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Madres centroamericanas se organizan para encontrar a sus hijos migrantes

Fuentes: Otramérica

Este sábado 3 de noviembre ha terminado Liberando la Esperanza, la Caravana de 38 madres centroamericanas que han recorrido México para denunciar la desaparición de miles de migrantes en el apocalíptico recorrido hacia el Norte. «Tenemos en común que nuestros hijos o hijas están desaparecidos. Tenemos en común que podemos organizarnos desde el dolor porque […]

Este sábado 3 de noviembre ha terminado Liberando la Esperanza, la Caravana de 38 madres centroamericanas que han recorrido México para denunciar la desaparición de miles de migrantes en el apocalíptico recorrido hacia el Norte.

«Tenemos en común que nuestros hijos o hijas están desaparecidos. Tenemos en común que podemos organizarnos desde el dolor porque nos da valentía y coraje. Tenemos en común que no descansaremos hasta encontrar a nuestros hijos. Tenemos en común que a muchas nos toca ser padres y madres a la vez. Tenemos en común que el dolor nos une y que somos mesoamericanas. Por eso nuestra casa se llamaba Mesoamérica antes»

Son las palabras de Mercedes Moreno, migrante procedente de El Salvador y residente en Los Ángeles desde los años 70. Allí empezó a organizarse, con los sandinistas en 1978 y en los 80, con los salvadoreños que llegaban huyendo de la guerra civil. «Íbamos a las iglesias a hablar con los Padres de la comunidad, con los vecinos, para que nos escucharan y entendieran que teníamos algo en común a pesar de no ser del mismo país. Ahora, como madres, debemos hacer lo mismo».

No sabe nada de su hijo José Leónidas Moreno desde 1991 y viaja con su foto -tomada en 1988- en la Caravana de Madres Centroamericanas. Salieron de El Ceibo – frontera Guatemala-México- para buscar a sus hijos que desaparecieron en México cuando iban rumbo a los Estados Unidos. Unos, buscando una vida mejor, otros, huyendo de conflictos armados, otros se quedaron sin casa por culpa de desastres naturales que arrasaron con todo lo que tenían.

Mercedes nos recuerda que fue «el hombre» quien inventó las fronteras, y mientras el dinero y las armas circulan libremente por el mundo, los migrantes se convierten en mercancía, en moneda de cambio, en el blanco perfecto para las extorsiones. Los derechos humanos también los inventó «el hombre», pero para los migrantes no existen tales derechos.

«Liberando la Esperanza» es el nombre de esta Caravana de 38 madres procedentes de El Salvador, Nicaragua, Honduras y Guatemala que están recorriendo la llamada Ruta del Migrante por México. Esta es la octava Caravana de madres de Centroamérica que llega a este país. Durante 20 días -entre el 15 de octubre y el 3 de noviembre- pasaron por 14 estados y 23 localidades. 4.600 kilómetros durante los que las madres rehacen parte del camino que supuestamente recorrieron sus hijos con el objetivo de llegar a los EEUU. Aunque muchas de ellas no han encontrado a sus hijos, han conseguido llamar la atención de las autoridades y medios de comunicación para sensibilizar sobre el tema migratorio y evidenciar las violaciones de los derechos humanos a las que se exponen durante la ruta.

«En la organización está la fuerza», dice Mercedes. Y quizás esto es lo que hace que la esperanza se convierta en realidad, como sucedió el pasado 28 de octubre, día en el que pudimos hablar con María Teodora Ñaméndez , «Teo» -así la llaman sus compañeras de la Caravana-. Nos contó emocionada que después de 30 años de no saber nada de su hijo Francisco se reuniría con él, al día siguiente, en Tierra Blanca, Veracruz.

«Le voy a regañar cuando le vea», dice Teo. Tiene 75 años y hace quince días salió por primera vez de su país, Nicaragua, para buscar a su hijo. «Mis otros hijos me decían que su hermano estaba muerto. Está vivo, les decía. Lo sentía en el corazón, por eso me sumé a la caravana. Las otras mamás no consiguieron a sus hijos y maridos pero continuaré con ellas buscándolos hasta que los hallen».

Rubén Figueroa, defensor de los derechos humanos del Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM) y parte de la organización de la Caravana, fue quién dio con Francisco, después de seguir pistas y más pistas.

«Durante la Caravana de este año, surgieron indicios sobre un migrante que desde 1985 no se comunicaba con su mamá. Llegué a Veracruz y empecé a seguir pistas. Algunos vecinos no querían decir nada, por miedo, porque también son migrantes. Se sienten inseguros. Seguimos pistas falsas, hasta que dimos con él. Posiblemente es el yerno de una mujer que conozco, me dijeron. Fui a visitar a esta señora. «¿Su yerno se llama Francisco Cordero? Sí. Su mamá le anda buscando». Ella se puso las manos en el pecho. Entonces supe que Francisco estaba ahí. Hablé también con su hija, quién dijo emocionada: «¿mi abuela anda buscando a su papá?».

