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Desventuras y veleidades de la izquierda latinoamericana

Fuentes: Barómetro Internacional

En la América Latina de hoy, las tradicionales nociones de izquierda y derecha en política, asumen límites cada vez más difusos, si nos atenemos a la conceptualización habitual utilizada para definir tales nomenclaturas. Ello ha llevado a que el ex canciller mexicano Jorge Castañeda hijo, uno de esos típicos renegados que pululan por nuestro continente, […]

En la América Latina de hoy, las tradicionales nociones de izquierda y derecha en política, asumen límites cada vez más difusos, si nos atenemos a la conceptualización habitual utilizada para definir tales nomenclaturas. Ello ha llevado a que el ex canciller mexicano Jorge Castañeda hijo, uno de esos típicos renegados que pululan por nuestro continente, haya acuñado la idea de que hay una «izquierda buena» y una «izquierda mala». Tal definición fue tomada por Arturo Valenzuela, ex Subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos de Estados Unidos y transformada en eje de la política exterior de ese país hacia la región. Ese es el contexto sobre el cual se definen las prioridades y, por tanto los viajes y vínculos principales en la agenda del Presidente Obama respecto de los países al sur del Río Bravo

No se trata de criticar per se. Sólo de constatar hechos que ocurren en nuestra región y que obligan a mirar la política en las circunstancias propias en que se desarrollan y considerando los matices de cada caso.

Los casos extremos son México y Chile. En el país de aztecas y mayas, el neoliberalismo llegó de la mano de los gobiernos priistas de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. El PRI otrora partido de la revolución mexicana encarnó en la primera mitad del siglo XX, los ideales nacionalistas y de solidaridad latinoamericana, así como programas de desarrollo social y transformación educativa y cultural que surgieron de la Revolución de 1910 en ese país del norte de América, la que se convirtió en el primer y más importante hito alternativo al sistema de dominación en la historia del continente hasta el triunfo de la Revolución Cubana. Después de ser desalojado del poder en el año 2000 y tras dos gobiernos de la derecha fundamentalista del partido PAN, el PRI ha regresado al gobierno, mimetizado de tal manera que parece un gobierno de continuidad de los que lo antecedieron. Las recientes declaraciones del Canciller mexicano José Antonio Meade antes de la vista del presidente Obama a ese país hubieran avergonzado incluso a Salinas y Zedillo por su deleznable tono de subordinación imperial. Cabe decir que este canciller fue Secretario de Energía y posteriormente de Hacienda (ministro) en el anterior gobierno de derecha de Felipe Calderón.

En Chile, Estados Unidos fue capaz de construir el «modelo perfecto»: un sistema neoliberal de democracia excluyente administrado por una «izquierda» encarnada en la Concertación de partidos por la Democracia, que es el consorcio de organizaciones políticas que hoy son oposición, pero que usufructúan por igual del sistema creado por Pinochet. En el súmmum de la realización imperial, Estados Unidos se puede ufanar de un régimen donde conviven los autores intelectuales del golpe de Estado contra Allende, con las víctimas que este macabro hecho produjo. Hasta los comunistas quieren hoy aliarse a tan exitosa creación.

De este proceso de difuminación de los conceptos y de la ubicación de las fuerzas en el espectro político, ha resultado una aparente despolarización y un corrimiento de las definiciones hacia el centro. Así, ya casi no hay organizaciones ni de izquierda ni de derecha. Las primeras buscando espacios en el «show» de la democracia representativa ahora se llaman centro izquierda. A su vez, los segundos se autodenominan centro derecha. Hasta Capriles, afirmo -durante su fallida campaña electoral- ser de centro izquierda asegurando que su modelo político era el de Lula.

