El rescate de una niña y un niño del poder de un miembro del grupo narcoterrorista Sendero Luminoso alertó a las autoridades sobre el secuestro de menores de edad por parte de esta organización armada, como ocurría en la década de los ochenta del siglo pasado, en pleno auge del enfrentamiento con el estado peruano. […]
El rescate de una niña y un niño del poder de un miembro del grupo narcoterrorista Sendero Luminoso alertó a las autoridades sobre el secuestro de menores de edad por parte de esta organización armada, como ocurría en la década de los ochenta del siglo pasado, en pleno auge del enfrentamiento con el estado peruano.
El rescate de los menores se produjo de forma casi fortuita, cuando el senderista Sergio Velásquez fue intervenido por una patrulla militar porque a sus miembros les pareció sospechoso el costal que llevaba al hombro. De inmediato, el menor de ocho años que iba de su mano corrió y se abrazó a uno de los militares.
Al revisar el costal, la patrulla encontró una niña de seis años con signos evidentes de haber sido sedada. Los hechos ocurrieron el pasado 13 de marzo en la zona conocida como VRAE (siglas de Valle del río Apurímac y Ene), en plena selva central, donde subsisten los últimos baluartes de Sendero en alianza con grupos de narcotraficantes.
Pese al hermetismo de las autoridades, que no han revelado las identidades de los menores, trascendió que la niña ya fue entregada a sus padres, quienes habían denunciado su desaparición, mientras el niño habría sido remitido a un albergue, al no poderse ubicar a sus padres y él mismo no poder dar razón de su origen.
El general del ejército Víctor Montes, jefe de las operaciones militares en la zona, dijo a la prensa que, desafortunadamente, el secuestro de menores es algo «constante» en esa zona, a la que muchos catalogan como ‘tierra de nadie’, puesto que el enfrentamiento entre policías y subversivos es permanente, la presencia del estado es mínima y el territorio muy hostil y enmarañado.
«Es lamentable que cada cierto tiempo se produzcan estos hechos. Los niños son alejados de sus padres y llevados a campamentos en donde son criados por gente extraña», expresó al canal N el mencionado militar.
El 26 de marzo del año pasado, otros dos menores de 10 y 11 años fueron rescatados en circunstancias parecidas en otra zona del vasto corredor del VRAE. Lamentablemente, pese al tiempo transcurrido no se ha podido ubicar a sus padres y los niños pasan sus días en una aldea infantil de Tambo-La Mar, según informa La Voz de Huamanga, de la localidad de Ayacucho.
El tráfico de niños en el VRAE es un secreto a voces, confirmó a SEMlac un poblador de la zona que solicitó el anonimato. «Es bien sabido que hay niños que reciben adoctrinamiento, son capacitados en manejo de armas y formados como combatientes, se sabe que muchos son separados a la fuerza de sus padres, otros los entregan voluntariamente porque no tienen plata para criarlos», expresó.
Ante nuestra perplejidad, dijo que el ambiente que se vive en el lugar es de miedo permanente: a los «ojos y oídos del partido», frase para expresar que Sendero cuenta con una amplia red de informantes, se suma el temor a perder las prebendas fruto del narcotráfico, que posee laboratorios de maceración de clorhidrato de coca y una vasta red de proveedores de los insumos básicos.
En esa zona, se sigue viviendo el mismo clima de tensión y terror que dominaba a casi las tres cuartas partes del país en los peores años del enfrentamiento armado. Las refriegas con el ejército y la policía son frecuentes y, por lo general, la peor parte la llevan las fuerzas del orden, que no conocen bien el terreno ni están logísticamente preparados para enfrentarlos.
Tal vez por ello en las comisarías, fiscalías o centros de defensa de niños y adolescentes de la zona no exista ninguna denuncia sobre desaparición de menores y, más aún, cada vez que alguno es rescatado resulte tan difícil ubicar a los progenitores.
La presencia de niños y adolescentes en las filas de Sendero Luminoso, sin embargo, está bien documentada desde hace muchos años. El ex jefe de la Dirección contra el Terrorismo, Marco Miyashiro, recuerda que en los ochenta existían en las bases senderistas «wawahuasis revolucionarios» (literalmente casas de cuidado de niños en idioma quechua), donde se criaba y educaba a niños y niñas.
«Ellos decían que eran hijos de los senderistas y que por tanto, tenían todo el derecho a criarlos de acuerdo con sus principios e ideales», declaró hace algún tiempo, entrevistado por SEMlac.
No obstante, la captura del senderista con los dos menores plagiados pone en duda que la totalidad de los niños que actualmente viven en los campamentos senderistas sean hijos de los militantes. Y lo propio ocurre también con las mujeres que los cuidan.
En enero de este año, Francisco Diez Canseco, presidente del Consejo por la Paz, reveló que su organización estaba negociando con Sendero la devolución de cinco de los 60 niños que esa organización admite tener en su poder.
Según refirió a Radioprogramas del Perú, su organización fue contactada por Sendero en noviembre del año pasado, pero posteriormente hubo un operativo militar que frustró nuevos contactos.
Preguntando por SEMlac, Diez Canseco dijo que no cejará en su empeño de lograr que se reanuden las conversaciones «por el bienestar y salud de las mujeres y niños» que permanecen en manos de los terroristas. Señaló que, de acuerdo con las informaciones recogidas por el Consejo de la Paz, los menores en poder de Sendero no serían oriundos del VRAE, sino de otras zonas alto andinas como Huancavelica.
Una versión que circula entre los pobladores del VRAE, que nuestra fuente anónima confirma, es que los senderistas seducen a muchas jóvenes de los caseríos aledaños e incluso de lugares más alejados y luego se las llevan a vivir a los campamentos encargándoles la crianza y cuidado de los menores y prohibiéndoles cualquier contacto con sus familias o amistades.
Si bien diversos canales de televisión han logrado penetrar en más de una oportunidad hacia los campamentos e incluso entrevistar a menores entre nueve y 11 años, todos callan cuando se les pregunta sobre sus padres.