En nuestro país, la crisis que afectó en las últimas décadas a todos los segmentos de la sociedad, se expresó también en la descomposición de los Partidos Políticos, que virtualmente desaparecieron del escenario sin pena ni gloria. En verdad, esta era una realidad que se veía desde antes. El fujimorato fue, en buena medida, una […]
En nuestro país, la crisis que afectó en las últimas décadas a todos los segmentos de la sociedad, se expresó también en la descomposición de los Partidos Políticos, que virtualmente desaparecieron del escenario sin pena ni gloria. En verdad, esta era una realidad que se veía desde antes. El fujimorato fue, en buena medida, una expresión de esa realidad. Y pudo concretarse precisamente porque, en el marco de la falta de cultura democrática, la sociedad en su conjunto no valoró en absoluto la función ni el papel de las colectividades políticas en ese entonces aún vigente.
El espontaneísmo y la improvisación asomaron así como una realidad alimentados por el desencanto de las multitudes ante el fracaso de un liderazgo que se hundió por deformaciones y taras. Por eso, cuando cayó el régimen oprobioso de fines del siglo pasado, no fueron los Partidos Políticos los que llenaron el vacío, sino núcleos ocasionales o caudillos menores -como Perú Posible, o Alejandro Toledo- los que ganaron una circunstancial y precaria estima ciudadana. Y cuando en el 2006 volvió Alan García a la conducción del país, eso no fue consecuencia, tampoco, de la recuperación del APRA como colectividad política o partido, sino la expresión de una extraña suma de temores infundados. La clase dominante -en efecto- acomodó todos sus fardos en la cartera del señor García porque creyó que de ese modo, le cerraría la puerta a un pueblo que asomaba dividido e incluso inconsistente.
Sensatamente, nadie podría asegurar que el APRA gobernó propiamente el país en los últimos cinco años. Fue García y un cogollo aprista, corrupto y descompuesto, el que se hizo de las riendas del Poder y manejó a su antojo la estructura del Estado en provecho y beneficio suyo, y de los poderosos. Sin García de candidato, el 2011 el APRA volvió al oscuro rincón de la desesperanza y hoy cuenta apenas con 4 de los 130 parlamentarios electos.
Ollanta Humala asomó, en este escenario como un caudillo nacionalista. No se empeñó por construir ni un Partido que captara simpatía ciudadana, ni por diseñar un programa atractivo para las multitudes. Si ganó el respaldo de muchos, fue por su perseverancia y sincero empeño, y, precisamente, por la falta de alternativas que pudieron haberse levantado desde el campo popular. Como tal carencia se mantiene, hoy en el gobierno Humala no tendrá una fuerza orgánica y estructurada que le sirva de respaldo. Su pequeña organización partidista -con voluntad y decisión encomiables- estará seguramente siempre en disposición de lucha, pero carecerá de los vínculos indispensables con la sociedad para asegurar una sólida participación ciudadana en las tarea que se avecinan.
Y como en los predios de la izquierda esta realidad es también tangible, lo que está en la orden del día del proceso peruano es la necesidad de construir un Frente Unico capaz de aglutinar voluntades pero también de canalizar propósitos y secundar esfuerzos para avanzar por un terreno en buena medida desconocido.
Las Tesis del Frente Unico, que en el contexto de nuestro país fueron planteadas y propuestas por José Carlos Mariátegui en los años veinte del siglo pasado, han adquirido por eso inusitada vigencia. En verdad que él diseñó sus tesis pensando más bien en la organización sindical, y concibiendo al sindicato como un Frente Unico de clase, en una circunstancia en la que la estructura representativa del movimiento obrero despertaba resistencias incluso entre los mismos trabajadores. Pero por su importancia y trascendencia, ellas pueden perfilarse sin resistencia alguna en el escenario más amplio que compromete a todos los sectores.
Cuando el Amauta nos dice: «Todos tenemos el deber de sembrar gérmenes de renovación y de difundir ideas clasistas. Todos tenemos el deber de alejar al proletariado de las asambleas amarillas y de las falsas instituciones representativas. Todos tenemos el deber de luchar contra los ataques y las represiones reaccionarias. Todos tenemos el deber de defender la tribuna, la prensa y la organización proletaria. Todos tenemos el deber de sostener las reivindicaciones de la esclavizada y oprimida raza indígena», nos está hablando de las tareas que hoy importan a la inmensa mayoría de los peruanos que podemos, coyunturalmente, militar, o no, en uno u otro Partido o destacamento político del movimiento popular o incluso trabajar al margen de las precarias estructuras existentes.
