«Los «crímenes» de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y de la presidenta Dilma Rousseff son sus esfuerzos para que los gobiernos de Argentina y Brasil representen a los pueblos de Argentina y Brasil y no a sus respectivas oligarquías y a Wall Street. En Washington esto constituye un delito grave ya que Washington utiliza […]
«En suma, lo ocurrido en Brasil es un durísimo ataque encaminado no sólo a destituir a Dilma sino también a derrocar a un partido, el PT, que no pudo ser derrotado en las urnas, y a abrir las puertas para un procesamiento del ex presidente Lula da Silva que impida su postulación en la próxima elección presidencial. En otros términos, el mensaje que los «malandros» enviaron al pueblo brasileño fue rotundo: ¡no se les vuelva a ocurrir votar a al PT o a una fuerza política como el PT!, porque aunque ustedes prevalezcan en las urnas nosotros lo hacemos en el congreso, la judicatura y en los medios, y nuestro poderío combinado puede mucho más que sus millones de votos» (Atilio A. Borón)
Dejémonos de paños calientes. Llamemos a las cosas por su nombre. Lo de Brasil ha sido todo un Golpe de Estado fáctico, es decir, ejecutado por los poderes fácticos, y como estos poderes son de carácter político, el golpe en Brasil es de tipo político, pero un golpe al fin y al cabo. Pero cuando no pueden ser políticos intentan ser económicos, como en el caso de Venezuela, o Argentina, y cuando no pueden ser económicos ni políticos, intentan ser militares, como en el caso de Honduras, o Paraguay, aunque no se dispare ni un solo tiro. El asedio de USA a la América Latina progresista es persistente, pues no pueden soportar que estén haciendo pequeñas revoluciones en su «patio trasero». Desde el Chile de Allende, pasando por la contra nicaragüense, por la Cuba de Fidel, por la Venezuela de Chávez, por la Bolivia de Evo, por el Ecuador de Correa, o por la Argentina de los Kirchner, los Estados Unidos no perdonan ningún intento de implantar políticas no digamos ya anticapitalistas o socialistas, sino ni tan siquiera de carácter más social.
Después de los casos de Honduras y de Paraguay, donde sus legítimos Presidentes (Manuel Zelaya y Fernando Lugo) fueron despojados del poder mediante sucias maniobras golpistas, ahora ha llegado el turno al Brasil de Dilma Rousseff, de Lula y del PT, cuyos opositores, elevados a la categoría de jueces políticos mediante perversas leyes, están legitimando auténticos golpes blandos para desalojar del poder a los dirigentes que mejor han representando y velado por el bienestar del pueblo brasileño. La estrategia de fondo ha sido muy similar a la ya practicada en otros lugares de la América Latina progresista, consistente en provocar altercados callejeros, manifestaciones antigubernamentales, desestabilización económica y política, hostigamiento mediático, y todo ello con la inestimable colaboración de los sectores de la derecha local, apoyados en la sombra por el gobierno estadounidense y el gran capital transnacional.
Todo responde a la obsesión de sacar del poder a toda costa a los gobiernos de corte popular, para restablecer el criminal modelo neoliberal, que ya condujera a muchos países latinoamericanos (como está conduciendo ahora a los europeos) a la pobreza, a la exclusión y al desempleo de las clases populares, mientras la élite de la derecha alcanza cotas de riqueza y poder inusitadas.
En el caso de Brasil el cebo popular, el pretexto político para desarrollar su campaña, ha sido la corrupción, cuando los mismos que están detrás del derrocamiento de Dilma por «sospechas» de corrupción poseen un historial de corrupción probado y demostrado. Dicho de otro modo, los auténticos corruptos son los golpistas. Más concretamente, los instigadores del golpe y los que lo han corroborado con su voto son los que tienen abiertos procesos de corrupción en el Supremo Tribunal Federal. El objetivo está claro: desmontar a la fuerza lo que no han podido desmontar en las urnas, orquestar todo un proceso en la sombra de aparente legalidad institucional para revertir los avances en sanidad, en educación, en derechos laborales, y en fin, en instrumentos que garanticen la dignidad del pueblo. El destino final está claro, y no es otro que volver a situar a Brasil (a toda América Latina si les dejan) bajo las faldas de los gobiernos déspotas, desalmados y salvajes de los Estados Unidos. Les molestan los avances en la lucha contra la desigualdad, les molesta el reforzamiento del Estado, les molestan los sistemas de protección social, y los servicios públicos universales instalados durante los gobiernos progresistas latinoamericanos. Quieren imponer el regreso al Estado mínimo, a las «reformas» estructurales, a la dependencia y subordinación a los perversos mandatos del Fondo Monetario Internacional.
