Esta cacofonía nació en la derecha pero rápidamente, por los vaivenes de la conveniencia electoral y la identificación de clase de las elites de la izquierda (profesionales encumbrados y empresarios), se convirtió en una «triste historia» nacional: «Estamos ante una crisis de valores» se enuncia en tono grave y se erra en la identificación de […]
Esta cacofonía nació en la derecha pero rápidamente, por los vaivenes de la conveniencia electoral y la identificación de clase de las elites de la izquierda (profesionales encumbrados y empresarios), se convirtió en una «triste historia» nacional: «Estamos ante una crisis de valores» se enuncia en tono grave y se erra en la identificación de los sujetos en crisis, en la designación de las causas de la crisis y más aún en el tratamiento, que no hace más que agravar la situación. Hay que resignificar la noción de «crisis de valores» como un fenómeno histórico propio del estado actual del desarrollo capitalista, para así poder pensar soluciones.
1. Se dice «la sociedad tiene una crisis de valores» pero el enunciado emerge exclusivamente cuando delinquen o se violentan las clases populares y los marginales. El latrocinio de los ricos (los desfalcos financieros de nuestra economía-casino, la corrupción de altos funcionarios estatales «de confianza política», las estafas ambientales masivas de las mega-empresas), excepto en momentos de quiebre político (como en la crisis financiera de 2002 en Uruguay), pasa desapercibido, es juzgado blandamente e ignorado por la prensa, al menos relativamente ignorado, o al menos no debidamente difundido. El latrocinio, el homicidio, la rapiña que molesta es la de los pobres. Los valores que «han perdido» los pobres, y a cuya restauración debe aplicarse la familia, la escuela y la policía, según reza el discurso hegemónico, son los «de la convivencia», pero con ese eufemismo se alude en realidad exclusivamente a tres valores: el respeto por la propiedad privada, el respeto por la jerarquía social y el respeto por la autoridad estatal.
2. Luego, el origen de esta «crisis de valores» (en sentido restringido de crisis de los valores de las poblaciones empobrecidas) está enraizado más acá de la familia y la escuela. La desintegración o la volatilidad familiar, el sostén de cuya estructura vincular se ha debilitado por la planificada y a la vez sistémica precarización del empleo, en los contextos de pobreza, precisamente empobrecen la socialización primaria de los niños. Es cada vez más difícil que los padres pongan «límites» que ellos mismos no pueden respetar, o que orienten en un entorno cuya indecibilidad es tal que ellos mismos no encuentran orientación. La escuela, por otra parte, con una estructura administrativa militarizada desde los 1970s, una currícula de producción en serie y una pedagogía neoliberalizada que ni transmite machaconamente conceptos básicos ni puede permitir la circulación libre de saberes cuando el piso semiótico de las camadas de niños que le van llegando se aleja cada vez más de la cultura escrita y de la abstracción que requiere el pensamiento racional, se redefine apenas como espacio de socialización secundaria, para «aprender a convivir», y como no puede modificar la realidad social circundante que genera la mala convivencia, fracasa en este pobre fin. Amén que la carrera académica como vía de ascenso social parece cada vez menos probable y en todo caso las señales ambiguas desde el estado tienden a privilegiar la «capacitación para el trabajo» en lugar de la «educación». Estas masas poblacionales fijadas en la pobreza son a su vez incitadas de modo obsceno al consumo-para-ser-persona, poniéndoselos en una tensión sólo resoluble por la auto-represión (cuya probabilidad es decreciente con la debilidad de la estructura familiar y su ejemplo moralizante) o la violencia contra las normas, máxime cuando el aparato markético-publicitario apunta a la reproducción del capital agenciada con la in-corporación de las mercancías como identidad y estilo de vida, en el propio aparato psíquico, como ensueño de un sentido de vida y como narrativa individualista-egoísta.
