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Perú

La fuerza del NO

Fuentes: Rebelión

En apenas 4 semanas, el próximo 17 de marzo más precisamente, algo más de seis millones de limeños acudirán a las urnas en un proceso casi forzado para definir la continuidad -o la revocatoria- del gobierno municipal que encabeza Susana Villarán de la Puente y su equipo de gestión integrado por 40 concejales de diversas […]

En apenas 4 semanas, el próximo 17 de marzo más precisamente, algo más de seis millones de limeños acudirán a las urnas en un proceso casi forzado para definir la continuidad -o la revocatoria- del gobierno municipal que encabeza Susana Villarán de la Puente y su equipo de gestión integrado por 40 concejales de diversas tiendas y partidos. La campaña está en su punto. Y ella ha permitido ir aclarando puntos, sin que se agoten los temas que hoy preocupan a la ciudadanía. Para aportar a ellos, bien vale formular algunas reflexiones. Veamos:

La idea de la revocatoria de autoridades electas tuvo su origen en los predios de la izquierda. Fue Henry Pease uno de los promotores del concepto según el cual no bastaba que el elector eligiera -cada cierto tiempo- a una determinada autoridad. Era necesario, además, que tuviera derecho a ejecutar una valoración de su gestión hasta, incluso, revocarla, si era menester.

Faltó sin embargo que, unida a este principio justo, la ley que se aprobó entonces, precisara causales definidos de revocatoria, a fin de no dejar librado el campo a la libérrima iniciativa de quienes -haciendo uso de poderosos medios de comunicación- pudiesen sorprender a incautos y ejecutar acciones contra sus propios intereses, en nombre de una democracia mal entendida.

Porque resulta legítimo, aspirar a revocar el mandato de autoridades corruptas, que hacen de su ubicación en el Poder un lugar privilegiado para el saqueo de la hacienda pública, la obtención de recursos vedados o beneficios mal habidos. Pero constituye una arbitrariedad pretender dar al traste con alguien, a partir de rivalidades políticas o represalias mezquinas. El vacío de la ley facilita lo segundo, y crea condiciones para que enturbie un proceso, empañando su legitimidad democrática. Eso está presente en la actual confrontación referida al municipio limeño. Y es que se ha centrado el debate en el uso de palabras, y no de contenidos.

Los «revocadores», en su afán de denigrar a la alcaldesa de Lima y desacreditar su gestión han repartido adjetivos variopintos. El más usado de ellos ha sido el de calificarla de «incapaz».

Cuestionados por el término más bien agresivo, han optado por refugiarse en el Diccionario de la Lengua, para demostrar el vocablo no es injuriante. Se le define como «falta de capacidad operativa para la acción». Cualquiera puede ser incapaz, y todos somos incapaces de determinadas acciones, han concluido en lo que Walter Peñaloza llamara «una interpretación cínica de la ley». Es decir, una aviesa distorsión de su contenido.

En la circunstancia cabría preguntarse más bien si no mostró incapacidad real Luis Castañeda -factotum de esa campaña sucia- cuando como Alcalde de Lima demoró ocho años en construir una obra -El Metropolitano- que estaba programada para dos? ¿No recordamos todos que el ingenio popular bautizó ese proyecto como «El Lentopolitano» por que demoró casi cuatro veces lo originalmente prometido para llegar a su fin, para no hablar ya del crecimiento desmedido de sus costos, que perfiló una cuantiosa cantera de corrupción?

¿No fue incapaz el mismo alcalde al construir el Túnel de San Juan de Lurigancho que se derrumbó dos meses después de concluido, por fallas en su estructura? ¿Y lo no fue cuando en lugar de formular contratos racionales y carentes de malicia, recurrió a negocios turbios, como los de «Comunicore», que hoy está pendiente de sanción en el Poder Judicial?

¿Fue capaz Castañeda para resolver -o siquiera encarar- temas tan grandes -y graves- como el desborde del transporte, La Parada, o el comercio ambulatorio? ¿No prefirió más bien mantener el control de argollas y de mafias en estos sensibles estamentos de cualquier gestión local?

Alan García -el otro factotum del proyecto revocatorio- podría sostener que su estrategia anti terrorista fue eficiente en el VRAE y que ella resultó capaz de erradicar la acción de las bandas armadas que allí operan? ¿Fue capaz, el señor García, de eliminar la corrupción durante su gobierno? ¿No será que hoy la inmensa mayoría de peruanos considera expresiones sinónimas Gobierno García y Corrupción desenfrenada?

