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Otro espejismo que se esfuma

Fuentes: Rebelión

Comenzó la fuga masiva de capitales en países hasta hace poco considerados garantía de futuro: los aviesamente denominados «emergentes». Entre el 1 y el 21 de agosto los fondos especulativos vendieron 8.500 millones de dólares en esas plazas. La corrida había sumado 26 mil millones en el primer semestre. Agosto terminó con pérdidas billonarias en […]

Comenzó la fuga masiva de capitales en países hasta hace poco considerados garantía de futuro: los aviesamente denominados «emergentes».

Entre el 1 y el 21 de agosto los fondos especulativos vendieron 8.500 millones de dólares en esas plazas. La corrida había sumado 26 mil millones en el primer semestre. Agosto terminó con pérdidas billonarias en Bolsas metropolitanas y periféricas. Explicar el barquinazo sólo por la devaluación china es inconsistente. Estos movimientos traducen debilidades estructurales irreparables. Detrás está la irresuelta crisis de 2008, la caída de la tasa de ganancia, la deflación y recesión en las principales economías. Por eso, aunque no sea la perspectiva más probable en lo inmediato, no es imposible una fuga generalizada de estos fondos buitres seguidos en manada por Bancos de todo porte. En tal caso el colapso de 2008 sería un pálido ejemplo: el radio de la onda expansiva sería ahora mucho mayor y, a diferencia de entonces, el epicentro originario estaría en países incapaces de afrontarlo. En cualquier hipótesis, la crisis se ha reinstalado y las economías subordinadas pagarán esta vez el precio mayor.

Contra toda buena teoría, durante un período se confió en que el saneamiento y recuperación de la economía mundial tras la gran caída de 2008 provendría de los «países emergentes».

Tal denominación sirvió a los fondos de inversión como recurso de venta para denominar a países antes llamados «subdesarrollados» o «del Tercer Mundo» y atraer inversores a la caza de altas tasas de interés. Por arte de birlibirloque en los años 1990 un conjunto de países cuyas economías se hundían en las profundidades de una crisis devastadora, pasaron a ser «emergentes». Argentina fue acaso el ejemplo más penoso de esa impostura.

Mayor fue la confusión cuando economías de otra escala -China, India, Rusia, más tarde Brasil- ganaron espacio en el escenario mundial. Como prolongación del ensueño se impuso otra ilusión: la crisis de los centros imperialistas con sede en Washington, Bruselas y Tokio daría lugar a un nuevo orden mundial. Ya se había esfumado el que supuso otro con idéntica denominación pero con Estados Unidos como centro único e inapelable, a partir de 1991. Ahora, ese orden provendría del equilibrio estable y virtuoso entre bloques capitalistas antiguos y nuevos.

La marcha inexorable hacia un mundo pluripolar, como lo denominaba y propiciaba Hugo Chávez, fue confundida por no pocos con la perspectiva de ininterrumpido desarrollo capitalista. Apenas había que sumarle algunas columnas para sostenerlo.

Muy lejos de esa interpretación, Chávez enarbolaba una propuesta de transición a escala planetaria, con rumbo fijo al socialismo del siglo XXI. Ahora, cuando la pluripolaridad es un hecho, pero en lugar de equilibrio reinicia el tembladeral en escala mayor, cuando se esfuma el espejismo de un capitalismo humanizado y reformado, se replantea la necesidad de un programa global de transición hacia un horizonte post capitalista.

Arrullados por los panegiristas de la gran prensa comercial hubo quienes se vieron a sí mismos como estadistas, además sobresalientes, capaces con su astucia de sortear las leyes del sistema. «¿Socialismo? No. ¡Ésas son ilusiones! Nosotros somos gente sensata, realista; sabemos que sólo es posible realizar reformas y para ello es necesario apoyarse en la burguesía y crecer, desarrollarse y distribuir».

A la vuelta de una década, tales habilidades se revelan vanas e impotentes. Los mismos que ayer derramaban zalamerías sobre mandatarios que desoían los llamados de Chávez y se negaban a incorporarse al Alba, ahora los acosan. La campaña acentúa el debilitamiento extremo de liderazgos que han perdido respaldo popular. Nadie podía esperar una conducta diferente del imperialismo y el gran capital. El hecho es que están en riesgo no sólo las reformas propias -en ningún caso extraordinarias en términos cualitativos- sino el proceso de convergencia y autonomía regional en su totalidad. Procesos de enorme riqueza desarrollados en América Latina durante los últimos 15 años están en jaque.

Identificar a los Brics con el futuro de la humanidad sin el molesto corolario del socialismo, comprar a precio de saldo la superchería procapitalista rebautizada «neokeynesianismo», asumir la estrategia socialdemócrata-socialcristiana, llevó a este cuadro crítico de extrema gravedad.

La parábola del PT

Es en este paisaje donde destaca Brasil. Lejos de ser caso único, es parte de un fenómeno general aunque diverso; sobresale por su decisiva envergadura geográfica, poblacional y económica. Y, ante todo, porque 35 años atrás se produjo allí una revolución política con el nacimiento del PT.