Francisco llegó al cabo de un rato en su motocicleta. «Su mamá le anda buscando», dije. «Yo pensé que mi madre había muerto», respondió. «Pensaba que esto sólo se ve en las novelas».

Francisco Cordero salió de Nicaragua a los 17 años. Estuvo primero en la guerrilla. Y a los 19 años se fue a El Salvador y de ahí llegó a México. Envió varias cartas a su casa pero su mamá sólo recibió la primera y el resto las regresaban. El día en que Rubén le encontró, la gente de su vecindario llegó a abrazarlo. Ahora, tiene 51, está casado y tiene 3 hijos.

Teo, a pesar de su edad y de haber encontrado a su hijo, no se va a despegar de las 38 madres que conoció en la Caravana y va a seguir organizándose con las mujeres que, como ella, no descansarán hasta encontrar a sus hijos. «Ahora también son los míos. Si el otro año vuelven, voy a venir con ellas, a acompañarlas».

Rubén Figueroa comentó en entrevista : «Hoy día siguen desapareciendo migrantes. Todo, por culpa de la criminalidad, la persecución, y los crímenes cometidos en su contra. No sólo hay desaparecidos de hace 30 años. Los hay de un año, dos, tres y menos, y todo tiene que ver con la complicidad de las autoridades con el crimen organizado», comenta Rubén Figueroa. Además, los gobiernos no hacen su trabajo, por lo tanto no nos queda más que organizarnos nosotros para buscar a los desaparecidos y exigir los derechos de los migrantes. Somos realistas, no todos los que buscamos están vivos, pero es nuestra responsabilidad el buscarles entre los vivos porque vivos vinieron, vivos los queremos.»

Rubén también fue migrante. A sus 16 años se fue a Estados Unidos y trabajó 5 años en Carolina del Norte. Al regresar a México, junto con su madre, empezaron a hacer un trabajo humanitario y de organización: alimentar a los migrantes, darles cobijo, escuchar historias de mujeres violadas, secuestros, extorsiones, amenazas… Ahora es un defensor de los derechos humanos.

Como él, muchas madres de migrantes desaparecidos, después de participar en las caravanas, se convierten en organizadoras. Eméteria, por ejemplo, que encontró a su hija durante la Caravana de hace 2 años, después de 21 años sin saber nada de ella. Aún así, no dejó de acompañar a las demás mamás. Desde entonces siguió organizando a las madres de los desaparecidos y creó un programa de radio en su comunidad. De esta forma extiende el mensaje de exigencia de derechos para los migrantes y concientiza a más gente para que se una y reclame justicia a los gobiernos que «no hacen su trabajo, ni les interesa, por lo tanto, hay que seguir organizándose», comenta.

Carmen Lucía Cuaresma es de Nicaragua pero vive en Costa Rica. Viene buscando a su hijo Álvaro Enrique Guadamos Cuaresma. La última vez que escuchó su voz fue el mes de marzo del año pasado. Le llamó pidiéndole 2000 dólares. «¿Dé donde los voy a sacar si soy pobre?, ¿será que me lo secuestraron?. Ya no estamos épocas de esclavitud, somos seres humanos y tenemos derecho a vivir. Como madre y en nombre de todas reclamo ¡basta de extorsión, basta de asesinatos, basta de secuestros!».

Fray Tomás González trabaja cada día para sacar de la invisibilidad las tragedias humanas en la frontera sur del país. Es el director del albergue de migrantes «La 72» en Tenosique (Tabasco). El pasado sábado 27 de octubre, al paso de la Caravana por la Ciudad de México, comentó que «la sociedad civil organizada somos los que estamos enfrentando este monstruo, en las casas del migrante, en los albergues, allí donde llegan las victimas diariamente. Le estamos haciendo el trabajo al estado Mexicano hasta mediando con los secuestradores para que liberen a las personas, trabajo que no nos corresponde pero que finalmente lo estamos haciendo. No podemos confiar en los estados porque no han dado respuestas. Eso si, ya han declarado que van a multiplicar las estaciones migratorias y a crear policías fronterizas».

