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China y América Latina: ¿una nueva matriz para una vieja dependencia?

Fuentes: Rebelión

Ponencia presentada en las III Jornadas de Estudio de América Latina y el Caribe realizadas los días 28, 29 y 30 de setiembre de 2016 en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

Introducción

La estrategia china se nutrió en primer lugar de un régimen de organización social de estricto control estatal con un alto contenido represivo.

La contrarrevolución social que implicó la restauración capitalista, sobre todo en el período 1992-2014, le hicieron jugar un papel profundamente reaccionario en la arena mundial. La superexplotación del proletariado chino ayudó a deprimir los salarios y erosionar las conquistas obreras en todo el mundo. La política del gobierno chino es profundamente conservadora y reaccionaria.

En segundo lugar, del desarrollo de inversiones en industria y en infraestructura, en la explotación laboral capitalizada estatalmente y en la redistribución de recursos a favor de sus exportaciones, provoca un superávit constante y creciente de cuenta corriente. El incremento del empleo en sus fábricas fue desatando un fenomenal proceso de destrucción de puestos de trabajo industriales fundamentalmente en EE. UU. y la Unión Europea. Desde el ingreso de China a la OMC (2001), su economía saltó de 0.22 billones de dólares de reserva a más de 4 billones en la actualidad.

La introducción de nuevas tecnologías y el desarrollo de su infraestructura aumentaron la productividad laboral a un ritmo del 12% anual entre 2003 y 2007 y del 9% entre 2008 y 2012, mientras que la de EE.UU. creció a menos del 2% en ambos períodos (Conference Board).

En el comienzo de su fase de acelerado crecimiento, acaparó la producción y exportación mundial especialmente de manufacturas livianas, a costa de un menor desarrollo de su mercado interno. Una industria emblemática fue la del calzado, una de las más intensivas en mano de obra. Las ventas externas se realizaron a un valor medio de U$S 4,09 por par, lo que le permitió controlar más del 70% de la exportación mundial de calzado. De este modo, sus productos consiguieron captar masivamente los segmentos de gama baja y media de los mercados internacionales y desplazaron parte de la oferta de ciertas industrias de otros países intensivas en mano de obra como la textil, metalmecánica, la electrónica y la automotriz. En esta última duplicó su participación en la producción mundial a partir del estallido de la crisis financiera (2008). En 2014 fabricó 23,7 millones de vehículos que representan el 26,4% del mercado mundial.

Tras la última crisis financiera global, la política china ha avanzado mediante el desarrollo de inversiones externas directas orientadas por su gobierno, teniendo como destino principal la captación de recursos naturales, sobre todo energéticos y de minería, que es su mayor cuello de botella y logrando que el yuan se vaya introduciendo como moneda de intercambio y reserva global. A la fecha 40 bancos centrales utilizan el renminbi como una de sus monedas de reserva. También se convirtió en un gran prestamista de naciones con recursos naturales vinculados a sus necesidades. En América Latina, además de los préstamos que concedió a Argentina, tras la reciente debacle del precio del petróleo, otorgó créditos por U$S 20.000 millones a Venezuela y U$S 5.300 a Ecuador. El creciente flujo de capitales chinos al exterior es expresión de una incesante búsqueda por encontrar oportunidades de inversión para los excedentes de capital acumulados en el país, asegurarse el acceso a fuentes de materias primas de la forma más económica posible desarrollando nuevos proyectos o comprando empresas en estos sectores, así como invirtiendo en la infraestructura necesaria para facilitar el traslado.

La principal área de inversiones chinas en la Argentina es el sector hidrocarburífero, pero también el de los alimentos. La compra del 51% de la comercializadora de granos Nidera por parte de la estatal China Cofco es un buen ejemplo. Aunque el proyecto de mayor relevancia para la RPCH en Argentina resulta el financiamiento de la modernización del Ferrocarril Belgrano Cargas que recorre el 70% del territorio en el cual se siembra y cosecha soja. A China le interesa exclusivamente el intercambio comercial y no pretende interferir en la política interna de los estados.

