En su devenir histórico, la sociedad salvadoreña se ha encontrado rodeada de violencia; en realidad, los grandes logros obtenidos como sociedad han sido precedidos por procesos sociales violentos; la historia no lo niega: somos producto de la violencia. Una parte buena de esa violencia, se encuentra estrechamente relacionada con las estructuras sociales y económicas dominantes. […]
En su devenir histórico, la sociedad salvadoreña se ha encontrado rodeada de violencia; en realidad, los grandes logros obtenidos como sociedad han sido precedidos por procesos sociales violentos; la historia no lo niega: somos producto de la violencia. Una parte buena de esa violencia, se encuentra estrechamente relacionada con las estructuras sociales y económicas dominantes. Esas estructuras, que buscan imponer sus intereses y manejar el poder, se convierten en fuentes generadoras de violencia social y económica.
La violencia económica tiene un carácter dialéctico; por una parte, están los que engendran violencia, que son los que buscan el control del poder político y económico, que se conforman como una clase hegemónica; por otra parte, están los oprimidos, las victimas sobre las que se ejerce la violencia, que en un determinado momento de la historia se ven obligados a responder con más violencia debido a la presión que son sometidas sus condiciones materiales y espirituales de existencia.
Explicar el carácter estructural de la violencia es sumamente complejo, se requiere incluir diversas aristas para un análisis exhaustivo: como el contexto histórico, social, cultural y económico. Entender la violencia desde un enfoque multidimensional es una tarea necesaria; pero también, es menester disponer de una teoría crítica que aborde la problemática desde sus diversas contradicciones y formaciones que, desde luego, se encuentran enmarcadas en el sistema capitalista.
La presente realidad que afrontamos como sociedad, es un caos de violencia manifiesta en sus múltiples dimensiones. La sociedad salvadoreña está inmersa en un contexto de violencia que en buena medida es producto de las estructuras económicas y sociales dominantes; esta forma violencia económica que se ejerce sobre la clases oprimidas con el tiempo tiene una manifestación estructural, es decir, nuevas formas de violencia que se exteriorizan como una respuesta a las precarias condiciones de existencia a las que se enfrenta el sujeto oprimido. Es importante dilucidar que, esta de forma de expresión de violencia por parte del oprimido, por lo general, no es dirigida directamente al opresor y, si acaso lo fuese, no manifiesta un carácter planificado y transformador de la realidad, esto porque no existe conciencia de clase. Pero sucede que esa forma de violencia se vuelca contra los mismos oprimidos, es decir, se crean sujetos violentos que descargan sus frustraciones entre ellos mismos. Eso explica buena parte de lo que pasa en El Salvador, la sociedad expresa la opresión a la que está sometida en múltiples formas de violencia, que por su carácter estructural son difíciles de ser normadas y reguladas.
La burguesía, que mediante un proceso violento logró despojar al proletario de sus medios de producción, ahora se encuentra en una posición privilegiada que obliga proletario a vender su fuerza de trabajo como única alternativa para realizar su proyecto de vida. La relación entre el burgués y el proletario no es en lo absoluto una relación solidaria o justa, por el contrario, es una relación de sometimiento y explotación, es una relación que engendra violencia por la forma en que el proletario es sometido a realizar sus condiciones materiales y espirituales de existencia.
Esa es la violencia económica que se critica, la que ejerce el burgués creando desempleo por el control que tiene sobre la producción de bienes y servicios, la violencia que genera presionando a la clase trabajadora a firmar contratos salariales de miseria, la violencia que genera al despedir con facilidad a sus empleados producto de la flexibilidad laboral, la violencia que genera con las pautas de consumo que crea en los consumidores. No tener derecho a un trabajo digno, es una forma de violencia económica que tiene repercusiones serias en la sociedad. La violencia económica aparece disfrazada en la economía neoliberal simplemente como las condiciones del libre mercado. Las formas en que producen las empresas, las reglas en que compiten, las condiciones que exigen para su funcionamiento, la forma en que llegan al consumidor final, esas formas lleva un contenido explícito o implícito de violencia que repercute en el colectivo social. Esa forma de generar violencia no es regulada por el estado, porque según la visión neoliberal desincentivaría la inversión privada, que es considera el motor de la economía. Las diferentes formas de violencia que sufre el país y su profundización, tienen en la actualidad una complicidad directa con el Estado. El estado neoliberal, implementado en la década de los noventa, ha facilitado enérgicamente la conformación de estructuras económicas que controlan el mercado, que concentran el ingreso y el poder, y que buscan hacer permanecer sus intereses al cualquier precio. En ese sentido, la solución al problema de la violencia pasa en buena medida por erradicar esas estructuras económicas dominantes, que son generadoras de violencia; para ello, hace falta una reestructuración de las funciones del estado, que converjan en una agenda dirigida a enfrentar el problema de la violencia en su carácter multidimensional.
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