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La ecuación se ha vuelto más clara que antes. Nosotros, los muertos, fuera del ataúd sellado con alambre de espino y cañones de tanque, y ellos, los vivos. Los que luchan con el infierno de los drones y el peso de los escombros, por un puñado de oxígeno, escupiendo sangre y lágrimas sobre todo, todo lo que ha traicionado silenciosa y misteriosamente su derecho a la vida. Todo, sin excepción.