Recientemente el presidente José Mujica concedió una nueva entrevista a la cadena transnacional CNN, despachándose «a piacere» sobre una gran variedad de temas políticos e ideológicos. (Aquí puede leer un resumen de la entrevista). En rigor a la verdad, sobre lo dicho en esa entrevista con la periodista Claudia Palacios, no hay nada nuevo bajo […]
Recientemente el presidente José Mujica concedió una nueva entrevista a la cadena transnacional CNN, despachándose «a piacere» sobre una gran variedad de temas políticos e ideológicos. (Aquí puede leer un resumen de la entrevista).
En rigor a la verdad, sobre lo dicho en esa entrevista con la periodista Claudia Palacios, no hay nada nuevo bajo el sol. Es una perla más, una de tantas desde que el «EX» le ganó al guerrillero.
Otro episodio de una serie políticamente cacofónica que conocemos hasta el hartazgo por estos lares, pero que no por ello sus efectos son inocentes o inocuos. Por el contrario son el emblema vivo de una izquierda institucionalizada e institucionalizante, expresada por uno de sus más convincentes y vigentes artífices.
En esta última ocasión, el presidente Mujica hizo nuevamente gala de su vocación de «crack». Dijo que hoy es un anacronismo hablar de gobiernos de derecha o de izquierda, lo que hay más bien son ofertas de centro, de que a su pesar la sociedad uruguaya no está preparada para excarcelar a los violadores de derechos humanos. Ratificó su decisión de no innovar en materia de manejo del espectro radioeléctrico, consagrando así el latifundio mediático imperante en nuestro país bajo el control de tres de las familias más pudientes del Uruguay. Por último tuvo una atención para la guerrilla colombiana: que claudiquen a su estrategia de más de 50 años de lucha y se integren al régimen institucional que más luchadores sociales, sindicales y campesinos asesina en el mundo entero. Que vale la pena!!(Sic)
Habló de todo esto y más, untado de un «pasado» del que sabe arrogarse como pocos. De una tradición revolucionaria que ya no se renueva pero que se usa sistemáticamente para justificar el polo opuesto de lo simbólicamente representado por esa investidura pretérita.
Los cracks no lo son solo por sus habilidades sino por sus prestaciones y utilidad.
La derecha «orgánica» no es lerda ni perezosa y sabe más que bien que no hay mejor mensajero que aquel que viene de la trinchera contraria. Por eso el traje de crack le queda como nacido, porque para serlo, hay que ser todo. Hay que ser de izquierda, de centro y de derecha.
Engalanado por la periodista como el Mandela latinoamericano, el presidente Mujica se desmarcó, con cinturita de bailarina, del proyecto de integración alternativa impulsado desde el ALBA; porque a él no le gusta la espectacularidad, ni la burocracia, ni el estatismo. Porque claro, en el fondo él es un libertario…tan en el fondo que si alguna vez estuvo un libertario ahí se murió aplastado. Según el presidente Mujica la vía en la que él está trabajando para Uruguay es el socialismo autogestionario…que Bradbury ni Bradbury, acá tenemos un especialista de la literatura fantástica.
No es la intención de este artículo evidenciar empíricamente la incongruencia del proyecto económico y social del gobierno del Frente Amplio con la generación de las condiciones para la construcción del socialismo autogestionario, pero vale decir si que el gobierno está tan lejos de bregar por el socialismo como nosotros de su recuperación como alternativa política.
Decir una cosa para justificar el contrario, ese es el papel que juegan los cracks contemporáneos de la política gubernamental uruguaya. Hablan por izquierda para justificar lo que la derecha quisiera hacer pero no puede.
Este dispositivo discursivo, el del crack, está por encima de la responsabilidad política de hacer (y aún más de gobernar, en su caso) lo que se dice que se piensa. Ese parece ser uno de los costados de la cosa. Sin desmedro de aspectos conceptuales y políticos, mucho más importantes en el análisis de la crisis contemporánea de la reproducción ideológica de la izquierda uruguaya, también cabe decir que estos «coloquios» nos revelan que también hay algo de eso en esa crisis.