Una década después, sin embargo, el derrumbe de la URSS potenció las debilidades de la vanguardia mundial, mientras el mundo era anegado por una ola reaccionaria. Como portavoz del gran capital europeo la socialdemocracia -en este caso la española- hizo su faena. Con menos resistencia de la esperada, el PT cayó en sus fauces. Contribuyó un dato esencial, sumado a las flaquezas de las izquierdas en todo el planeta: un período de relativo auge con base en altos precios de las materias primas. Eso acabó. Y allí está el PT, al timón de un país clave en la región, empujado a sanear el sistema a nombre y en beneficio de la burguesía.

Alguien escribió en los 1930, cuando el Partido Comunista de Alemania se negó a hacer un frente único contra el ascenso de Hitler: «el proletariado alemán se levantará; el Partido Comunista de Alemania, jamás».

¿Será capaz el PT de hacer un frente único latinoamericano contra el fascismo contemporáneo, corporizado en la escalada imperial-burguesa sobre la región? ¿Estarán dispuestas sus autoridades a corregir errores, depurarse de conductas corruptas, romper alianzas con la burguesía y con deleznables representantes del capital financiero internacional como, entre tantos, Felipe González?

El PT, el gobierno brasileño, las organizaciones de masas que reivindican las banderas de lucha de tres décadas, podrían levantarse y salir de la encerrona si encararan ese rumbo.

Están las condiciones dadas. Como en Brasil, también en Argentina la clase obrera y el conjunto de la población asiste anonadada al espectáculo de una degradación paralizante y la imposición de tres candidatos presidenciales para un mismo programa de saneamiento capitalista conducido por el imperialismo. Por sobre evidentes diferencias, otros países al Sur del Río Bravo viven situaciones análogas. La región está a punto de liberar fuerzas gigantescas detonadas por la crisis y la intención del imperial de recuperar espacio en sus semicolonias sublevadas. Darle organicidad y sentido a esa potencia de colosales dimensiones no sólo es necesario: es posible. Hace falta voluntad política, sobre la elemental plataforma reclamada por Bolívar dos siglos atrás: «moral y luces».

Lucidez presupone comprender la inviabilidad manifiesta de cualquier estrategia de reforma capitalista. Carcomido por la crisis el sistema sólo producirá más pobreza y violencia. Ese proceso destructivo está a plena marcha en todo el mundo. Antes del torbellino de agosto se calculaba que América Latina tendría en 2016 un aumento promedio del 0,5 del PIB. Será peor. Brasil y Argentina están y seguirán en franca recesión. La reaparición del descontrol sistémico, aun antes de manifestarse en toda su fuerza devastadora, pone fin a conceptos como desarrollo, inclusión, soberanía, sin transponer los límites del capitalismo.

Revolución Bolivariana y frente único

Moral, además de lo obvio, implica reconocer que mientras los miembros de Unasur y Celac no integrantes del Alba recorrían el callejón sin salida del reformismo, primero con Chávez, después con Nicolás Maduro y su gobierno, la Revolución Bolivariana de Venezuela fue un factor clave en la conceptualización y articulación inicial de la multipolaridad, a la vez que alcanzó grandes conquistas, aquí sí, cualitativas, en la transición.

Chávez y Maduro no fueron criticados por sus errores, sino por sus aciertos. Rechazar la vía de la revolución y optar por la reforma llevó a los éxitos del capitalismo agónico, particularmente en Brasil y Argentina. Resistirse a la estrategia del Alba, negarse a la organización internacionalista propuesta por Chávez, condujo a la actual situación de indefensión de tantos valiosos luchadores y el riesgo de pesadas derrotas. Pero tales conductas también redundaron en debilidades y errores por parte de Venezuela, al restársele el aporte teórico, práctico y organizativo de los dos proletariados con mayor porte y experiencia en la región: el brasileño y el argentino.

Urge corregir esa falencia. El frente único latinoamericano puede articularse en la defensa de la institucionalidad y contra el ajuste en Brasil; en el apoyo a la resistencia que obligadamente adoptará el pueblo argentino; en las reivindicaciones de trabajadores uruguayos, paraguayos, chilenos, peruanos; en la paz para Colombia, y centralmente en la defensa de la Revolución Bolivariana y su gobierno.

Un ejemplo semejante sería acaso de enorme gravitación también en países tales como Grecia, España y ahora… Gran Bretaña y Estados Unidos. Allí aparecen también fuerzas subterráneas antisistema. Comienzan a expresarlas corrientes internas del Partido Laborista inglés y del Partido Demócrata estadounidense. Pero revelan base social para extender el frente único al corazón del imperialismo, que en todo el mundo avanza por el camino de la guerra.

En el caso venezolano Washington ensaya la tenaza bélica desde Guayana y Colombia mientras arrecia el accionar interno de bandas paramilitares. Impedirlo es una tarea de alcance mundial. La Casa Blanca necesita revertir la convergencia latinoamericana, neutralizar Unar y Celac, acorralar al Alba y aislar a Venezuela, como condición para lanzar finalmente en toda la línea la agresión violenta contra el centro de la revolución latinoamericana. Bajo el influjo de la crisis reaparecida las burguesías locales se alinean más y más con el gobierno estadounidense. Ningún trabajador brasileño, argentino o de cualquier otro país suramericano puede rehuir este desafío histórico.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.