Todos nosotros que apostamos de corazón a una integración entre nuestros países, compuesta por iguales buscando mejorar para todos, en un espíritu de solidaridad plena y transparente, con el objeto de ser una fuerza nueva desprovista de la tiranía de las grandes potencias y que por ende, apoyamos con la conciencia y el alma al […]
Todos nosotros que apostamos de corazón a una integración entre nuestros países, compuesta por iguales buscando mejorar para todos, en un espíritu de solidaridad plena y transparente, con el objeto de ser una fuerza nueva desprovista de la tiranía de las grandes potencias y que por ende, apoyamos con la conciencia y el alma al proyecto de la Unión del Sur, debemos dedicarnos a entender el reto que significa abrir la puerta para un nuevo camino cuyo destino que ahora creemos el nuestro puede jugarnos en contra si hoy en día no tomamos el tiempo para el análisis previsivo y detallista de las cosas que pueden y sin duda, van a tender a ocurrir.
Tenemos sesenta años acumulados de experiencias y razones para no creer en las Naciones Unidas, por causas elementales y ruidosas, en una estructura en la que los países no son tratados como iguales no puede creerse cuando dice que nosotros, hombres y mujeres del planeta lo somos. Ahora, el camino para nuestros derechos, para la autodeterminación de nuestros pueblos, para la dignidad del trabajo y del trabajo por la dignidad, parece acentuarse en fortalecer el bloque regional que forma nuestra América.
Sabiendo además, del rotundo fracaso de la CAN y de la OEA, la pregunta debe pesar sobre que tipo de integración se quiere en la Unasur, los pasos a través de la creación y discusión de puntos sobre la seguridad del continente parecen acertados, al igual que sus primeras declaraciones pero hay detalles que hilar delicadamente, que no se pueden bajo ningún supuesto dejar pasar por alto. Es el caso por ejemplo de encuadrar los derechos de todos y cada uno de nuestros ciudadanos de la patria grande, para que sigan en un proceso de profundización y ampliación, libres de las amenazas presentes y futuras de posturas economicistas o peor, de desintereses manifiestos.
¿Cuál es para nosotros los americanos unidos nuestro sueño común? ¿cuáles son sus nombres específicos? ¿cuáles gorilas del pasado debemos frenar en el presente para que jamás vuelvan a tener futuro? Todas estas, sin dudas son cuestiones profundamente jurídicas. Al punto que pienso que nuestra integración debe en todo lo posible apartarse del modelo europeo.
Las palabras muchas veces sentidas como meras herramientas, como producciones intelectuales de segunda categoría son las únicas capaces de marcar para siempre nuestras voluntades y sueños y porque no, entonces, comenzar a trabajar en declaraciones que marquen que todos nuestros derechos nacionales y regionales estarán en la permanente y obligatoria tarea de actualizarse y ampliarse para de manera armónica permitir el mejor nivel de vida para cada ser humano y las menores consecuencias para el medio ambiente, tenido a su vez, como dijo hace poco Evo, como un compañero mas, padre y hermano.
Pienso que debemos proponernos en medida de lo posible y de lo imposible no permitir que la Unión del Sur sea presa de formulas complejas únicamente ejecutables por abogados, ni únicamente aplicables de conformidad con la voluntad ignota de un tribunal supremo. Entonces debemos plantearnos la titánica tatea de traducir normas en palabras sencillas. Evidente es el hecho que si a cualquiera y por cualquier causa y sin orientación se le permite reclamar cosas ante las instancias a crearse, se llegaría a ahogar los tribunales al punto de que la justicia jamás llegaría para ninguno de nuestros habitantes, debemos entonces plantearnos no sé bajo que forma una dejudicialización profunda reconociendo que la noción de la justicia es mucho más intima y sincera en la gente común que en los abogados que la confunden en una noción prefabricada de norma y derecho.
¿Por dónde caminar si es el mundo que soñamos? ¿Por dónde empezar a movernos si es el mundo que necesitamos? A cuál tema y que saber vamos a subordinar lo que venga? A quiénes vamos a confiar la difícil tarea de hacerlo simple? Quizás en el fondo sea el tiempo de ensayar fórmulas nuevas e independientes con dos acentos, en mi criterio indiscutibles, la progresividad del derecho y la profunda interdependencia entre derechos que no deben seccionarse y jerarquizarse, para decidir, como autoridad política cual se garantiza y cual se reserva, sino que deben mezclarse al punto que sean todos los derechos para todos o ningún derecho para ninguno.
Porque en esto hay que tener cuidado, si creemos en las proclamas tradicionales de los derechos humanos, los de generaciones sucesivas, es decir los «no fundamentales» van a ser accesibles para los que los puedan pagar e inexistentes para los que no, lo que viene entonces a arrastrar toda la noción de igualdad y de justicia entre pueblos y entre personas. Oponernos a que predomine el aspecto económico sobre el social, debe incluir esta consideración, si por ejemplo reconocemos que el derecho al hábitat no es fundamental, no es de primera generación como lo sería la vida o la libertad, reconocemos en definitiva el derecho natural a la pobreza de unos, frente al enriquecimiento de otros y le sumamos además una competencia desleal por lo imprescindible para vivir.
Por ello que no podemos permitir que se distinga de esta forma en ninguna de nuestras declaraciones o tratados porque la diferencia no reposa sobre la noción abstracta del derecho sino la noción concreta de la persona. Al punto que puede, en este orden de cosas vivir mil veces mejor una empresa que una persona, porque no es casual que a las empresas se les reconozca todos los derechos primarios y que sean éstas a su vez los que no necesiten los de segunda o tercera generación para continuar con su actividad.
Sin duda alguna, que de la mano a nuestro debate sobre los derechos, sus garantías y los nunca más que debemos acentuar en nuestra legislación regional debemos plantearnos un debate sobre la empresa, la que queremos y la que no queremos que sea. Su condición de subordinada a las necesidades humanas y no titular de los mismos derechos que los humanos (con el agravante de encontrarse en mejores condiciones) es entonces el tiempo para todos de lanzarnos a escribir los lazos que sellen la unión.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.