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¿Cuál es el problema estratégico de la República Dominicana?

Fuentes: Rebelión

A pesar de que la oposición, de una u otra forma, ha estado afirmando sin cesar que nuestro principal problema es la corrupción e impunidad, voy a tomarme el atrevimiento de contradecir esta opinión. El problema estratégico de la República es la falta, casi completa, de la conciencia soberana de la llamada parte pensante de […]

A pesar de que la oposición, de una u otra forma, ha estado afirmando sin cesar que nuestro principal problema es la corrupción e impunidad, voy a tomarme el atrevimiento de contradecir esta opinión.

El problema estratégico de la República es la falta, casi completa, de la conciencia soberana de la llamada parte pensante de nuestra sociedad, incluyendo, por supuesto, la élite política y empresarial.

A pesar del enfoque de la opinión pública en la inseguridad ciudadana y toda clase de acciones criminales y escándalos que la acompañan, esto no constituye el problema de fondo, podrían ser sus síntomas pero no son su esencia.

Debo resaltar que no sostengo que estos síntomas no puedan, o no deban, ser atendidos sin adentrarse en el problema de fondo, solo pongo en duda la efectividad de ese proceder a largo plazo.

Se trata de un círculo vicioso, nuestro ser nacional habla, sin parar, de todos los males menos del más importante y éste, a su vez, se agudiza y lo hace hablar aún más, saturando la opinión pública y hastiando a la población. Así va desarrollándose un glaucoma estratégico que va sofocando lenta pero progresivamente nuestra visión nacional hasta que – Dios no lo quiera -la apague por completo.

Zigzagueamos en tinieblas en vísperas de una larga noche, topándonos, en el camino, con destellos de titulares mediáticos que provocan escalofríos. Luego salimos corriendo hacia siluetas de magos que prometen resolverlo todo con sus artes y soluciones de ferreterías. Todo en vano.

No podemos seguir viviendo, y mucho menos seguir construyendo el futuro de nuestros hijos, según recetas -aceptadas como regalo o impuestas- de nuestros vecinos del Norte, Naciones Unidas o los mitómanos globales del nuevo orden. No podemos delegar la tarea de ser una nación, no podemos permitir que nos arrebaten nuevamente el timón o dar círculos con él en las manos hasta encallar en los arrecifes del cabo Haitiano por no saber trazar nuestro propio rumbo. Esto aplica a prácticamente todas las esferas de la vida y el quehacer nacional.

Haciendo paréntesis, debo admitir que mientras se trate de un ser humano (un individuo promedio), el proceso de la toma de conciencia de su «soberanía» personal ocurre paulatina y naturalmente pero de forma casi inevitable. Mientras que en las grandes colectividades, como lo son las naciones, esa toma de conciencia parecer requerir un esfuerzo colectivo considerable. Y puede no ocurrir nunca, produciendo al final, yo diría, una especie de parálisis cerebral nacional el cuál, en última instancia, sería nuestro sepulturero, por más folklor que quieran preservar.

Mientras tanto, el tiempo se mueve de forma cada vez más vertiginosa y en contra de nuestra joven República. No lo podemos derrochar más sin cobrar nuestra conciencia soberana que permita crearnos nuestro propio destino como toda personalidad histórica con carácter propio debe hacer.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.