Aunque las cifras favorecen la imagen del Perú en el plano más amplio, la realidad toma distancia de la estadística en cada recodo del camino. Si bien la inflación ha sido formalmente controlada, la economía ha crecido en un ritmo sostenido, los niveles de pobreza han descendido en beneficio de los más necesitados y no […]
Aunque las cifras favorecen la imagen del Perú en el plano más amplio, la realidad toma distancia de la estadística en cada recodo del camino.
Si bien la inflación ha sido formalmente controlada, la economía ha crecido en un ritmo sostenido, los niveles de pobreza han descendido en beneficio de los más necesitados y no se ha deteriorado significativamente el empleo; la vida cotidiana de los peruanos no ha mejorado. Así lo reconocen incluso las encuestas formales, que admiten una «estabilidad expectante», es decir, una cierta conformidad con anhelos de superación que deben concretarse.
¿Qué esperamos los peruanos, en este marco, para los próximos doce meses? No tanto más cifras bondadosas y equilibradas, sino una mejora real de los niveles de vida de nuestro pueblo. Pero más que eso, esperamos que el proceso de cambios que se anunció con el advenimiento del gobierno de Ollanta Humala, se afirme y se desarrolle. En otras palabras, que dé el salto desde los propósitos enunciados, hasta la actividad práctica; de modo que podamos percibir, realmente que el país se transforma.
Los cuatro Mega Proyectos cupríferos proyectados –Las Bambas, Toromocho, Antapaccay y Antamina– pueden, en efecto, permitir niveles de producción nunca antes alcanzados; pero pueden también convertirse en fuentes de contaminación y conflicto social si no se buscan mecanismos que permitan la explotación racional de sus recursos. En otras palabras, resulta indispensable que no se registren los mismos errores que terminaron por convertir Conga en un símbolo de la resistencia ciudadana, enfrentada a la incontinente voracidad empresarial.
Hay escenarios en los que cabe esperar definiciones. La lucha contra la pobreza, es uno de ellos; pero, el aliento a una educación de calidad, la atención de la salud, la preservación de la seguridad ciudadana y la erradicación del narcotráfico y el terrorismo; constituyen retos que deben ser encarados si se busca es afirmar un derrotero nuevo en la vida nacional.
Hay que admitir que el tema no pasa por esquemas formales. Requiere un complemento ineludible: una política interna y exterior que perfilen el nuevo rostro de un país en lucha por su liberación, el desarrollo y el progreso. Y eso pasa por definir bien los campos para situar a cada quién en el lugar que le corresponde.
Y es que no existe la «unidad nacional» en abstracto. No todos los peruanos queremos lo mismo, ni todos luchamos por similares objetivos. Hay quienes viven esforzadamente de su trabajo honrado de hoy y de ayer; y hay quienes viven parasitariamente del trabajo de otros, a la sombra de intereses foráneos. Así como en el Perú hay pobres y ricos, también hay explotados y explotadores. No hay que olvidarlo. Y tampoco hay que perder de vista que tras estos últimos asoman grandes intereses financieros y comerciales engarzados con el capital, que si bien afronta hoy una severa crisis, sigue alimentando un sistema de dominación condenado por la vida.
Es claro que no todos tienen conciencia plena de que esto ocurre en sus propias narices. El Presidente Humala, por ejemplo, asegura que no hay que hacerle «la más mínima concesión» a la llamada «subversión», pero no repara en la más grande verdad que ha confirmado la historia: a quien no hay que hacerle «la más mínina concesión», es al Imperio; una de cuyas extremidades en países como el nuestro, es precisamente la subversión, es decir, la fuerza que busca desestabilizar un proceso de cambios para abrir camino al retorno de la Mafia y sus acólitos. No tener noción de esta realidad puede ser fatal para el proceso peruano sobre todo cuando -como ahora- atraviesa apenas por un precario periodo de definiciones puntuales.
Y hay vacíos preocupantes en el diseño de la política oficial que debieran ser precisados si lo que se busca es avanzar; y no quedar atollados al borde de un camino fangoso y sin perspectiva.
