la existencia de organizaciones que profesan todavía la ideología el marxismo-leninismo, el marxismo tout court, el latinoamericanismo, la Teología de la Liberación, e incluso desarrollar la herencia teórica de Schafik Handal.
¿Dónde quedó la clase obrera?
Otro de los grandes dogmas de nuestra izquierda fue el vinculado a la categoría de clase obrera. De nuevo, por sesenta años la izquierda se manifestó como vanguardia de la clase obrera. Y la clase obrera era la clase llamada a destruir el capitalismo y construir el socialismo. No obstante esto, la principal base social que participó en la Guerra Popular Revolucionaria fue el campesinado y no la clase obrera urbana, la guerra a lo Mao se peleó en las más apartadas áreas rurales. Y fue dirigida por intelectuales salidos de la UES.
Después de los Acuerdos de Paz este concepto también entró en desuso y se adoptó lo popular como un concepto más adecuado a la complejidad de nuestra estructura social, aunque algunos en la izquierda todavía siguen aferrados a esta categoría. Considero adecuado partir de un análisis de nuestra realidad social y no de una caracterización universal, sin desdeñar la utilidad del análisis de clase como componente básico de la teoría revolucionaria.
¿Capitalismo o socialismo?
Con la revolución rusa de 1917 se abre un periodo internacional de luchas contra los regímenes capitalistas y por una nueva sociedad, que adquirió el nombre de socialismo, y se forman partidos comunistas para cumplir esta «misión histórica.» El levantamiento indígena de 1932 dirigido por el PCS se expresó en la creación de soviet en diversos municipios. O sea que desde 1930 está planteada en El Salvador la lucha por el socialismo. Pero fue por largos años una lucha mediada por el esfuerzo inmediato de derrocar a la dictadura militar.
A la vez luego de los Acuerdos de Paz de 1992, -que fueron el resultado no de la toma del poder sino de una negociación política que modificó el estado-el consenso político básico fue el de participar en el fortalecimiento del sistema democrático liberal, y sus respectivas elecciones como mecanismos para definir la voluntad popular. Se dejó de hablar de socialismo, en el caso del FMLN, así como de toma del poder. Se privilegió el esfuerzo electoral, que paulatinamente fue dando frutos, hasta el 2009 que se alcanza el gobierno central.
Y a nivel de teoría fueron surgiendo tesis que cuestionaban la toma del poder, como es el caso de los zapatistas. Y otros empezaron a hablar de construcción del poder. Y otros de poder popular desde la base. Me parece esta última visión la que más se acomoda a nuestra realidad y tradiciones de lucha.
¿Dime con quién andas y te diré quién eres?
El problema de las alianzas y los aliados ha complicado el mapa político de la izquierda desde su nacimiento. Hay dos visiones extremas, la primera, solo podemos aliarnos con aquellos que comparten nuestra visión de mundo, una visión sectaria que por cierto caracterizó la mayor parte de la historia de nuestra izquierda. Se expresó en el rechazo a unirse con los araujistas en 1932, con los romeristas en 1944, con los sectores militares progresistas por largos periodos, fue la concepción «oficial» de Salvador Cayetano Carpio y de otros dirigentes de las organizaciones político-militares surgidas en 1970.
La segunda, una concepción oportunista, pragmática, podemos aliarnos con cualquiera que nos permita impulsar nuestros planes. Esta visión se manifestó en el apoyo de ciertos dirigentes comunistas -que después fueron expulsados- al gobierno de Osorio luego de 1948; a aspectos de la participación en la Junta de Gobierno de octubre de 1979 y luego de los Acuerdos de Paz y como FMLN Electoral en alianza legislativa realizada con el PCN, luego con GANA. En el gobierno de Funes con los Amigos de Mauricio, y en el gobierno de Sánchez Ceren con GANA. Ojala en este periodo de transición no cuaje ningún tipo de alianza legislativa con ARENA.
Estos son los extremos, y en el último caso una de las razones de la derrota electoral del 3 de febrero, ya que fue precisamente estas alianzas para la «gobernabilidad» las que permitieron guardar silencio ante evidentes hechos de corrupción e incluso apoyar al expresidente Funes, para asilarse en Nicaragua. Lo adecuado es que en la definición de alianzas no solo entren en juego consideraciones políticas, sino también de carácter ético.
3. Dificultades y desafíos
Como izquierda existe la urgente necesidad de una renovación etaria. El relevo generacional es un problema crítico pero no fundamental porque pueden llegar a la dirección jóvenes con las mismas concepciones autoritarias y los mismos estilos elitistas ya fracasados, la partida de nacimiento no garantiza el cambio de estilo. Su participación destacada en la lucha social es el sello de garantía.
Un problema crucial es la pérdida de relación con sectores juveniles. Y en la actualidad, una juventud «obediente y leal» no es la mejor fórmula para encabezar una renovación, por lo que se necesita la participación de otros sectores juveniles, rebeldes y subversivos, como lo fueron en su época quienes hoy ocupan las posiciones de dirección en el FMLN y otras fuerzas de izquierda.
Asimismo tenemos la necesidad de una renovación tecnológica. Es un problema pero no fundamental porque se puede avanzar en la «digitalización del partido» pero seguir alejado del sentir de los sectores populares. Aquí no ha pasado nada, aprendemos de tecnología y resolvemos el problema manejan algunos ingenuos. Hay un cambio demográfico que hay que tomar en cuenta, los milenials, y son muchos y cada día serán más.
La necesidad de una renovación publicitaria. En la imagen, es un problema pero no fundamental porque la imagen responde a un modelo, a un proyecto que es el que está en crisis. El problema es que no hemos publicitado bien nuestros logros claman todavía algunos incautos.
La necesidad de renovación ideológica. Este si un problema fundamental porque la ideología responde a una visión de mundo y si esta gira alrededor del consumo, del acomodamiento al sistema, de hacer billetes y no alrededor del compromiso con la justicia, se produce tarde o temprano como ha sucedido, una ruptura con los sectores populares.
La necesidad de renovación política. Este también un problema fundamental porque se ha construido una poderosa maquinaria electoral con intereses propios de competir para ocupar posiciones en el estado, y no luchar por el interés y las reivindicaciones de los sectores populares (caso fondo de pensiones, Amnistía, etc.) Esto hace que las necesidades de «gobernabilidad» determinen las alianzas políticas y la distribución de cuotas de poder. La renovación política comprende un componente ético de lucha contra la corrupción que sigue bloqueada por las «urgencias» políticas de lograr presupuesto y viabilidad, «gobernabilidad.»
A largo plazo el desafío planteado es el de reconquistar espacios del Estado desde una nueva visión y práctica. A mediano plazo: cambiar la representación social, la idea, la percepción de la izquierda en las mentes y los corazones de los sectores populares. A corto plazo: renovarse orgánica, ideológica y políticamente.
Pasa por un debate sobre ventajas y desventajas, de los costos y beneficios derivados de la forma de lucha electoral
Pasa por asumir un compromiso con una plataforma de lucha sectorial, local, departamental y nacional como forma principal de lucha para recuperar confianza perdida y construir poder popular desde abajo. Las luchas populares han estado al margen del pensamiento y los recursos de las fuerzas de izquierda. La lucha popular por reivindicaciones sociales, económicas, políticas y culturales, es la clave a corto plazo para salir de este atolladero.
Hacia una nueva izquierda, democrática, popular y moderna
Nota:
[1] Ver https://www.cetri.be/El-desafio-urgente-de-la-izquierda?lang=fr