Que nos olvidemos del pasado nos exigen los politicastros y los ideólogos del sistema de la derecha. Desde lo alto de un púlpito nos sermonea un religioso conspicuo, sugiriéndonos el olvido benevolente de las cosas horripilantes que en El Salvador sucedieron, pues de buenos cristianos es el perdonar a quien nos ha torturado, respetar las […]
Que nos olvidemos del pasado nos exigen los politicastros y los ideólogos del sistema de la derecha. Desde lo alto de un púlpito nos sermonea un religioso conspicuo, sugiriéndonos el olvido benevolente de las cosas horripilantes que en El Salvador sucedieron, pues de buenos cristianos es el perdonar a quien nos ha torturado, respetar las tablas de la Ley y aceptar sumisos el status quo vigente. Nos piden hacer tabula rasa, que borremos de nuestras memorias sesenta años del siglo pasado, como si la historia de El Salvador se hubiera detenido el 31 de diciembre de 1931 y continuado recién el 16 de enero de 1992. ¿Borrón y cuenta nueva?, en los tiempos en que por razones de Estado tenemos que olvidar el pasado, obligándonos nosotros mismos a perdernos en las arenas movedizas de la amnesia institucional y de la amnistía constitucional decretada; no olvidar no es aclamar rencor ni venganza, sino simplemente reclamar justicia.
Cuando los apologetas de la concordia y la reconciliación de las clases sociales escuchan esto, saltan enfurecidos de sus cómodas poltronas arguyendo con espuma en la boca, que ya aburrimos con el mismo pregón de antaño y que más daño hacemos a la Patria insistiendo en hechos que ocurrieron hace muchos años.
Pero vayamos despacio, puesto que la historia contemporánea de El Salvador no es un evento de fútbol donde hay que cambiar rápido de partido «porque aquí no ha pasado nada», como estilaba comentar los encuentros sin goles un locutor deportivo de la radio YSKL, allá por los sesenta del siglo veinte. ¿A cuenta de qué?, si la gran oligarquía viene imponiéndonos desde hace más de 100 años sus ritmos, tiempos y contrapuntos, independientemente del color que tenga el gobierno de turno. ¿Quién se beneficia con el silencio de los corderos de Dios?
Las leyes, cuando favorecen y garantizan los derechos universales del ser humano deben ser promocionadas y defendidas. No así, cuando éstas definitivamente no apoyan sustancialmente al desarrollo de las sociedades. La ley de amnistía general para la consolidación de la paz del 20 de marzo de 1993, también conocida como ley de reconciliación nacional, es un nítido ejemplo de ellas, porque hay una serie de crímenes de lesa humanidad cometidos durante el conflicto armado (1970-1991) que todavía siguen impunes como es el caso del poeta Roque Dalton, asesinado el 10 de mayo de 1975 por la dirección del entonces Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), el de Monseñor Oscar Arnulfo Romero en 1980, el de las hermanas Serrano Cruz en 1982 y el de los sacerdotes Jesuitas en 1989.
Es menester recordar y tener en cuenta, para no perder la cordura, que la derogación de leyes constitucionales antipopulares y antidemocráticas no es una cuestión políticamente fácil en ningún país del mundo, sobre todo cuando la ley cuestionada protege los intereses individuales y/o colectivos de grupos de poder fáctico. La ley de amnistía general para la consolidación de la paz del 20 de marzo de 1993, protege en primera instancia a aquellos miembros y ex miembros de las fuerzas armadas implicados en crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Ahora bien, pregunto yo, ¿tiene el pueblo que hacer mutis por el foro y fomentar la amnesia colectiva impuesta por razones de estado y la Santa Iglesia? Creo que ningún ciudadano en su sano juicio cuestionaría la importancia de un compromiso social justo y sostenible que contribuya al desarrollo de la sociedad, pero reconciliación nacional no debe entenderse como el fin de la lucha de clases ni mucho menos como impunidad para los crímenes de lesa humanidad. Por eso, cuando los políticos de izquierda y de derecha alzan la voz inquisidora, sugiriendo que los salvadoreños debemos hacer borrón y cuenta nueva con nuestra historia contemporánea, hay que recordarles siempre que el «borrón y cuenta nueva» sólo vale en los cuadernos de matemáticas, no así en la conciencia y en la memoria histórica de los pueblos.
Las «locas de la Plaza de Mayo», comentó Eduardo Galeano en algún momento, son un ejemplo de salud mental para la humanidad, porque ellas se negaron a olvidar ─ a las víctimas de la dictadura argentina ─ en los tiempos de la amnesia obligatoria. Y aún siguen preguntando: ¿Dónde están?
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