Los financiamientos de China en la región aparecen sin condicionamientos sobre la política fiscal o monetaria, sin embargo, existen coacciones para que cada país reduzca sus relaciones con Taiwán y la obligación de privilegiar la contratación de firmas chinas por sobre las locales.

Vínculos asimétricos y complementariedad

El bajo grado de desarrollo tecnológico en América del Sur facilitó la extracción a bajo costo de los recursos naturales necesarios para abastecer el acelerado crecimiento chino.

China ostenta el segundo PBI del planeta medido a precios corrientes y de acuerdo a informes del BM y el FMI, y habría finalizado 2014 como la economía con el mayor PBI medido por paridad de poder adquisitivo, relegando a EE.UU. al segundo lugar . Es el principal productor de manufacturas, primer exportador mundial de bienes y segundo comprador global. Desde inicios del siglo XXI, es un importante productor de artículos de consumo final y bienes durables de producción de alto contenido tecnológico.

China es el principal prestamista del Tesoro de EE.UU., principal tenedor global de bonos del Tesoro de ese país. Hacia 2013, 89 de las 500 firmas de mayor facturación global del planeta eran de capitales chinos.

A pesar de que no cuenta con la posibilidad a corto plazo de desplazar a EE.UU. como hegemón global, ya desafía la vigencia del dólar como moneda global y posee gran influencia entre las naciones africanas, latinoamericanas y otros países del G77.

La intensa industrialización le permitió crecer a tasas anuales de un 10% entre 1978 y 2012. La población urbana pasó de un 18,57% a un 51,78% y la esperanza de vida de 66,5 a 73,5 años en el mismo período.

Es el segundo consumidor mundial de petróleo y el primero de energía eléctrica y productos como el cobre, zinc, carbón, soja y azúcar. El aseguramiento de minerales, alimentos y combustibles resulta una cuestión de Estado que es el motivo de la expansión de los vínculos comerciales con América Latina y de sus importantes inversiones en la región. Su demanda de estos productos explica el alza de los precios de los commodities. El esquema es de exportaciones concentradas en pocos productos primarios o manufacturas de origen agropecuario a cambio de una gama diversificada de bienes de consumo con alto contenido tecnológico, bienes durables de producción o insumos industriales.

Hacia 1990, China representaba el 14º destino de las exportaciones argentinas, que representaban un 1,95% de las mismas y el 22º origen de importaciones, con un 0,78%. Hacia 2013, es el segundo destino de exportaciones e importaciones, con un 7,19% y 15,34% respectivamente.

Las exportaciones se encuentran concentradas en muy pocos productos de reducido valor agregado. Entre 2003/13 casi el 85% se concentró en tres productos: porotos de soja (55,46%), aceite de soja (19,27%) y petróleo crudo (10,04%). Las importaciones se encuentran diversificadas en varias manufacturas de bajo, medio y alto contenido tecnológico.

Según la Cepal, las inversiones de China en la región se orientan a actividades primario extractivas y en segundo lugar a actividades terciarias de apoyo como obras de infraestructura, el sector energético, el financiero, caracterizándose por la nula o escasa transferencia tecnológica y la coacción para la contratación de empresas chinas para obras que podrían llevar adelante firmas locales y la provisión de insumos y materiales también de origen chino, el «compre chino». De esta forma, contribuye a reprimarizar las exportaciones de la región, según un patrón de acumulación primario-extractivista, constriñe el mercado para las manufacturas locales y profundiza la inserción subordinada y dependiente de América Latina en la división internacional del trabajo.

Esta situación ha llevado a fuertes críticas por parte de economistas vinculados a la izquierda política. Ariel Slipak, por ejemplo, sostiene que: «Hacia 2014 se presenta como «un éxito» la ejecución del swap de monedas que no constituye más que un mecanismo por el cual el país incrementa su endeudamiento externo para continuar comprando manufacturas que podrían producirse en el interior del Mercosur, pero evitando mayores salidas de dólares.