¿Pueden hablar de capacidad de gestión, ellos que tuvieron en sus manos la solución de agudos problemas nacionales, la inmensa mayoría de los cuales -hoy severamente agravados- continúan agobiando a los peruanos?

Ellos fueron capaces, por cierto. Capaces de sembrar el desgobierno, de acelerar el caos, de alentar y promover la corrupción, de burlar la ley, de apoderarse de dineros públicos, de promover negocios indignos, de sacarle la vuelta a la ciudadanía y afrentar al país en su conjunto. Y fueron capaces no sólo de eso, sino de mucho más, como lo pueden acreditar las víctimas de diversos latrocinios y crímenes que aún permanecen impunes. Y si hoy buscan algo, es volver al pasado porque, a su manera, hacen suya la frase de Martin Heidegger: «no hay nada más preñado de futuro, que el pasado». Y en el futuro, si pueden, ellos querrán volver a lo mismo del pasado.

El otro tema del debate tiene que ver con la satanización que esas fuerzas «revocadoras» hacen de la presunta «filiación izquierdista» de la alcaldesa Villarán.

En las condiciones de hoy, difícilmente podría considerase de «izquierda» alguien que tenga una posición contraria a Cuba, a Venezuela o al proceso liberador de América Latina. Y eso ocurre, en buena medida, con Susana Villarán que, en términos de definiciones de política exterior podría competir más bien con las direcciones elitistas del PSOE, puestas al fresco recientemente por la vibrante intervención de Beatriz Talegón.

Por eso resulta más apropiado referirse a la alcaldesa de Lima como la portadora de un proyecto moralizador, de corte democrático y más bien progresista y avanzado; elementos, todos, suficientes para que los voceros más duros de la Mafia – Castañeda y García lideran esa «troupe»- la descalifiquen de inicio para continuar en su gestión municipal.

Porque eso es así, los voceros de la revocatoria -bien podría decirse más bien «robocatoria»- sostienen que «el peor error» de Susana Villarán en su gestión ha sido «pretender fiscalizar» la gestión de su antecesor, es decir, Castañeda Lossio. Para ellos, la política del «borrón y cuenta nueva» habría resultado la ideal.

Lo complejo de este inusitado proceso es que no ha permitido definir con propiedad los campos. Fuerzas de la derecha -como el Partido Popular Cristiano- y algunas personalidades del mismo signo, se definen por el NO; mientras que hay en el «flanco izquierdo» quienes aún se preguntan con asombrosa ingenuidad por qué apoyar a la Villarán «si ella no es de izquierda». Más allá de esa discusión, esta claro que los segmentos más conscientes del movimiento popular, han cerrado filas -como tenía que ser- contra la revocatoria y en rechazo a quienes la alientan. Si triunfa el NO, en buena medida a eso, se deberá la victoria.

Objetivamente, Susana Villarán ejecuta una gestión respetuosa, inclusiva, democrática y participativa; elementos todos que -comparados a administraciones del pasado- perfilan un proyecto progresista que resulta enteramente válido. Por eso la objetan.

Pero en el extremo del desvarío, los partidarios del «Si», vale decir, los «revocadores», recusan a la Villarán por ser «pituca» es decir, por tener una cierta «ascendencia aristocrática». Curioso argumento sobre todo en boca de los apristas, para quienes el apellido «Villarán de la Puente» luce más sofisticado que el «Haya de la Torre»

Habría que invertir la idea. En verdad, si fuera «pituca», si tuviera desvaríos de corte aristocrático, si pensara en «los de arriba» más que «en los de abajo»; no la atacarían quienes lo hacen hoy. Al contrario, harían gala del proverbial servilismo cortesano que caracterizó siempre su comportamiento con relación a la clase dominante.

Susana Villarán, más allá de diferencias puntuales y al contrario de sus detractores, tuvo siempre una vida de lucha y de trabajo, de esfuerzo abnegado y de sacrificio comprobable. Y posee hoy una voluntad y un coraje marcados que la alientan en una batalla que parece difícil, pero en la que podrá vencer. Es en esa convicción que radica la fuerza del NO.

Gustavo Espinoza M. del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.