En el último mes Guatemala ha entrado en un proceso singular, único en su historia. Después de un prolongado letargo político y de desmovilización social de años, la población parece haber despertado. De todo lo que está pasando se podrá decir mucho y se sacarán conclusiones diversas. Como en todo proceso social, siempre complejo y […]
En el último mes Guatemala ha entrado en un proceso singular, único en su historia. Después de un prolongado letargo político y de desmovilización social de años, la población parece haber despertado.
De todo lo que está pasando se podrá decir mucho y se sacarán conclusiones diversas. Como en todo proceso social, siempre complejo y contradictorio, hay fuerzas encontradas, y las lecturas posibles del fenómeno pueden ser incluso antitéticas. De hecho, se juegan aquí, en todas estas movilizaciones, proyectos políticos disímiles. Si queremos decirlo en clave marxista (supuestamente «pasada de moda» el día de hoy), se sigue evidenciando ahí la eterna lucha de clases (¡que no pasó de moda!).
Si alguien pensó, por ejemplo, que esto era una situación pre-revolucionaria, o el inicio de la revolución socialista… ¡pobrecito! Este estado de movilización, de participación ciudadana, de rebeldía cívica que ha venido creciendo, es un entrecruzamiento de factores. Se ha dicho por allí que tras todo esto no es ajena la mano de Washington y su proyecto de «golpes suaves» (movimientos dizque democráticos para revertir situaciones políticas no favorables a la Casa Blanca). Ello es posible, aunque no tengamos los suficientes elementos a la mano para demostrarlo fehacientemente. También es cierto que la reacción popular al conocerse el caso de La Línea fue espontánea. Y surgió donde quizá nadie lo esperaba: en los sectores de clase media urbanos.
Lo cierto es que las movilizaciones iniciaron y fueron creciendo. La indignación está en la gente; eso es una completa realidad, de no ser así, ese estado de protesta no se hubiera amplificado de la forma que lo hizo. Y sin ningún lugar a dudas, la indignación se dejó ver. Los miles y miles de personas que están asistiendo a la(s) plaza(s) -también se dan en ciudades de los departamentos-, los cartelones (geniales en muchos casos) que fueron apareciendo, el descontento que no para de crecer, permiten ver que hay más que manipulación de «revoluciones soft» pergeñadas por especialistas en comunicación social y guerra de cuarta generación.
No está claro cómo seguirá todo esto. Como mínimo, podría decirse que hay dos opciones claras: partiendo de la base que hoy, distinto a años atrás en plenos gobiernos militares y represores, no existe -al menos en principio- la opción de la abierta represión, las fuerzas de la derecha (empresariado representado por el CACIF, embajada de Estados Unidos, oligarquía en su conjunto) están buscando por todos los medios bajar los ánimos de la protesta.
Se destapó algo de la corrupción reinante en el Estado (algo, porque hay mucho más, y eso es histórico, no nace con el actual gobierno), por un puro choque de intereses entre un capital tradicional y un nuevo «capital emergente» (ligado, justamente, al crimen organizado y estructuras mafiosas). Haber hecho público lo de La Línea posiciona a la oligarquía tradicional y a la Embajada como quienes toman la iniciativa sobre las mafias (Pérez Molina, Baldetti y todo su séquito de narcoactividad y crimen organizado). Si eso despertó la reacción, la profunda indignación de la población, es una cosa. Ir más allá (protestas que pidan cambios estructurales y no sólo terminar con la corrupción) es algo que a la derecha le aterra, y que ya está neutralizando (las reformas planteadas van en ese sentido: cambiar algo para que no cambie nada de fondo).
La otra opción es profundizar estas movilizaciones. La cuestión es quién y cómo lo hace. Evidentemente no hay mucho espacio para ello; la izquierda está fragmentada, desprestigiada; la posibilidad de articulación de este clima de descontento con otras luchas (contra la minería depredadora, por reivindicaciones laborales, por mejoramiento en las condiciones generales de vida) se ve casi imposible hoy. Ante este panorama, muy probablemente estas protestas podrán dar como resultado una depuración del gobierno (quizá termine renunciando el presidente, como ya lo está insinuando el CACIF), y reforma electoral de por medio se llegue a las elecciones. ¿Más de lo mismo luego? Probablemente crezca mucho el voto nulo y la abstención. Quizá «no le toque» a Baldizón. Todo eso está por verse. Cambios estructurales: obviamente no.
¿Qué lecciones deja todo esto? ¡Por supuesto que no es la revolución socialista!, pero permitió sacarse el miedo de encima. Es probable que el avance político sea muy pequeño ahora. De todos modos, permitir ver a la población que sólo protestando se pueden conseguir avances político-sociales es una buena escuela. Esto, en todo caso, es preparatorio de nuevas luchas: se aprendió a no quedarse callado.
Material aparecido originalmente en Plaza Pública, el 1/6/15.
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