Les molesta la democracia y la soberanía popular, les molestan todos los intentos de recuperar una vida digna para las clases trabajadoras, y sólo persiguen la subordinación a las instituciones y organismos guardianes del orden mundial neoliberal, responsable de toda la devastación de países enteros, y de sus respectivas poblaciones, de la esclavitud de la deuda y de los programas de rescate. Y así, mediante un escandaloso y vergonzoso procedimiento de «juicio político» contra la ya ex Presidenta, han vuelto a consumar otro ataque golpista disfrazado de «democrático» y «legal». Los cómplices de la conjura han sido esta vez los mismos parlamentarios brasileños, de la Cámara de Diputados y del Senado, cuya mayoría es representante del gran capital, en vez de los intereses populares. El apoyo mediático nacional e internacional al golpe también ha sido, como de costumbre en este tipo de operaciones, fundamental. Casi todos los medios han presentado a una Presidenta corrupta, frente a unos representantes de las instituciones intentando velar por la democracia, cuando lo que había era un claro interés por despojarla del poder mediante cualquier pretexto. Como a Maduro en Venezuela, a Lula y luego a Dilma les ha sido muy difícil gobernar con todo el aparato económico neoliberal en su contra, cuyo único objetivo era desprestigiar y desgastar al gobierno a toda costa.
Aún así, las victorias electorales han podido siempre a los oscuros intereses de la derecha, y por ello organizan todas estas campañas de acoso y derribo, disfrazadas de procesos legítimos, para desalojarlos del poder por vías alternativas a las electorales. En el caso de Brasil, los grandes empresarios y la oligarquía le habían visto las orejas al lobo, como consecuencia del creciente protagonismo de clases populares, como los pobres, los negros y los habitantes de las favelas. A todo ello hay que unir las huelgas laborales, y las protestas juveniles, que ganaron sus respectivas batallas en las calles. El año 2013 fue especialmente intenso en huelgas y protestas, expandiéndose a sectores que anteriormente nunca se habían movilizado. Y así, trabajadores del sector de la alimentación (muy grande en Brasil) o de la limpieza urbana, reivindicaron mejoras en sus condiciones laborales, de salud o de seguridad, constituyendo peligrosos referentes para los sectores de la derecha. Y a pesar de la brutalidad policial desplegada para la represión de los sectores en huelga, las protestas sirvieron para canalizar núcleos de descontento popular, de denuncia y de defensa de los derechos humanos, en una escala creciente. Y todo ello constituyó la definitiva señal de alarma para los sectores de la oligarquía, que se han organizado finalmente para provocar el famoso «impeachment» sin causa justificada.
El resultado es que Dilma ha sido apartada del poder provisionalmente, mediante un golpe institucional y antidemocrático (por ir en contra de los 54 millones de votos), durante un período máximo de 180 días, durante el cual el Senado brasileño deberá decidir por una mayoría de dos tercios de los votos si la acusación contra Rouseff se ratifica o no. Pero mientras, es de suponer que Michel Temer, el sustituto de la ya ex Presidenta, oscuro personaje donde los haya, aprovechará el tiempo en intentar revertir algunos procesos y medidas tomadas por los sucesivos gobiernos del PT. Sólo la movilización popular, el apoyo del pueblo, de la inmensa mayoría social consciente de la auténtica naturaleza golpista de la maniobra, podrá devolver el poder a sus legítmos representantes elegidos, y detener esta involución democrática en uno de los países más pobres e injustos del globo. Esperemos que así ocurra. Pero aún así, no debemos nunca bajar la guardia: el diablo, que huele a azufre, parafraseando al Comandante Hugo Chávez, lo volverá a intentar, tarde o temprano.
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