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Puerto Rico

Hacia la autodeterminación democrática del país

Fuentes: Claridad

Una revolución paradigmática se desata ante nuestros ojos y transforma la manera en que hasta el momento hemos concebido y nos hemos propuesto la salvación nacional en medio de la profundización de la crisis política, social y económica en que nos ha sumido ascendentemente nuestra condición colonial capitalista. Sin embargo, no basta hoy con denunciar […]

Una revolución paradigmática se desata ante nuestros ojos y transforma la manera en que hasta el momento hemos concebido y nos hemos propuesto la salvación nacional en medio de la profundización de la crisis política, social y económica en que nos ha sumido ascendentemente nuestra condición colonial capitalista. Sin embargo, no basta hoy con denunciar la profundización creciente de una crisis que ya nos parece perenne, aunque asuma hoy matices tal vez inéditos en la historia reciente de Puerto Rico. La crisis no se habrá de superar sin la necesaria suma de fuerzas sociales para la articulación de un nuevo proyecto de país que proponga alternativas reales ante situaciones reales, y que demuestre la capacidad decidida de sus promotores para construirlas.

Si nos vemos gobernados hoy por una pandilla de atorrantes y corruptos es porque lo hemos permitido. No hemos sabido contestar la hegemonía precaria de esta lumpenburguesía y sus adláteres a partir de acciones de contra-hegemonía, que no es lo mismo que actos de protesta. La contra-hegemonía sólo se construye agrupando en una propuesta global de cambio todas las reivindicaciones y acciones particulares que propenden al bien común y a la constitución de un nuevo bloque social y político de fuerzas que asuman, a partir de ella, la gobernanza sobre los asuntos concretos del país.

Esta nueva gobernanza incluye por necesidad la democratización radical de todos los ámbitos del modo común de vida, incluyendo el modo de producción social y el modo de apropiación o distribución de la riqueza creada. Si la producción es común también lo debe ser la riqueza creada. Además, la gobernanza democrática , para que realmente lo sea, deberá estar predicada en una nuevo paradigma civilizatorio, es decir, una nueva cosmología de lo común, lo que desde Nuestra América se ha bautizado como el «vivir bien», es decir, un modo de vida que, entre otras cosas, promueva la armonía entre todos y con la naturaleza.

No hemos sabido construir contrapoder, que no es lo mismo que organizar partidos o competir en procesos electorales. No hemos sabido pensar estratégicamente, en función del poder inherente e inmanente, sino que lo hemos hecho reactivamente, como fuerza marginal y asediada cuyo destino es apenas sobrevivir e influir, si acaso, pero no gobernar. No hemos sabido hacernos país.

En ese sentido, el poder de las autoridades coloniales está predicado sobre nuestra incapacidad real para potenciar la más importante de las soberanías, la subjetiva, es decir, la voluntad soberana de cada uno y una para decidir sobre su modo de vida presente y futuro. Sin ésta, no se da la otra, la externa o jurídica, la colectiva o nacional. Es ese, el poder soberano que anida en cada uno, el que hay que tomar para entonces construir materialmente ese otro poder que se objetiviza materialmente en nuestra voluntad de autogobernarnos.

El poder lo tiene siempre en potencia cada uno y una de los integrantes del pueblo. Sólo requieren tomar conciencia de ello para que se materialice en voluntad soberana. Así es también jurídicamente: el derecho subjetivo a la autodeterminación siempre precede y apuntala al derecho objetivo de la autodeterminación. «Mataréis al dios del miedo; sólo entonces serás libre», reza la hostosiana profecía de Bayoán.

No habremos de poner fin a la crisis sin luchar frontalmente pero, eso sí, a partir de las condiciones que nos va dictando el movimiento real de la vida. Quien lo quiera ver, que lo vea. Son las circunstancias la fuente material forzada de la conciencia y no viceversa. Quien prefiera ignorarlo, pagará el precio con su irrelevancia dentro de las nuevas circunstancias.

