
Después de las ocho es la hora en la que los trabajadores de los invernaderos de El Ejido (Almería) terminan una maratoniana jornada que linda con la explotación. En bicicletas, muchos de ellos recorren los márgenes de las carreteras que comunican el mar de plástico que abastece de verdura barata a Europa con el lugar donde ellos sobreviven, chabolas de palés y cartones. Poco a poco, cruzan otra frontera, de la explotación a la esclavitud. Son presos de un sistema económico, el agroalimentario, del que no escapa nadie, pero que sustentan ellos, con sus manos encalladas, su piel abrasada por pesticidas y su sudor exprimido por el calor de los hornos donde crece el alimento de medio continente.