Cuando el 14 de abril de 2014 se conoció que el grupo fundamentalista nigeriano, Boko Haram había secuestrado a doscientas setenta y seis alumnas de una escuela secundaria en la ciudad de Chibok, del Estado de Borno, al noreste del país, gran parte del mundo comenzó a tomar conciencia de que lo que estaba sucediendo en ese país africano desde el 2009 no era para tomar a la ligera. (Ver: Nigeria: La sonrisa de Michelle).
Categoría: África
Desde que Ibrahim Traoré asumió el poder en septiembre de 2022 el país vive un proceso de redefinición nacional centrado en la recuperación de soberanía, la reducción de dependencia externa y la reconstrucción de la identidad estatal.
La traición en política —especialmente cuando se disputa el liderazgo estratégico de un país, un movimiento, un partido o incluso una simple asociación— es casi siempre la norma. En los espacios de poder nunca caben dos gallos en el mismo corral: tarde o temprano, surge la lucha por la primacía, el control y la dirección del proyecto colectivo. La unidad inicial se rompe, las lealtades se ponen a prueba y las contradicciones afloran.
Nigeria tiene problemas mucho más graves que atender que las recientes amenazas del presidente norteamericano, Donald Trump, que ha declarado a ese país “de especial preocupación”, preámbulo para una remota intervención militar a raíz de la persecución que allí sufren los cristianos.
Hace años que trabajo con personas migradas, acompaño procesos de emancipación y desinstitucionalización de jóvenes que en su mayoría proceden de países del África Occidental. Principalmente de Gambia, Senegal, Guinea Conakry o Mali.
Un soldado mercenario relata los lucrativos contratos, el asedio de la ciudad sudanesa de El Fasher y el entrenamiento de niños para “ir a morir”