La presencia norteamericana, en este contexto, juega un rol profundamente negativo. Ella se maneja en tres niveles altamente riesgosos para nuestra soberanía, pero también para el diseño de una política independiente comprometida con los intereses de nuestro pueblo: las constantes presiones de la Casa Blanca, que se expresan en reiteradas visitas de altos funcionarios del staff yanqui; la sistemática injerencia de la embajadora de los Estados Unidos en los asuntos internos del Perú, y los «programas de apoyo» a través de USAID -ligada a la CIA- y la DEA. Estos elementos constituyen el trípode de un esquema de dominación que habrá que romper para afirmar el futuro.
Procesos claramente definidos en nuestro continente, como los que se viven en Ecuador, Bolivia, El Salvador, Uruguay, Brasil y Nicaragua, para no citar ya a Venezuela y a Cuba, confirman la idea de que es preciso acabar con la dependencia económica y política que nos ata al Imperio, para construir una nación soberana. Pero ese esfuerzo pasa, además, por tener una idea clara de la ubicación de las fuerzas internas en el Perú de nuestro tiempo.
En las condiciones específicas que regulan la vida nacional, la derecha más reaccionaria se ha mimetizado con una fuerza extremadamente pervertida: la Mafia. Y conspira a la sombra del capital con miras a destruir lo poco que se ha avanzado para restaurar aquí el viejo dominio oligárquico. Pese a los años transcurridos y a las experiencias vividas por nuestro pueblo, el cogollo fujimorista y sus aliados actúa hoy como dijo la población de París de los desterrados de Coblenza hace unos doscientos años: «Nada han aprendido, y nada han olvidado«. Lo más preocupante, sin embargo, es que se mueve a la ofensiva y con desparpajo inusitado, como si sus mezquinos intereses fueran realmente los del Perú y como si ella fuera en verdad la encarnación del patriotismo.
El manejo de los medios -como la «Prensa Grande» y la TV- donde campean Cecilia Valenzuela, Aldo, Barba Caballero, Rafael Rey y otros, lo acredita de modo cotidiano; y lo confirman procedimientos impuestos a los peruanos, como la consulta «revocatoria» a la alcaldesa de Lima. Uno y otro asoman como consecuencia de concesiones que se hicieron a la Mafia y a sus turbios monigotes.
Cambios y decisiones en el Poder Judicial confirman esa tendencia que desalienta a los peruanos. El retiro de Inés Villa Bonilla y Hugo Príncipe Trujillo -emblemáticas figuras en la lucha contra la corrupción- han ido aparejadas con el respaldo a Javier Villa Stein en la Sala Penal Permanente de la Corte Suprema no obstante su abierto y público respaldo a los sicarios del Grupo Colina; así como decisiones judiciales francamente escandalosas que han puesto en la calle a diversos acusados por crímenes de lesa humanidad y consagrado impunidad en beneficio de corruptos como Luis Castañeda, Maribel Velarde y otros. Son actos que dejan serias dudas respecto a la lucha contra la corrupción, y alientan la impunidad y el abuso desde altas esferas del Poder.
Si a eso sumamos una denominada «estrategia antisubversiva» que se empeña en considerar a Sendero Luminoso -y su variante «legal», el MOVADEF- como «Partido Político» portador de una ideología -«el marxismo leninismo»- y exponente de un ideal -«el socialismo»-; estaremos añadiendo más fuego a la hoguera, en lugar de combatir a lo que realmente es una estructura terrorista alimentada por acciones sediciosas de oscura procedencia.
Disposiciones como la denominada «ley del negacionismo» y conceptos que maneja el Procurador del Estado en materia de terrorismo, el señor Julio Galindo -una versión rediviva del clérigo dominico don Tomás de Torquemada-; muestran un rostro autoritario y represivo incompatible con cualquier sentimiento democrático de la sociedad.
En definitiva, quienes luchamos por afirmar en el Perú un verdadero proceso de cambios, queremos es más justicia y más democracia. Y entendemos que eso pasa por enfrentar a los enemigos de nuestro pueblo afirmando la soberanía del país y el manejo racional de sus recursos e instituciones.
Decía en su «Ideario» el anarquista italiano Enrico Malatesta: «El hombre, como nace y crece en la servidumbre, y es el heredero de una larguísima progenie de esclavos, cuando comienza a pensar cree que la esclavitud es condición esencial de la vida, en tanto que le parece imposible la libertad«.
Los peruanos debemos acreditar con nuestra lucha diaria que no somos ni sirvientes ni esclavos, y que afirmamos con vigor nuestro ideal de justicia y de libertad.
Gustavo Espinoza M. del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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