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Perú y el escenario mundial

Fuentes: Rebelión

La reciente Asamblea General de Naciones Unidas ha servido para que mandatarios y representantes de diversos países expongan sus puntos de vista en torno a la grave crisis mundial. Ella se perfila en un contexto muy complejo cuando la humanidad se halla al borde de un conflicto generalizado que podría conducir a la desaparición de […]

La reciente Asamblea General de Naciones Unidas ha servido para que mandatarios y representantes de diversos países expongan sus puntos de vista en torno a la grave crisis mundial. Ella se perfila en un contexto muy complejo cuando la humanidad se halla al borde de un conflicto generalizado que podría conducir a la desaparición de la especie humana del planeta. No es poca cosa.

El Presidente Humala diseñó ideas básicas en la ONU el año pasado, y las reiteró el último viernes el Canciller Rafael Roncagliolo exhortando a todos a confirmar principios esenciales: el multilateralismo, la búsqueda de la paz y la seguridad internacional, la solidaridad y la cooperación. Esto es significativo por la gravedad de la coyuntura, que debe ser revertida en la lucha por la paz, el progreso y el desarrollo, en el marco del respeto por los derechos de naciones y pueblos.

Lo primero que debe tenerse en cuenta en el análisis del escenario de nuestro tiempo es que en los primeros días de noviembre tendrán lugar las nuevas elecciones en los Estados Unidos. Si siempre son importantes los comicios en un país poderoso que influye decisivamente en el concierto mundial, en este caso el tema resulta mucho más relevante.

En USA, en efecto, ha crecido y se ha desarrollado una fuerza ultra derechista extremadamente peligrosa -el llamado Tea Party Movement que representa los intereses más retardatarios de la sociedad Norteamérica. A través de un discurso en extremo nacionalista, chovinista y racista, los voceros de esta corriente surgida en el 2009 buscan recuperar las posiciones de Poder que perdieran cuando el Partido Republicano sufrió la censura ciudadana por la política extremista de George W. Bush.

Se ha dicho, y es básicamente cierto, que no existe una diferencia sustantiva entre Republicanos y Demócrata en los Estados Unidos. Esto que resulta evidente en el plano general de las políticas, encuentra sin embargo objeciones concretas cuando se diseñan perfiles específicos vinculados a los derechos ciudadanos y a los intereses de los pueblos. Los migrantes, por ejemplo, que viven en los Estados Unidos tienen la posibilidad de apreciar una diferencia concreta entre Republicanos y Demócratas que no es adecuadamente percibida en otros contextos de la política mundial.

La ultraderecha yanqui, en el empeño por recuperar posiciones, busca atribuir al Presidente Obama una caracterización que no tiene en lo mínimo. Lo acusa de ser «socialista», «populista», «radical» o «extremista» según tenga la posibilidad de hacerlo para descalificarlo ante el electorado de los Estados Unidos. En el fondo, lo desprecia por ser migrante, y por ser negro. Y sabe que la mejor manera de derrotar a un candidato Demócrata es presentarlo como «débil» en un escenario convulso, precario en el marco de una confrontación, y timorato en la lucha contra «los adversarios del modo de vida norteamericano», nutrido, como todos sabemos, de explotación, opresión y guerras por doquier.

En 1978, por ejemplo, para derrotar a los Demócratas Ronald Reagan mostró esa imagen a fin de vencer al entonces Presidente James Carter. El telón de fondo, en ese momento, fue la crisis de los rehenes tomados como tales en la ocupación de la embajada de los Estados Unidos en Teherán. La ultraderecha que respaldaba a Reagan tronó duramente exigiendo la intervención militar contra la antigua Persia, sin reparar en las consecuencia de una política aventurera y sin principios. Hoy, en la perspectiva de los comicios de noviembre esa misma fuerza busca convertir a Obama en un «carterista» en su doble definición: como alguien que les «roba algo» a los ciudadanos de los Estados Unidos y que se muestra débil y complaciente ante la hostilidad externa al país del norte. Busca entonces, empujar a Obama a una confrontación militar en el medio oriente y en otros rincones del planeta: una intervención en Siria, una guerra contra Irán, un nuevo ataque contra Libia, un apoyo resuelto a la camarilla sionista de Israel. Y Obama parece ceder a esta tendencia con el ánimo de «no perder puntos» en la confrontación electoral. El apoyo de la Casa Blanca a Israel -«el discurso sionista de Obama» lo han llamado algunos observadores- así parece confirmarlo. Quizá por eso en Naciones Unidas, Obama se muestra ora halcón, ora paloma, ora Mariposa y ora avispa, según la ingeniosa frase de Pepe Escobar. Y es que busca mimetizarse con diversas políticas en función de intereses muy estrechos.