En estas negociaciones, Argentina «obtiene» la posibilidad de exportar más productos a China como carne con hueso, sorgo, peras y otros productos primarios, logrando lo que el especialista en Relaciones Internacionales, Eduardo Oviedo, denomina «una reprimarización diversificada». A cambio la Argentina otorga el control de recursos estratégicos e infraestructura, al igual que lo hiciera Julio A. Roca (h) en 1933.» (negritas nuestras).

Aunque Esteban Mercatante y Eduardo Molina en la misma publicación han señalado que: «Es una potencia emergente pero no todavía un imperialismo plenamente constituido. China aún no tiene relaciones de subordinación semicolonial sobre otros países y carece de los atributos de hegemonía cultural con que los imperialismos estadounidense y europeos introducen elementos consensuales en su dominación sobre otras regiones del mundo.

No obstante, el impacto del ascenso chino en América Latina ya es evidente. Desde los primeros años de este siglo, la demanda china impulsó el boom de las materias primas, motor del crecimiento latinoamericano por casi una década. En años recientes se agrega un flujo creciente de préstamos e inversiones, junto a una amplia actividad diplomática de alto nivel y acuerdos de cooperación con varios países como Argentina y Venezuela, apuntando a una «asociación estratégica».

El anuncio chino de disponer de U$S 250.000 millones para invertir en la región durante la próxima década, convierte a China, potencialmente, en una amenaza estratégica para EE. UU. aunque siga, junto a la UE, en los primeros puestos en la inversión global en la región. El año pasado el stock de capital chino acumulado en América Latina no era aún el 10% del que poseen las empresas de capital europeo o norteamericano.

En el caso de Argentina el financiamiento chino de corto plazo jugó un rol central para evitar una corrida contra el peso en 2015, aunque por sí solo no resulta suficiente para enfrentar el faltante de divisas a mediano plazo. También ha permitido negociar proyectos de infraestructura sin avenirse a condiciones asociadas a los acuerdos con el BM.

En el caso de Venezuela, exporta tanto petróleo a China como a EE. UU. Ha recibido préstamos por U$S 45.000 millones y hay cuantiosas inversiones chinas en hidrocarburos.

No es un hecho menor que se inicie en Nicaragua la construcción de un nuevo canal interoceánico con capitales chinos. Un gran flujo comercial y de productos se establecería fuera del control norteamericano en el corazón mismo de su «patio trasero».

A diferencia con lo que sucede con EE. UU., también productor de materias primas y alimentos, las economías latinoamericanas son complementarias con la china. La nueva potencia se lanzó a un agresivo proceso de inversiones y expansión del intercambio comercial, especialmente con aquellos países en los que Washington dejó terreno como Ecuador, Venezuela y Argentina.

Se le plantea a Washington un problema estratégico, aunque todavía el peso «orgánico» chino en la región sea relativamente reducido. El «factor chino» va a ser un ingrediente imposible de obviar en el escenario latinoamericano y las relaciones con el imperialismo.

Los compromisos establecidos en los acuerdos de cooperación con China la ponen en posición de privilegio, compitiendo contra los capitales regionales. Esto genera resistencia en fracciones de la industria mexicana, brasileña o argentina.

No deja de llamar la atención la súbita conciencia de la problemática del «desarrollo dependiente» exhibida por muchos medios que siempre defendieron la hegemonía estadounidense. Tradicionales enemigos de la industrialización y defensores de todas las demandas del «campo», súbitamente se escandalizan por los riesgos de la reprimarización y el extractivismo ocultos en la relación con China.

China no invierte en la región por altruismo, sino como parte de una estrategia global. Las condicionalidades existen pero dependen de cada proyecto. Se olvida que hasta los créditos del BNDES, el banco de desarrollo de Brasil, siempre estuvieron atados a la compra de insumos brasileños prácticamente en su totalidad. La elección de cada set corresponde al país en función de sus necesidades y prioridades. El financiamiento de obras de infraestructura es un dato separado de las decisiones de comercio exterior. Los acuerdos con China no determinan la elección de un tipo de desarrollo, que seguirá subordinada a los gobiernos de turno.

