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Ha sido larga la “cruzada discursiva” que nos impuso en el presente la modalidad oratoria del “predicador”, o la “predicadora”, muy especialmente exitosa en la televisión norteamericana de los años cincuenta, sesenta y setenta. En esa modalidad demagógica se dieron cita tareas múltiples para los fines de cooptación tanto como para los de recaudación.

Incluso la inflación opera como un arma de guerra del conservadurismo, como un sistema de tortura psicológica contra la clase trabajadora. Millones de familias ahogadas en angustia por no poder pagar los aumentos desenfrenados de la dictadura del mercado. Sinnúmero de alteraciones anímicas producidas por la codicia burguesa. Sin ley o con la ley del capricho mercachifle.


Cuando “todo vale” en la comunicación electoral de propaganda al uso, desaparecen los límites de la enunciación para convertir el relato en canallada pura y dura. No hace falta ser feligrés del Papa para repudiar las agresiones “satánicas” de la ultraderecha.

Si se asume la “transformación” como condición del ser y el hacer en comunidad, aparecen urgencias teórico-prácticas que no admiten reduccionismos lineales ni oportunismos lenguaraces.

Acostumbrados como estamos a consumir (mayormente) lo ajeno, la tecnología no fue ni es excepción que honre a gobierno alguno en términos brutos. Aunque el consumismo tecnológico adquirió modalidades muy diversas, en cantidad y en calidad, el resultado es el mismo