«No pueden echarle policía a los migrantes», comenta José Jaques Medina, cofundador del Movimiento Migrante Mesoamericano. No es un problema penal, no es un problema criminal, no es un problema de Seguridad Nacional, es un problema de Seguridad Humana. Para Jaques Medina es una vergüenza que en Centroamérica sea demasiado común tener un familiar desaparecido en México. Los especialistas y académicos cuentan ya 70.000. «México tiene una responsabilidad enorme por la herida que causó a estas naciones, carga con estas muertes, desapariciones, secuestros, extorsiones y trata de personas y no puede dar a las madres de los desaparecidos ni un nombre, ni un sexo, ni una nacionalidad, ni un cadáver y los cuerpos pasan de una tumba clandestina a una fosa común dejándoles en el anonimato mientras las familias se mueren buscando a sus familiares».

Los albergues de sus hijos

La Caravana de madres paró en muchos de los albergues que se encargan de dar cobijo a los migrantes. Están situados al lado de las vías del tren llamado «La Bestia» al que se suben para atravesar el país. A los hombros de esta Bestia pudo viajar Eugenio Marcelino Juares Gómez, hijo de Narcicia Socorro Gómez. Hace 10 años que se fue de Nicaragua y desde entonces su madre no sabe nada de él. «Ahorita hemos venido de albergue en albergue y vemos a los chavales que van y se me refleja mi hijo en ellos y pienso que mi hijo pasó por esta mismos lugares. A saber como pasaría. Me da un gran pesar y me pongo muy triste». Cuando le preguntamos sobre qué les dice a estos «chavales» nos responde enérgicamente: «Yo les digo que se regresen para sus cases. Pero ellos insisten en ir, no hacen caso. Yo les digo no hijitos, regrésense para atrás, les van a hacer mucha falta a sus mamitas. No, pero es que nosotros queremos el sueño americano que todos deseamos».

«Si no despertamos, nadie lo va a hacer por nosotras», comenta Virginia Orcot. Viene de Guatemala, de Patzún, en el Departamento de Chimaltenango. Carlos es su esposo y vino a buscarle. «Se vino para acá porque en Guatemala no hay trabajo y quería emigrar a los Estados Unidos. Vino el 20 de agosto de 2009 y me llamó cuando llegó a México el 26 de agosto. Llegó bien. Después me llamó el 5 de septiembre diciéndome que estaba esperando a algunos compañeros para cruzar y ya no supe nada de él. Esperé un mes, dos meses, tres meses, cuatro meses, cinco meses y a los seis meses me llamaron pidiendo un rescate por él: 40.000 quetzales . Envié 24.000 después de pedir ayuda a mi comunidad. Nunca más supe de él». Carlos Enrique tiene 40 años y 5 hijos en Chilmaltenango. Tres de sus vecinos fueron víctimas de la masacre de San Fernando en Tamaulipas en 2010 en la que fueron asesinados 72 migrantes.

«Ahora es el momento en que las madres centroamericanas y las madres mexicanas deben unirse», comenta María Herrera. Es mexicana y tiene 4 hijos desaparecidos. Se convirtió en organizadora del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) cuando el poeta Javier Sicilia pasó por el estado de Michoacán durante la llamada «Caravana del Consuelo» el 6 de Junio de 2011. Por aquel entonces se subió a un templete delante de la Catedral de Morelia y dijo textualmente que ella era «una persona humilde que no tiene preparación, pero el dolor y la impotencia me hacen hablar». María es una madre con una fuerza colosal que, como las 38 madres centroamericanas que acompañan la Caravana «Liberando la Esperanza» convirtió su dolor en acción y ha ido creciendo como organizadora con el MPJD. «Nos unimos a su dolor a su esfuerzo en la lucha. Las admiramos. Para nosotras no existe el cansancio en la búsqueda y el reencuentro de nuestros hijos y nos mueve un dolor que sólo nosotras podemos entender. Hoy gritamos juntas «no están solas».

Durante esta edición de la Caravana se dieron cinco encuentros -uno en Tabasco, Nuevo León, Distrito Federal y dos en Chiapas- que se fueron forjando a través de las pistas encontradas durante la segunda Caravana en 2011. A estos encuentros se les sumó uno no planeado en Veracruz y se logró organizar a más madres para continuar haciendo el trabajo que los gobiernos de sus países y el mexicano no hacen. Además de buscar pistas de los migrantes se logró visibilizar las precarias condiciones y las violaciones de los derechos humanos a las que se enfrentan los migrantes durante su paso obligado por México. También se consiguió coordinar a las organizaciones sociales y los albergues de migrantes para exigir a los gobiernos que atiendan el llamado de las madres de buscar a sus desaparecidos.

Mercedes, María Herrera, Carmen Lucía , Virginia, Narcicia, Teo y Emetéria tienen en común ahora que los hijos desaparecidos en Mesoamérica, migrantes o no, son sus hijos y no descansaran hasta encontrarlos o saber qué pasó con ellos.

Una versión de este artículo fue publicada originalmente en inglés por Waging Non Violence

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.