La «asociación estratégica» con China hacia la cual se orientan las burguesías de la región, ofrece fuertes beneficios de corto plazo para vastos sectores del empresariado vinculados a los commodities o la obra pública, mientras promete imponer onerosos costos en endeudamiento y penetración de nuevos capitales, que se sumarán a los que ya impone el capital financiero europeo y norteamericano.

Necesidad de productos primarios en la base de sus vínculos con América Latina

La nueva «alianza estratégica» entre Argentina y China se explica en función de dos variables: la demanda local de financiamiento y la oferta de recursos disponibles en el mundo. Antes de vincularse con la nación asiática, el país recorrió todo el espectro de opciones posibles: profundizar sus vínculos con Brasil, luego Rusia y, finalmente, la fallida vía de regresar a los mercados financieros tradicionales. Los acuerdos cerrados en la reciente visita presidencial de Cristina Kirchner a China fueron, antes que nada, hijos de las circunstancias y de los cambios de la geopolítica global.

China ofreció financiamiento por más de U$S 30.000 millones destinados a infraestructura: inversiones en obras hidroeléctricas, centrales nucleares y medios de transporte que, dicho sea de paso, permitirán avanzar en la independencia energética y aliviar la restricción externa.

El crecimiento de la primera década del 2000 fue autofinanciado. Tras la salida de la convertibilidad, luego de más de tres años de recesión, existía capacidad instalada ociosa y buenos precios internacionales de los commodities que garantizaron un abundante flujo de divisas. Tras la crisis, la restricción externa aparecía como un escenario lejano.

Hoy la restricción externa no se limita a una posibilidad teórica futura, llegó y debe resolverse.

Dominados por la urgencia de contar con financiamiento externo se apeló a una estrategia «pro-mercado» (CIADI-Club de París-Arreglo con Repsol) que chocó con el fallo del Juez Griesa.

Aunque las alternativas serían, o se transforma la estructura productiva y la inserción internacional o se consigue financiamiento. La primera vía es una tarea de largo plazo, la segunda es instantánea. De allí la alianza con Chevron por Vaca Muerta.

La maldición de los recursos naturales

Según esta idea, llamada la enfermedad holandesa de América Latina, el descubrimiento de grandes recursos naturales o el alza de los precios de las materias primas exportables -petróleo, gas, metales, agropecuarios- inhiben la industrialización y el desarrollo de los países productores de estos insumos. Aquí está el culpable de los males de la periferia: su riqueza.

Sus ganancias de crecimiento y bienestar desde la época del 2000 responderían principalmente al alza de los precios de materias primas, pero como el ciclo de los commodities habría terminado, llegó el tiempo de relajar las pretensiones de autonomía, industrialización y redistribución y de adoptar políticas para ganar la confianza del capital privado, a fin de aumentar la productividad y mejorar la infraestructura a través de sus inversiones.

Es cierto que los precios de las materias primas dejaron de subir en 2011, aunque permanecen en niveles muy superiores a las décadas anteriores. Los principales commodities de exportación en América Latina son el petróleo, el cobre, el hierro y la soja. El petróleo pasó de U$S 10 el barril a principios de 1999 a un máximo de 113 en julio de 2008 (Dated Brent, West Texas Intermediate y Dubai Fatch), y a fin de 2014 estaba en 60 dólares. El cobre que a fin de 2001 cotizaba U$S 1.473 la tonelada, en febrero de 2011 llegó a U$S 9.880 y a fin de año estaba en U$S 6.446. Lo mismo para el hierro que pasó de U$S 12 la tonelada a 187 y en diciembre pasado estaba en U$S 69.

Dado que América Latina es exportador neto de materias primas, es decir, que vende más de lo que compra de estos productos, los menores precios de sus exportaciones pueden reducir sus ingresos de divisas sino se compensan con mayores volúmenes de venta de estos bienes u otros.