Una de las enseñanzas del reciente proceso huelgario de los estudiantes universitarios en Puerto Rico, como la expresión más completa que ha habido hasta ahora de oposición a la agenda neoliberal de la actual administración colonial en Puerto Rico, es que se ha puesto sobre el tapete un nuevo eje de lo político, como instrumento de emancipación: la autodeterminación democrática. Contrario a la idea prevaleciente entre un sector del independentismo, dicha lucha universitaria, en su poder de convocatoria y potenciación del cambio, no ha tenido como eje central la aserción de la nacionalidad, como varita cuasi-mágica, sino que la institución de formas concretas de autodeterminación democrática del país para acometer la solución de problemas concretos que inciden sobre la calidad del modo de vida de los puertorriqueños.

No es como tal la supervivencia de una imaginaria puertorriqueñidad la que está directamente en juego. Lo que está en juego es la salvación del país ante el empobrecimiento creciente de su modo concreto de vida, en todas sus dimensiones. De ahí que, como bien nos advirtieron los estudiantes universitarios, no se trata de seguir repitiendo los mismos reduccionismos ideológicos con los que hemos fracasado en el pasado para sumar fuerzas y articular un proyecto alternativo, viable y creíble de país. El desafío es la articulación de un proyecto de país que trascienda la mera reivindicación abstracta de la puertorriqueñidad. Lo que las circunstancias han puesto sobre el tapete no es otra cosa que el reto de la gobernanza democrático-participativa sobre lo concreto.

No es la soberanía de la nación, así en abstracto, por lo que habría que luchar en este momento, sino la soberanía del país, pero como pueblo, comunidad o sociedad, encarnada en cada uno, para cada uno y a través de cada uno. La única soberanía exitosa es la que se ejerce directamente por el pueblo de carne y hueso.

Ahora bien, decir que la suprema división entre los puertorriqueños en este momento histórico está entre quienes se sienten yanquis o aquellos que se definen como puertorriqueños, es ignorar las raíces evidentes de los conflictos que nos han arropado en el último año y medio. Es desconocer, incluso, el carácter real y más amplio de la crisis, pretendiendo definirla, como siempre, desde esa falsa conciencia política que produce toda ideología que, como bien señaló Carlos Marx, se limita a una perspectiva parcializada de la realidad, en total desconocimiento de los hechos empíricos. Así son las tres corrientes ideológicas tradicionales del status: cada una proselitiza según sus particulares y excluyentes perspectivas del país, las cuales ya dan testimonio fehaciente de su agotamiento histórico.

Como sentenciaba Marx: «hay que ascender de lo abstracto a lo concreto». De ahí que cualquier intento por proponerle al país un cambio a partir de la ya agotada estructura y agenda ideológica del status, estará hablándole al país de teología política, mientras lo que se demanda a gritos es política como concreción de la voluntad de vida plena que tiene la ciudadanía.

Precisamente, uno que ha hablado de la política como la facultad del poder inherente e inmanente de la comunidad para hacer valer concretamente su voluntad-de-vivir es el distinguido filósofo político argentino-mexicano Enrique Dussel, quien estuvo hace unos meses de visita en Puerto Rico por invitación de la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos. Para éste, es en torno a esa capacidad para decidir sobre su modo concreto de vida que se instituye, en última instancia, la soberanía.

Dussel, quien en estos días en Caracas se le otorgó el Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2009, entiende que la izquierda necesita hoy de «una completa renovación ética, teórica y práctica». Según escribe en su obra Veinte tesis de política (Siglo XXI Editores, México, 2006), el nuevo siglo «exige gran creatividad» pues: «Es la hora de los pueblos, de los originarios y los excluidos. La política consiste en tener ‘cada mañana un oído de discípulo», para que los que «mandan manden obedeciendo», lo que él llama el ejercicio del «poder obediencial». Para ello, puntualiza el laureado teórico de la Política de la liberación, hace falta que brote «una nueva generación de patriotas, de jóvenes que se decidan a reinventar la política, la ‘otra política’.»

En Puerto Rico, a partir de las acciones y propuestas de nuestros jóvenes universitarios, ya definitivamente empezó a emerger esa nueva generación.

 

* El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad».

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.