La historia de América Latina es una permanente tensión dialéctica entre monroísmo y bolivarismo. El monroísmo, expresión de la Doctrina Monroe, elaborada por el Presidente James Monroe, en 1823, postula la hegemonía permanente de EEUU sobre América Latina. El bolivarismo anhela, por su parte, la unión solidaria del polo hispánico latinoamericano, al considerar que América […]
La historia de América Latina es una permanente tensión dialéctica entre monroísmo y bolivarismo. El monroísmo, expresión de la Doctrina Monroe, elaborada por el Presidente James Monroe, en 1823, postula la hegemonía permanente de EEUU sobre América Latina. El bolivarismo anhela, por su parte, la unión solidaria del polo hispánico latinoamericano, al considerar que América Latina no es un conjunto de naciones, sino una Nación deshecha, en palabras del chileno Felipe Herrera.
El monroísmo buscó consolidarse a través de la Conferencia Panamericana (1889), la Junta Interamericana de Defensa (1942), el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (1947) y la Organización de Estados Americanos (1948). El bolivarismo lo hizo mediante el surgimiento de la generación del 900 (Rodó, Ugarte, Vasconcelos, Blanco Bombona, Franz Tamayo, entre otros), la fundación del APRA, en 1924; el intento de Perón de crear la Unión Aduanera entre Argentina, Brasil y Chile (1953), y últimamente, en el nacimiento del MERCOSUR, UNASUR, el ALBA, la CELAC y el Consejo Suramericano de Defensa (CSD).
En consecuencia, el CSD, organizado como parte de UNASUR, el 2008, viene a ser una surte de hito actual dentro de los planteamientos bolivarianos y que ha conmocionado al Reino Unido, al determinar, en semanas precedentes, que barcos de guerra británicos o con equipos de exploración petrolera no puedan recalar en puertos de Argentina, Brasil, Uruguay, Perú o Chile. Estos temas han sido abordados por el académico argentino Miguel Ángel Barrios (MAB), en su libro «Consejo Sudamericano de Defensa: Desafíos Geopolíticos y Perspectivas Continentales» (Editorial Biblos). MAB ha publicado anteriormente «El Latino americanismo en el Pensamiento Político de Manuel Ugarte», «Perón y el Peronismo en el Sistema Mundo», «Diccionario Latinoamericano de Seguridad y Geopolítica», «El Latino americanismo Educativo en la Perspectiva Regional» y «El Significado Geopolítico del MERCOSUR».
El autor advierte que su nueva producción bibliográfica sale a luz en momentos de profundos cambios en la escena internacional, entre los que se destacan el desplazamiento del eje económico del Atlántico al Pacífico y al Indico, el fracaso de la proyección militar de EEUU (Irak, Afganistán), la privatización de la guerra a manos de contratistas, las dificultades del dólar, el fracaso de la autorregulación de los mercados, los crecientes problemas de funcionamiento del sistema capitalista mundial y en lo relativo al empleo, alimentos, finanzas y energía. Estos fenómenos ocurren en medio de la desoccidentalización del mundo y de un vaciamiento de los contenidos humanos de la política, sobre todo de los centros de poder mundial, que se aferran sólo a la «real politik».
Frente a las visiones neo darvinistas, procedentes del ethos calvinista estadounidense, el UNASUR, debido a la potencialidad energética, acuífera, de recursos naturales, alimenticios y en biodiversidad de la región, ha captado la necesidad de crear una doctrina de defensa común de la Patria Grande. Esa inquietud se ha traducido en la formación del CSD: Con la creación del CSD se ha roto el excluyente análisis geopolítico de Occidente para el resto del mundo. El análisis simultáneo de varias globalidades es una nueva categoría histórica, que tiene carácter irreversible. En consecuencia, se ha transitado, después de la caída del muro de Berlín, del bipolarismo (EEUU-URSS), al unipolarismo. Estados Unidos, al no poder mantener su dominio, ha tenido que ingresar a un sistema «apolar» (sin polos hegemónicos, de acuerdo a la expresión de Kissinger), desde donde se avanza al multipolarismo. Con el CSD, América Latina, por primera vez en su historia, es capaz de defender su seguridad y planificar sus propios objetivos sin la vigilancia de la Doctrina Monroe, lo que brinda una idea del avance bolivariano.
MAB nos recuerda que «un nuevo mañana exige un nuevo ayer». Desde esta perspectiva, Latinoamérica rescata el hecho de que en su territorio se fusionaron tres grandes troncos de la familia humana. La estirpe indígena, procedente del Asía, la blanca mestiza europea y la enorme migración africana, a través del tráfico de esclavos a países como Brasil y Cuba. Por esta razón, el mexicano José Vasconcelos llama a la América morena síntesis de razas y única esperanza de vida pacífica y civilizada sobre el planeta.
El uruguayo Alberto Methol Ferré refutaba a quienes piensan que nos hallamos frente al fin del Estado, como creen los indigenistas a ultranza. Estamos, por el contrario, frente al nacimiento de un nuevo tipo de Estado: Los Estados continente industrializados, que llevarán adelante la globalización multipolar. Los Estados continente generarán las únicas entidades políticas del sistema-mundo, capaces de sostener la autonomía o soberanía fáctica real, más allá del juridicismo abstracto elaborado por Occidente. De ahí el por qué Latinoamérica necesita con urgencia forjar su conciencia geopolítica. El paso inicial es auspicioso, ya que el CSD es la hija geopolítica del Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por el Libertador, en 1826
Las reflexiones de MAB necesitan ser discutidas y enriquecidas. Su texto omite mencionar las reuniones periódicas de los Ministros de Medio Ambiente de la CELAC, destinadas a plantear posiciones comunes en «Río + 20», evento donde las Naciones Unidas debaten los problemas de la contaminación ambiental. La ausencia de programas regionales coincidentes ha facilitado la acción desembozada de ONG europeas y norteamericanas, que han penetrado profundamente en las estructuras institucionales de la patria bolivariana. La dimensión del problema amerita planteamientos endógenos.
La región requiere, asimismo, reflexionar sobre las tendencias indigenistas excluyentes que distorsionan el pasado, las que si bien denuncian con pertinencia abusos a comunidades aborígenes, ocultan el entramado poblacional generado en siglos de coloniaje y vida republicana. Y, lo que es peor, se silencian los profundos cambios operados en el mundo indígena, a partir de la migración a las grandes ciudades, sosteniendo, sin ninguna base empírica, que las culturas tradicionales se mantienen inalterables en medio de grandes urbes. La intencionalidad es clara: Detener la cohesión espiritual de la América morena para enfrentar los desafíos del Siglo XXI, acompañada de acuerdos entre indígenas y petroleras, como ocurrió con Repsol y la Asamblea del Pueblo Guaraní, en Bolivia, en marzo de 2011.
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