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Perú

El desmadre de Fuerza Popular

Fuentes: Rebelión

No era un partido. Carecía de ideología, de principios programáticos, de estructura formal, de dirigentes elegidos por sus bases. Es claro que Fuerza Popular no es un partido político. No lo fue antes, y tampoco lo es ahora. Es simplemente una estructura en proceso acelerado de descomposición, que arroja a diestra y siniestra todas sus […]

No era un partido. Carecía de ideología, de principios programáticos, de estructura formal, de dirigentes elegidos por sus bases.

Es claro que Fuerza Popular no es un partido político. No lo fue antes, y tampoco lo es ahora. Es simplemente una estructura en proceso acelerado de descomposición, que arroja a diestra y siniestra todas sus vaguedades e imperfecciones.

Si quisiéramos aludir al proceso de gestación de lo que hoy se desmorona, tendríamos que recordar brevemente lo que fue «Cambio 90», la organización que llevó al gobierno a Alberto Fujimori en la última década del siglo pasado.

No fue tampoco propiamente un partido, sino un pequeño núcleo de entusiastas que decidió jugar al azar para ver si obtenía algo en los comicios de ese año.

Fueron factores extraños los que incidieron en esa circunstancia. Ellos determinaron los hechos que no respondieron ni a los méritos del grupo ni a las calidades del candidato propuesto.

El origen

Para que surgiera Cambio 90 fue indispensable una suma precaria: el interés del entonces rector de la Universidad Agraria empeñado en incursionar en «la política» para ser senador; y el entusiasmo de Víctor Homma¸ que buscó un caudillo y se rodeó de amigos.

Obtenida la victoria, el 4 de junio del 90 y luego de su viaje a la aldea de Kunanmoto, Alberto Fujimori dio un puntapié en el fundillo a Homma y acabó con «el partido». En su lugar fue ubicado Andrés Reggiardo, que nunca fue dirigente de entidad alguna, sino apenas incondicional del «chinito de la yuca».

Con Reggiardo esa nave se desplazó al garete por aguas procelosas, integrando lo que peyorativamente se dio por llamar «los no sé quién y los no sé cuántos» cuando se aludía a la numerosa -aunque casi anónima- «bancada parlamentaria» del gobierno de entonces. Esa nave naufragó el 5 de abril del 92, con el cierre del Poder Legislativo.

Incondicionalidad

Para los comicios del CCD y las contiendas electorales sucesivas, Fujimori no organizó partido alguno. Mudando de membrete, fue alumbrando estructuras selectas de incondicionales a las que irradió calor con los recursos del poder y el apoyo interesado de los grandes empresarios y de la «prensa grande».

Estas fuerzas anudaron un «acuerdo» que les permitió detentar el poder, a partir de un mensaje directo: Nosotros gobernamos; el pueblo, trabaja.

Con una táctica simulada, y orientada a engañar multitudes, Fujimori logró borrar de la cabeza de la gente las ideas políticas. Laura Bozzo y Magaly Medina trasmitieron contenidos, alimentados por la prensa chicha y la TV basura; gracias a los asesores del Doc y los recursos del SIN.

Así se alentó la incondicionalidad que caracterizara a los fujimoristas de ese tiempo. Pero era esa una incondicionalidad interesada, precaria y en el fondo falsa. Podía reflejarse en el proverbio etíope: «Cuando pasa el Gran Señor, el sabio campesino se inclina profundamente ante él, y en silencio se tira un pedo».

La primera caída

A la caída del régimen de Fujimori, esa organización se vino abajo y cayó como era; apenas un castillo de arena. Por eso costó tiempo, y dinero, reconstruirla y proyectarla como alternativa de gobierno y de poder.

Eso fue posible porque la clase dominante se dio cuenta que no contaba con una estructura propia ni confiable. El APRA -luego del fracaso de García en su primer mandato- no era «garantía»; y los otros segmentos de la sociedad, estaban dispersos y desorganizados. Incluso, la Izquierda -ya dividida por intereses de corte electoral- había abandonado virtualmente la pelea.

Keiko Fujimori fue la encargada de «cargar con el muerto». Pero no lo hizo sola. Contó con el apoyo de la «vieja guardia», es decir, con el apoyo de los incondicionales del padre que se habían enriquecido en la «década dantesca» -como se llamó a ese periodo- pero que, además, contaban ya con poderosos nexos con el empresariado local y el gran capital.

Al comienzo mantuvieron la idea de no formar partido, pero cuando percibieron que podía retornar a las esferas del poder, finalmente optaron por crear «Fuerza Popular».

Sin ideología ni principios

No era un partido, claro. Carecía de ideología, de principios programáticos, de estructura formal, de dirigentes elegidos por sus bases. Y es que Keiko y los suyos no las tenían todas consigo. Les era más prudente combinar formas supuestamente democráticas con procedimientos autoritarios.

Y rodearse, al mismo tiempo, de un anillo de incondicionales y establecer un mandato vertical que funcionara con eficacia. Fue esa la tarea que, en su momento, cumplieron Jaime Yoshiyama, Martha Chávez, Pierre Figari, Anna Herz y algunos más. Ellos eran «los líderes», los que asignaban las tareas y daban las órdenes. El resto, en distintos niveles, estaba llamado a cumplir.

Para que esto funcionara, se ideó un mecanismo que resultó formalmente exitoso un par de años: La organización partidista era muy pequeña y, por lo tanto, fácilmente controlable; Fuerza Popular era «más amplia» y estaba integrada por gente que llegó a sus filas porque ofrecía y buscaba. Tenía «algo» que dar, en efecto, pero buscaba más: ganancias, beneficios, provecho.

Eso explica la composición de la «bancada parlamentaria» -la expresión del «poder» del keikismo: la mayoría eran «invitados», es decir, ni militantes ni dirigentes del «partido». Esa estructura -el partido- era una suerte de «línea de flotación». La dirigían los «selectos», es decir, los amigos de Keiko, sus artífices e incondicionales.

Y se acabó

Grandes empresas -como Yanacocha- financiaron las campañas de 28 congresistas. Y eso fue público. Y Odebrecht aportó lo suyo para asegurar lo indispensable. Pero el «partido», contó con el apoyo de la clase dominante que había decidido ya que Keiko fuera presidente y que contara con una «mayoría parlamentaria» holgada y solvente.

Por eso, aunque FP obtuvo solo el 23% de votos en el plano parlamentario, le adjudicó 73 congresistas, de un total de 130. Lo que ocurrió fue que verdaderamente, ellos sí «borrachitos de poder» se dedicaron a disfrutar de la victoria y obtener nuevos beneficios.

Cuando eso se acabó -con la prisión de Keiko y las «confesiones» de los «colaboradores» de la Fiscalía- se desgranó el choclo. Ahora los fujimoristas podrían cantar la ranchera: «Ya se cayó el arbolito / donde dormía el Pavo Real / Ahora dormirá en el suelo / como cualquier animal»

Algo más

El tiro, en la línea de flotación de ese barco, fue certero. ¿Volverá al escenario? Puede ser. Como dijo Bertold Brecht, «el vientre del monstruo, es vientre fecundo». Podrá parir otra vez. Hay que estar alerta, entonces.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.