
Si actualmente no nos rigieran tantas restricciones por la pandemia, pensamos que desde el primer momento que el Gobierno decidió trasladar a alguna parte el vetusto monumento del general Baquedano en el centro de Santiago, el pueblo habría salido airoso a las calles a celebrar tal decisión. Excepto la más rancia derecha y los que piensan que para servir al sistema y al orden constituido en Chile es necesario mantener como nombre de las calles y monumentos a cuantos asesinos y corruptos han poblado nuestra historia.