3. Fenómenos como la expansión del tráfico y consumo de drogas psicoactivas ilegales están entre los efectos de una crisis estructural que es económica y cultural al mismo tiempo. Suponer que son la causa de la «crisis de valores» de los pobres es quedar muy corto en el análisis y tratar a una consecuencia como causa. Pero peores son las recetas de solución: aplicación masiva de la violencia estatal contra los pobres («megaoperativos» de saturación policial en los barrios marginales, «cacheos» a los transeúntes pobres, allanamientos nocturnos, creación de policías militarizadas). Estas intervenciones pueden en todo caso aumentar el grado de violencia social y generar una espiral de violencia delictiva y de resistencia directa y desorganizada, pero en ningún caso disminuir la delictividad, que tienen más que ver con la precariedad del presente y la pauperización relativa (que se expresa en la concentración de la riqueza), la falta de perspectivas de futuro y el carácter económicamente redituable del latrocinio y el tráfico de drogas (bastante más que trabajar 8 horas diarias en un comercio para ganar U$S 250 al mes, cuando el alquiler de una casa en muy malas condiciones no baja de U$S 500 al mes, como ocurre hoy en Montevideo). Aterrorizar a los pobres tiene, eso sí, consecuencias electorales favorables al gobierno entre los votantes atemorizados, pero sólo a corto plazo si se trata de un gobierno de izquierda, porque como enseña la lección europea de los años 1990s, cuando hay problemas de seguridad pública (sentidos y/o reales), la percepción generalizada es que la derecha reprime mejor.
4. Si nos salimos del discurso hegemónico de la «crisis de valores» y pensamos en la sociedad toda y no sólo en los más pobres, podemos decir que efectivamente sí hay una «crisis de valores» en toda la sociedad, en el sentido que se dejan atrás algunos valores y se entronizan otros, o que los objetos sociales cambian relativamente de valor. Pero es otra crisis de valores. Para ello digamos que convergen aquí dos procesos generales de la sociedad: una reestructuración regresiva del capitalismo (flexibilización de la economía cuyo modelo es la especulación financiera) y una crisis de sentido histórico (la tantas veces mentada «caída de los metarrelatos modernos» de la revolución socialista y el progreso burgués). El viraje casi fanatizado hacia el neoliberalismo por parte de los gobiernos de izquierda no hace más que acentuar la crisis de sentido histórico por todo el cuerpo social: esperar inversiones extranjeras en la extracción de nuestra riqueza medio-ambiental como motor del «desarrollo», más que una estrategia de desarrollo «agro-inteligente» es una declaración de desesperanza y sometimiento. El problema de esta «crisis de valores» es que el lazo social se debilita y se resignifica destructivamente cuando se avanza en el programa neoliberal, y con él, el capital y la lógica de la ganancia, de las ofertas y demandas, de los rendimientos financieros, se va instalando en cada espacio social y mental, dejando margen cero para las lógicas de la solidaridad. Cuando hay escuelas del interior del Uruguay que tienen el agua contaminada por Atrazina (veneno que se usa masivamente en la plantación de soja transgénica) y los niños no tienen agua para beber y no sólo para los gestores del estado sino para la población en general eso importa un comino, porque es más importante el punto de PIB que aumenta con la producción de soja, estamos ante una «crisis de valores» otra de cuyas manifestaciones es la violencia y el latrocinio de los pobres contra los pobres y las clases medias-bajas. No es distinta la escala de valores del economista gobernante que se desentiende de los pobladores del pueblito de Los Vázquez de Tacuarembó, que no tienen agua potable porque las napas más cercanas a la superficie se secaron en virtud de la plantación extensiva de eucaliptus y la del asaltante que despoja a un trabajador para sacarle unos pesos. En ambos casos el valor del dinero superó al valor de la humanidad.
5. En otros países, la sociedad ciega de sí, generó el chivo expiatorio del terrorismo islámico. En América, el chivo expiatorio es la delincuencia. Ambos cumplen el papel de facilitarle a las elites la posibilidad de poner a combatir a los pobres contra los pobres para mantener sus privilegios intocados. En todo caso, la devaluación de las garantías constitucionales que se está promoviendo en esta región podrá servir en algún tiempo para criminalizar y reprimir la protesta social, pero de ningún modo impedirán la delincuencia, porque no afecta a sus causas. Una vez más, la estrategia para superar estas «crisis de valores», la de los pobres y la de la sociedad en general, está en que logremos generar dispositivos económicos y culturales justos y solidarios, que prioricen el equilibrio ambiental y pongan a la economía al servicio de las necesidades humanas y no viceversa como en la actualidad.
Blog del autor: http://elvichadero.blogspot.com/2012/05/crisis-de-valores-que-crisis-de-valores.html
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