Desde hace ya mucho tiempo el presidente Mujica ofrece a diario un suculento festín discursivo, cuyo plato principal es la confusión generalizada. Desde su discurso en el Hotel Conrad a pocos días de asumir la presidencia, implorándole a las corporaciones capitalistas que vengan a invertir en Uruguay, con la certeza de que a diferencia de «otros» de Latinoamérica, nadie los va a expropiar ni les va a cambiar las «reglas de juego», pasando por su apreciación de la Cuba de Fidel y el Che, como el país campeón del reparto de nada; a pesar de que en nuestro Uruguay, gracias a la solidaridad del país isleño más de 25.000 pobres se pudieron operar de la vista. Vaya forma de repartir nada.
Otra de las tantas jugadas maestras del crack fue, en su momento, la interpretación como una «soldadesca» del abuso sexual al que fuere sometido un haitiano joven y pobre por parte de las fuerzas militares de Uruguay destacadas en el país de Louverture. Pero lo que más caracteriza el discurso del presidente Mujica es la utilización permanente de los más pobres y hambrientos del suburbio social del capitalismo como perímetro de defensa de su condición de crack. Toda decisión, hasta la más absurdamente contradictoria, se justifica con darles una mano a los más pobres.
El crack, por su vocación de tal, es muy peligroso y más cuando se le acerca la hora de dejar de demostrarlo.
El crack se comió al pedagogo y esa es tal vez, la más invisible pero la más revulsiva condición de un dirigente de izquierda. Cuando no se educa al propio pueblo en las contradicciones que lo atan al infortunio social ya se renunció a toda condición revolucionaria. Se es crack cuando no se explica lo que se debe hacer pero no se puede, al menos bajo sus supuestos respecto a las actuales condiciones. Esta es la más dolorosa e indignante de todas las renuncias. Nadie le iba a pedir a Mujica que hiciera lo que no puede pero sí que hiciera lo que puede, ayudar a ir un poco más adelante en conciencia colectiva, en comprensión política a nivel de pueblo del carácter antisocial e irreformable del capitalismo. Vaya lugar de privilegio para explicar, desde el seno mismo del gobierno, la inutilidad de la estructura vigente para avanzar hacia una sociedad donde nadie sea más que nadie en el plano de los derechos reales. Sin embargo, del lugar de privilegio se paso al privilegio del lugar, una tentación a la que ningún crack se puede negar.
Se es crack cuando no se asume decir la verdad para quedarse con el beneficio de la opulenta apariencia que regala la ignorancia sincronizada desde el poder de los que tienen el poder.
Se es crack cuando para no ahogarse uno, se termina salvando a los que hunden a todo el resto. Desde su primigenesis el gobierno del Frente Amplio incurrió en esa estratagema, es decir: en legitimar el sistema antes que asumir los eventuales costos electorales de explicar porque no hay «país de primera» que valga en una economía dependiente y desigual por naturaleza. Es que en aras de defender su gestión, el gobierno de Mujica terminó defendiendo el sistema, cayendo en la contradicción de abdicar a denunciar las contradicciones.
El crack es el que se las sabe todas, el que fue, vino y fue de vuelta.
Esa frivolidad parece incompatible con su condición de viejo sabio, austero y luchador que está en la vitrina de su oferta pública. Pero no por imperceptible deja de ser el virus un organismo dañino y a veces fatal.
El crack, ese triste personaje del poder, se comió al que al que alguna vez tanto respetamos, al revolucionario, al guerrillero, al compañero de Sendic.
«Donde nadie espera que hubiese gusanos»… ahí, en ese recóndito lugar, es donde habitan los apóstatas y claudicantes… esos de los que ya nos advirtió Zitarrosa… esos que por lo general pueden más que mil valientes. Pero… este no es tiempo de lamentos. Es tiempo de restañar, es tiempo de terminar con este tiempo, es tiempo de volver, de cumplir con el mandato de Condorcanqui, de ya no solo ser mil, con los que un traidor puede, sino de ser miles. Hay toda una nueva generación de recambio que ya no se identifica con el gobierno del Frente Amplio, ni con Mujica y lo que representa en la actualidad.
Hay toda una nueva generación, aún dispersa, agobiada y algo adormecida, pero fundamentalmente hastiada del desencanto, que de menos a más brega por salir de los escombros. Hay una nueva generación de militantes de izquierda que es consciente de que para abrirse camino ni un freno mulero debe sujetarla. A juntar fuerzas, a seguir con ese humilde aporte a esa imprescindible tarea, que de cracks no quiere saber nada pero de revolucionarios quiere rebosarse!
Sergio Sommaruga; militante sindical e integrante de la radio comunitaria La Voz Fm. Participó de la fundación de canal 2, la primer experiencia de televisión comunitaria del Uruguay.
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