Pero no sólo es esa región del mundo la que preocupa hoy a Washington. También es América Latina, donde Cuba sigue siendo el «cuco» del Imperio. No obstante que en la campaña electoral anterior Obama sostuvo la necesidad de «civilizar su relación con todos los países de la región» -lo que incluida ciertamente a Cuba- la Casa Blanca ha mantenido el bloqueo imperialista contra la isla de Martí y se niega a liberar a los 5 antiterroristas cubanos a los que mantiene ilegalmente cautivos desde hace 14 años.

Hoy el gobierno yanqui dice «no temer» lo que ocurre en Venezuela, pero mueve todos los hilos a su alcance para fortalecer la opción opositora que encarna Capriles, portavoz del programa neo liberal mas reaccionarios y antipopular del continente, y tan sólo comparable a las políticas de Pinochet en Chile y Fujimori en el Perú en el siglo pasado. Si mirara con verdadera inteligencia el escenario latinoamericano, el gobierno de los Estados Unidos podría apreciar mejor en Caracas una administración estable y socialmente respaldada por la ciudadanía, antes que un gobierno cuyas primeras medidas podrían traer el desgobierno y el caos total a la patria de Bolívar.

Lo que ocurre en Venezuela es claro. La población respalda masivamente al proyecto bolivariano -como quedará confirmado en los comicios del próximo 7 de octubre- del mismo modo como los gobiernos progresistas de América Latina conservan en sus países muy altos índices de aprobación popular. Como línea general ocurre, en efecto que en nuestra región, gozan de mejor salud los avanzados, en tanto que los conservadores -como Piñera, en Chile- se ahogan por la resistencia de las masas a sus políticas neo liberales. Ahora incluso el Presidente Santos -en Colombia- apuesta por la paz, contraviniendo y descalificando el mensaje Uribista del pasado.

En el Perú, ciertamente buscamos que mirar este escenario. Tenemos un pasado tumultuoso, pero ante los ojos de nuestro pueblo se abre un porvenir sugerente. El sólo hecho que en los comicios del 2011 el electorado escogiera mayoritariamente una opción progresista, muestra el rumbo hacia el que apunta el sentir de la gente. Y es que años muchas generaciones de peruanos han luchado para crear conciencia de cambio y abrir la puerta a un tránsito prometedor más adelante. Independientemente, incluso, del rumbo actual de la administración peruana, el sentimiento popular no ha cambiado, y se confirma más bien en luchas constantes y banderas enhiestas.

Porque eso es así, apreciamos en su real dimensión el proceso electoral venezolano. Solo que lo hacemos en una óptica distinta de la que caracteriza a la «prensa grande» al servicio de los monopolios y de las mafias. Esa prensa aseguraba hace algunos meses, que el Presidente Chávez estaba «en sus últimos días» y que era «inminente» su deceso. Ahora ya han olvidado incluso los «informes confidenciales» de los inventados «médicos de cabecera» del mandatario bolivariano. Ahora buscan «alentar» la candidatura opositora asegurando «un empate técnico» en los próximos comicios. Cuando pierdan categóricamente -como habrá de ocurrir- dirán unos que eso fue «fraude» y otros, que se debió al «abuso del Poder» por parte del Comandante victorioso. En todos los tonos se negarán a aceptar la realidad.

Los peruanos debiéramos sentir vergüenza ajena por todos los insultos y las calumnias que la prensa mafiosa destila contra Venezuela y su gobierno. Pero debemos admitir que eso, no es nuevo. Ya en los años de Bolívar también la oligarquía criolla buscó hacerle imposible la vida al Libertador. Pretendían -y lo lograron- secuestrar el Poder y apoderarse de la República que recién nacía, ellos que hasta el 27 de julio de 1821 eran hispanistas y que al día siguiente se proclamaron por la Independencia, a condición que les permitieran administrarla, como ocurrió.

Hoy ese «casquete oligárquico» -según expresión de Héctor Béjar- ve a los halcones de Washington con la misma expectativa que veía a los Bordones en el siglo XIX. Consciente de ello, ha visitado nuestra patria el ex Jefe del Gobierno Español José María Aznar, quien -al lado del colombiano Uribe, también en Lima- ha destilado odio contra los herederos del Libertador. Bien podríamos enrostrarle a ambos esa conducta recordando el 25 de septiembre de 1828. En esa fecha, Bolívar -que percibía el olor de las acciones enemigas- aseguró que habría una conspiración y dijo: «solo creo en los presagios». Hoy, al revés de esa historia, el 7 de octubre, Venezuela; será más bien el presagio de victorias para los pueblos de nuestro continente.

Gustavo Espinoza M. del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera   

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.