Las importaciones crecieron un poco más que las exportaciones (31% contra 25% entre 2010 y 2013), así el saldo del comercio exterior se volvió negativo para la región y esto enciende una luz amarilla a la que es necesario prestar atención porque se trata una vez más de la restricción externa al crecimiento: la escasez de medios de pago internacionales para importar, remunerar al capital externo y cancelar deudas en moneda extranjera.

China insiste en exhibirse como «economía emergente» o «economía del sur»

Al recurrir al concepto de «cooperación sur-sur» Beijing no solo logró encubrir la asimetría de poder real sino también el hecho de que el actual tipo de intercambio comercial favorece la reprimarización de las estructuras productivas de los países de América Latina.

La relación comercial reproduce el viejo esquema de diálogo centro-periferia en tanto se acentúa la asimetría de poder a favor del país asiático y conduce a la reprimarización de las estructuras productivas condicionando, en consecuencia, el desarrollo de los países latinoamericanos.

Las definiciones que utilizan referencias tales como el intercambio «se da entre países del sur» no brindan mayor transparencia. No hay dudas que «sur» e «iguales» se vinculan con la idea de países en desarrollo. No obstante, «sur» ya no parece ser un componente muy claro del concepto sino que, por el contrario, lo vuelve más difuso. Por ejemplo, Chile, Australia y Nueva Zelanda son países que se encuentran en el hemisferio sur pero están asociados con países desarrollados e incluso algunos de ellos pertenecen a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.

Ser entonces un país en desarrollo parece una condición clave para que pueda desarrollarse la cooperación sur-sur en tanto, estos países enfrentan el obstáculo común del subdesarrollo. Por eso, la lógica sur ha perdido conexión con el criterio geográfico otrora más marcado. «Norte» y «Sur» ya no parecen ser categorías válidas para caracterizar el centro y la periferia de la economía mundial o del sistema internacional y eso demanda una adecuación teórica, principalmente para el pensamiento desarrollista y dependentista porque la cooperación sur-sur se nutrió precisamente en esas dos concepciones con el propósito de que los países periféricos o subdesarrollados mejoren su capacidad de negociación con los países centrales, a efectos de lidiar con problemas vinculados con el comercio y el desarrollo.

Entonces, quizás hoy habría que formular algunos nuevos interrogantes a efectos de ajustar el concepto a la actual coyuntura internacional que implica reconocer una nueva configuración de poder con eje en el Pacífico norte. Particularmente, cabe preguntarse: ¿Continúa China siendo parte de la «periferia»? ¿Está China en igualdad de condiciones con Chile, la Argentina, u otros países de América Latina?

En primer lugar, hay que destacar que la cooperación sur-sur no se agota en un instrumento sino que nuclea una vasta gama de herramientas para su desarrollo aunque, por supuesto, todas ellas comparten un objetivo en común: salir del subdesarrollo. Entre los instrumentos más importantes sobresalen el intercambio de conocimiento técnico-científico; la concertación en el ámbito político, social y cultural; la defensa ambiental; entre otros tantos. En segundo lugar, el instrumento más importante (presente tanto en la definición del SELA como la de la JICA) es el intercambio comercial porque si el objetivo de la cooperación sur-sur es resolver problemas vinculados con el desarrollo, el comercio y el nuevo orden económico internacional, el «intercambio comercial» se vuelve una instancia prioritaria para su desarrollo operativo, cobrando una relevancia particular sobre los otros instrumentos recién enunciados.

No obstante, ninguna de estas concepciones analizadas explica qué tipo de intercambio comercial es aquél que busca la cooperación sur-sur. Falencia conceptual que conlleva a analizar otras dos definiciones operacionales.

El concepto de «comercio inter-industrial» que refiere específicamente al intercambio de manufacturas por alimentos y materias primas, se deriva de la clásica definición de ventaja comparativa y ha sido el tipo de intercambio asociado con el comercio entre países centrales y periféricos, es decir, lo que comúnmente se denominó comercio norte-sur.

En contraste, se define como «comercio intraindustrial» aquel que opera por el intercambio de manufacturas por manufacturas, con lo cual dista de ser consecuencia de una ventaja comparativa sino más bien el resultado de mayor similitud productiva y tecnológica, de mayor disponibilidad de capital y de trabajadores calificados.

