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Crisis mundial: implicaciones para Costa Rica (I)

Fuentes: Revista Amauta

Hablando de la crisis económica mundial, la conclusión más realista es la siguiente: esta crisis no encontrará una solución pronta ni más o menos satisfactoria. El asunto se prolonga ya por un lustro completo, y amenaza tener larga vida. Empezó hacia 2007 en Estados Unidos, con el descalabro de las llamadas hipotecas basura, lo que […]

Hablando de la crisis económica mundial, la conclusión más realista es la siguiente: esta crisis no encontrará una solución pronta ni más o menos satisfactoria.

El asunto se prolonga ya por un lustro completo, y amenaza tener larga vida. Empezó hacia 2007 en Estados Unidos, con el descalabro de las llamadas hipotecas basura, lo que a su vez trajo, primero el frenazo de la especulación inmobiliaria y, enseguida, el desplome de los precios del suelo y la vivienda. Empezó entonces la crisis hipotecaria convertida en una epidemia devastadora que lo mismo arrebataba su casa a millones de familias, que empujaba al abismo la diversificadísima gama de instrumentos financieros especulativos gestados a partir de las hipotecas. Enseguida, la crisis hipotecaria mudó en crisis financiera que arrastraba a prácticamente todos los bancos más importantes en Estados Unidos y Europa. Su siguiente, y casi inmediata mutación, fue su transustanciación en una recesión violenta, de alcances planetarios.

La intervención pública en una escala sin precedentes históricos, frenó lo que de otra manera habría sido un colapso generalizado del sistema bancario transnacional. Así, aquellos que, desde la banca, propiciaron la crisis a través de juegos especulativos supremamente irresponsables, se beneficiaron con el apoyo de fondos públicos por cifras astronómicos. Los profetas del anti-estatismo más rabioso, que también lo son de la avaricia sin freno, fueron salvados por el odiado Estado, pero a costa del contribuyente de a pie. Y fue ese mismo estado -y los fondos públicos que este movilizaba- los que frenaron la recesión, de forma que, si bien no se impidió que esta causase enormes estragos, cuando menos se logró que no se degradara en una depresión mundial.

Tras la Gran Recesión, vino la macilenta recuperación. La historia de esta última empieza hacia los últimos meses de 2009, y en lo que a Estados Unidos se refiere, se remonta hasta el momento actual. En términos generales, podríamos decir que ha ocurrido aproximadamente lo que Krugman anticipó: un estímulo fiscal limitado tan solo permitió evitar lo peor pero no poner a la economía en un sendero de recuperación firme y sostenida. De tal forma, lo mejor que podría decirse de la economía estadounidense es que durante cerca de tres años ha evitado caer nuevamente en recesión. Pero apenas se mantiene unos centímetros por encima de esta. En este lapso ha tenido breves empujoncitos, invariablemente seguidos de pronunciados frenazos; el último ha tenido lugar durante el reciente trimestre marzo-abril-mayo. El problema del desempleo sigue siendo muy grave, mientras la deuda constituye una terrible amenaza. Y, por cierto, no necesariamente una amenaza para el largo plazo. Incluso podría serlo para el muy corto plazo, en vista de las tensiones políticas que ello genera desde una ultraderecha republicana dogmática e intransigente.

La historia en Europa tiene sus peculiaridades y, como es obvio, resulta incluso mucho más tétrica. Desde que se dieron a conocer las irresponsables manipulaciones de las cuentas fiscales por parte del gobierno griego, se desató una espiral autodestructiva centrada en las deudas públicas de los países llamados periféricos. Arbitrariamente se ha querido generalizar a partir del caso griego, para asegurar que el problema se origina en el exceso del gasto y la deuda pública. Para Grecia esto es cierto solo en parte. Del todo no lo es en otros casos. En lo que Irlanda se refiere, el problema claramente se origina en los excesos especulativos de la banca, ante lo cual se produjo la movilización de recursos públicos por montos realmente brutales, dado lugar a déficits fiscales extremadamente altos. También en España el problema se ubica por el lado de la especulación inmobiliaria desbocada. Frenar la crisis demandó elevar los déficits fiscales, pero no es un dato menor el de que, no obstante esto último, todavía la deuda pública española -proporcionalmente a su PIB- siga siendo bastante menor que la alemana. Y, sin embargo, es España -y no Alemania- la que está al borde del colapso. Lo cual recuerda que Italia, también bajo asedio, no es un país cuyos gobiernos -no obstante la presencia de indeseables como Berlusconi- puedan ser acusados de irresponsabilidad fiscal.

Aunque esta crisis en Europa ha estado centrada en la deuda pública, en realidad no es una crisis de la deuda pública. Quizá lo sea en parte para el caso de Grecia, pero difícilmente se podría afirmar lo mismo de otros. Primero, porque los problemas del déficit fiscal y la deuda surgieron principalmente como respuesta obligada ante la crisis financiera y la consecuente Gran Recesión, y tendieron a agravarse y perpetuarse cuando la recuperación posterior fue débil y vacilante. Segundo, porque todo esto se ha visto agudizado en virtud de los juegos especulativos contra los gobiernos más débiles. De por medio hay una institucionalidad -construida a lo largo de decenios de predominio neoliberal- que entrega un poder asesino a los agentes de la especulación financiera global.

La cuestión se agrava cuando las dirigencias políticas europeas responden básicamente amoldándose a ese poder, institucionalmente sancionado, de que disponen los capitales especulativos. Todo se ha hecho intentando satisfacer sus caprichos, en un juego destructivo que conlleva costos sociales y humanos brutales. De ahí que la crisis económica se transmute en crisis política y, correlativamente, en un agudo proceso de pérdida de legitimidad de los sistemas políticos europeos.

Así pues, y al cabo de cinco años, podemos hablar de una crisis que va mudando como si fuera un organismo mutante. Es un síndrome de turbulencias globales que no da respiro. Resulta absurdo imaginar que pueda resolverse pronto. Hasta en el mejor de los casos, sus secuelas se prolongarán todavía por muchos años.

En ese contexto, repasemos brevemente la posición en que se sitúa Costa Rica: la estrategia económica seguida por nuestros gobiernos desde hace casi treinta años, se basa en tres pilares y se vincula a dos mercados principales. Los pilares son: exportaciones, turismo e inversión extranjera. Los mercados son: primero, Estados Unidos; segundo Europa. Aquellos tres pilares funcionan como al modo de correas de transmisión que nos conectan a estos mercados.

Siendo que la crisis en Estados Unidos y Europa es de enormes proporciones y amenaza tener secuelas perdurables ¿es sostenible ese modelo económico aplicado en Costa Rica?

Sobre esto volveré en mi próximo artículo.

Fuente: Soñar con los pies en la tierra