Incluso, hace unos años, al finalizar la dictadura en Chile, un empresario creó un partido de centro-centro y con él fue candidato presidencial. Esa postura la han asumido en sus respectivos gobiernos, Martín Torrijos en Panamá y la domesticada Michelle Bachelet en Chile, que desarrollaron gobiernos en los que se preocupaban por mantener una escrupulosa actitud de no relacionarse con los «extremos». Es lo que en lenguaje popular se llama «no estar ni con Dios ni con el diablo» o en otras palabras, también surgida de la sabiduría de los pueblos del sur del continente, «no ser ni chicha ni limoná». En cada caso las idiosincrasias pagaron a los sostenedores de estas posturas. En el meridional y frío Chile, Bachelet terminó su gobierno con un altísimo nivel de popularidad. En el Caribe cálido del istmo, Torrijos condujo a su partido de la revolución democrática panameño (PRD) a la peor derrota electoral de su historia.

En Uruguay, el muy carismática Pepe Mujica llega todas las mañanas a trabajar en su VW escarabajo. Uno de esos días, muy simpáticamente, junto a su ministro de defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, conocido como el Ñato, también fundador del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros le dieron el visto bueno a un acuerdo militar con Estados Unidos, resistido y rechazado por importantes sectores de la sociedad uruguaya, en particular del Frente Amplio que gobierna ese país. Esta decisión no es óbice para que Uruguay tenga un activo papel en el funcionamiento del Consejo de Defensa Sudamericano de Unasur, que entre otras cosas llama a sus miembros a evitar las injerencias extra regionales en materia de defensa y seguridad para construir una política militar de conjunto con sus pares sudamericanos. Uruguay aún no ha firmado un anunciado TLC con Estados Unidos. Esa tarea quedará para el también miembro del izquierdista Frente Amplio, Tabaré Vázquez, posible sucesor de Mujica, si es elegido presidente en los próximos comicios del país del Río de la Plata. Esta decisión tampoco pondrá en riesgo su presencia en Mercosur, grupo que se ha fortalecido creando políticas comerciales autónomas. Es curioso, el gobierno de izquierda de Uruguay, asume la misma política que los de Chile y Colombia ambos abiertamente de derecha.

En se mismo ámbito de cosas interesantes y extrañas que ocurren en nuestra región, me viene a la memoria lo sucedido en un casual encuentro en un avión con el hoy presidente de Perú, Ollanta Humala cuando ambos viajábamos a la toma de posesión de un mandatario latinoamericano. Entablamos una amena y sugestiva conversación. Por mi parte, estaba ávido de conocer su proyecto político. Me dijo que él lo definía como socialista y nacionalista y que por eso su partido se llamaba de esa manera partido nacionalista del Perú. Le dije que eso me parecía sumamente peligroso porque nacional socialistas eran los nazis. Afirmé que era una mezcla muy «explosiva» para el Perú y para cualquier país de América Latina. No dijo nada sobre su idea de socialismo, pero argumentó sobre su concepto de lo «nacional». Le dije que si bien el Estado nacional peruano tenía como casi todos los de la región alrededor de 200 años de fundado, el problema de la nación no se había podido resolver, sobre todo en aquellos países que poseen una importante población originaria. Después, de una somera explicación del en ese entonces pre candidato peruano, no pude encontrar respuesta a la pregunta de qué nación quería construir, ¿la peruana?, ¿la quechua?, ¿la aimara? Sólo por la fuerza, los pueblos originarios pueden aceptar igualar su ciudadanía peruana con su nacionalidad peruana. Desde mi punto de vista en los países latinoamericanos y del Caribe, y sobre todo en los que tienen importantes minorías étnicas, ciudadanía y nacionalidad no son lo mismo. Finalmente, esa ha sido una imposición racista y reaccionaria de las derechas que han gobernado por décadas.

Años después Humala fue a una nueva confrontación electoral. Era el candidato de izquierda en primera vuelta y, en segunda vuelta enfrentado a la hija de Fujimori, su «orientación política» se consolidó, sólo que ganó con el apoyo de Álvaro Vargas Llosa y Alejandro Toledo, ambos reaccionarios, neoliberales y aliados de las causas más perversas en la historia de su país y de la región.

En fin, son algunas veleidades de lo que se llama izquierda latinoamericana en el poder. Es un signo de los nuevos tiempos. Las cosas no siempre suceden como se desean. La realidad de la ejecución de la política dista mucho de su retórica. Pero, ¿qué pasa con la derecha en la región? De eso hablaremos la próxima semana.