Tradicionalmente el comercio intraindustrial o también llamado de «dos vías» se vinculó con el comercio entre países desarrollados. No obstante, gracias a los procesos de integración regional y a la cercanía geográfica este tipo de comercio también comenzó a verificarse entre países en desarrollo. De modo que, tanto la cooperación norte-norte como la sur-sur contemplan un posible intercambio de tipo intraindustrial, el cual favorece el desarrollo e industrialización de los países. Por el contrario, la cooperación norte-sur excluye inexorablemente la posibilidad de un intercambio de esta naturaleza, primando en consecuencia el comercio interindustrial.

Por supuesto, que los países en desarrollo puedan mantener intercambios comerciales de tipo intraindustrial demandó una adaptación de sus estructuras productivas. La estructura productiva de un país se determina sustancialmente por variables endógenas tales como: la dotación de factores productivos; la protección jurídica de la propiedad privada; el régimen político; la clase política que conduce el proceso político; la oferta y demanda (interna y externa); entre las variables más relevantes. Se trata de la estructura que determina la producción de bienes y servicios de una sociedad y, al mismo tiempo, garantiza la reproducción de la sociedad a la que están destinados. Ahora bien, toda estructura productiva supone una orientación comercial externa específica en tanto se van demarcando ciertos condicionantes para la inserción internacional del país: ¿quiénes nos compran?; ¿quiénes nos venden?; ¿quiénes invierten en nuestra estructura productiva?; ¿qué buscamos obtener en el mundo? y ¿quiénes pueden contribuir a la búsqueda de nuestro objetivo? De modo que, a efectos de lograr implementar la cooperación sur-sur los países en desarrollo deben atravesar por cambios en su estructura productiva y en su orientación comercial externa.

Mientras que México, Brasil y Argentina son los tres países que concentran mayor comercio intraindustrial con América Latina, China presenta límites para la cooperación sur-sur porque el intercambio responde netamente al tipo interindustrial. En contraste, el intercambio de China con los países del Asia oriental sí expone un alto porcentaje de comercio intraindustrial. Este dato saca a luz la intrínseca relación entre los procesos de integración regional y el aumento del comercio intraindustrial. Si triangulamos el tipo de comercio de la Argentina con el Brasil y China vemos que el resultado es muy claro: las exportaciones al Brasil se concentran en más del 60% en Manufacturas de Origen Industrial mientras que las destinadas a China responden claramente a Productos Primarios y Manufacturas de Origen Agrícola. En efecto, en el caso del comercio argentino-brasileño el sector automotriz favorece la integración productiva de ambos países y tiende a incrementar el valor agregado de las exportaciones expresando claramente una cooperación sur-sur.

En contraste, en el caso del intercambio chino-argentino el sector oleaginoso disminuye la posibilidad de generar mayor valor agregado y orienta el comportamiento externo hacia la volatilidad de los precios internacionales de commodities. Con lo cual, este esquema de cooperación no responde a la lógica sur-sur.

En suma, este recorrido teórico/conceptual permitió determinar dos cuestiones. La primera, que la categoría «cooperación sur-sur» resulta insuficiente para analizar los esquemas de intercambio entre los países en desarrollo y que, en consecuencia, resulta oportuno comenzar a hablar en términos de «cooperación para el desarrollo». La segunda cuestión, es que el comercio intraindustrial es el tipo de intercambio que produce mayores beneficios en términos de desarrollo económico y, por lo tanto, favorece los procesos de modernización de las estructuras productivas.

Por el contrario, el comercio interindustrial tiende a reprimarizar las estructuras productivas, a reproducir la lógica de centro-periferia y, en consecuencia, a limitar y condicionar la viabilidad de un modelo de desarrollo económico.

Como otrora sucedió con su vinculación con Europa, los países de América Latina vuelven a quedar apresados por la lógica centro-periferia. Así, las reglas del juego parecen ser las mismas. En todo caso lo único que varió son los jugadores.

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