El Frente Unico -añade Mariátegui- «No anula la personalidad, no anula la filiación que ninguno de los que lo componen. No significa la confusión ni la amalgama de todas las doctrinas en una doctrina única. Es una acción contingente, concreta, práctica. El Programa del Frente Unico considera exclusivamente la realidad inmediata, fuera de toda abstracción y de toda utopía. Preconizar el Frente Unico no es, pues, preconizar el confusionismo ideológico. Dentro del Frente Unico cada cual debe conservar su propia filiación y su propio ideario».
Y es que, en efecto lo que el país requiere -y lo que es objetivamente posible hacer en esta circunstancia- es sumar fuerza, y anhelos de personas, segmentos y sectores hermanados por una misma voluntad de lucha y por expectativas coincidentes, en procura de construir un Perú mejor en la perspectiva. Eso requiere, por cierto, un elemental conjunto de propuestas y acciones vinculadas a la actividad cotidiana pero también al propósito de marchar hacia un porvenir mejor. De ahí surge la idea de una verdadera unidad programática que llame al esfuerzo común. Pero los puntos de ese programa que habrá de servir a la causa unitaria no serán impuestos por nadie, sino por las propias exigencias nacionales, por los retos que tenemos de afrontar y por las urgencias que generan las luchas actuales de nuestro pueblo.
Si lo que el país reclama es una educación de calidad, la lucha por ella debe ser un punto esencial en el programa del Frente Unico. Todos debemos trabajar a lo largo y ancho del país para que, en efecto, se haga posible, al servicio de las grandes mayorías nacionales. Y lo mismo podemos decir cuando abordamos otros temas cardinales: la salud, el empleo, la inclusión social, la explotación de los recursos naturales, la defensa del medio ambiente, los temas de la ecología o la lucha contra la corrupción. Cada cual debe trabajar por su propio segmento social en función de ese programa que fluye de la vida misma, añade Mariátegui, «pero todos deben sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados por la lucha contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria y la misma pasión renovadora».
Sin renunciar a ninguna posición de principios ni ceder la función ni el papel que cada quien ocupa en la vanguardia, todos podemos -y debemos- contribuir en la tarea de afirmar un proceso de cambios que tendrá su propia dinámica y su potencialidad de desarrollo. Ambos factores jugarán, en la circunstancia concreta, un papel decisivo para construir el escenario del futuro. Y es indispensable comprender esto para enfrentar los dos grandes peligros que asoman ya en el escenario. Por un lado, hoy la derecha actúa, presiona, amenaza, acosa, exige y desestabiliza mientras el movimiento popular está paralizado y las «vanguardias» esperan: están a la expectativa. Temen que el más leve sismo social derrumbe sus pretensiones hoy que anhelan cargos en la estructura del Poder.
Pero además, ante la pasividad de la base social, arrecia la ofensiva reaccionaria contra la alcaldesa de Lima. No es gratuita. Se orienta a debilitar la imagen de la Izquierda y minar su precario poder en Lima Metropolitana. Pero hay aún más: la ignominiosa campaña contra Susana Villarán es el ensayo general de lo que se buscará hacer mañana contra Ollanta Humala. Hay que salirle al frente con todo. Si se necesita corregir errores o enmendar rumbos, hay que hacerlo. Pero no se puede permitir que la reacción recupere el terreno que perdiera en la ciudad capital. La movilización ciudadana, es la consigna.
Nada es más importante, por cierto, que enfrentar con iniciativa y fuerza la presión del enemigo. La derecha peruana tiene experiencia. Es siniestra, y además extremadamente peligrosa. Sabe que no tiene fuerza ahora para presentar batalla, pero sí puede minar el terreno para actuar después. Hay que demostrarle en los hechos, una y mil veces, que el pueblo está listo y dispuesto a desbaratar sus planes. Para este efecto, el Frente Unico es vital.
En las próximas horas el presidente electo Ollanta Humala emprenderá un viaje rápido a los Estados Unidos. Un buen síntoma de su estado de ánimo lo grafica el que, antes de enfrentar al monstruo, haya enviado un mensaje de saludo al Presidente de Venezuela, Comandanta Hugo Chávez, deseando su más pronto restablecimiento. Buen gesto, sin duda, que confirma no sólo su vocación solidaria sino también su voluntad de lucha en vísperas del Bicentenario de la Independencia de la Patria Bolivariana.
Gustavo Espinoza M. Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera