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Perú

Puente Piedra, la punta del iceberg

Fuentes: Rebelión

Los sucesos ocurridos el jueves 12 de enero en Puente Piedra -un distrito popular ubicado a 20 kilómetros al norte de Lima- han ocupado gran parte de los noticieros de la televisión, y muchas páginas de los diarios. Incluso la «prensa grande» y sus portavoces, han debido abordar el tema, incidiendo en su trascendencia e […]

Los sucesos ocurridos el jueves 12 de enero en Puente Piedra -un distrito popular ubicado a 20 kilómetros al norte de Lima- han ocupado gran parte de los noticieros de la televisión, y muchas páginas de los diarios. Incluso la «prensa grande» y sus portavoces, han debido abordar el tema, incidiendo en su trascendencia e implicancias. Y es que el caso reviste diversas aristas y ocurre en una circunstancia singular, cuando la empresa más directamente beneficiada con la obra puesta en marcha por el Alcalde Castañeda y el Municipio de Lima, ha sido señalada como el símbolo imbatible de la corrupción en el Perú.

La empresa brasileña Odebrecht, como se sabe, viene operando en el país desde hace varias décadas. Llegó a fin es de los años 70 del siglo pasado, invitada a invertir en el Perú en el periodo final del gobierno de Morales Bermúdez, cuando el régimen militar abandonó definitivamente las prácticas patrióticas y nacionalistas, y renegó en los hechos del mensaje de Velasco Alvarado. Pero ese, apenas, fue un inicio. Desbordo sus operaciones más tarde, en los años 90. Cuando Alberto Fujimori, en servil acatamiento a los dictados del Fondo Monetario y el Banco Mundial, impuso a rajatabla el «modelo neo liberal» que aún subsiste.

Después de Fujimori, administraciones sucesivas siguieron la huella del consorcio de marras y ejecutaron convenios, acuerdos, tratados, licitaciones y «addendas» de distinto corte y variado precio. Por lo que se conoce de la denuncia ya planteada en el Perú, los «negociados» principales tuvieron lugar bajo la administración de Toledo y García, y también de Humala. Aunque todo está aún por despejarse, ya han saltado nombres de personas que oficiaron de «intermediarios» para «operativos» siniestros gracias a los cuales se amasaron ingentes fortunas. La investigación del tema está en la orden del día, pero no concluirá a corto plazo. Lo previsible es que el tema de Odebrecht, y su secuela, ocupe -por lo menos- todo éste periodo de gobierno y esté en la mesa de debates aún para el 2021, como parodia de nuestro Bicentenario.

Múltiples son las expresiones derivadas de este caso. Unas tienen que ver con los gobiernos. Otras, con las coimas y sobornos entregados a gobernantes y funcionarios; pero también con las obras mismas, las más importantes de las cuales son la vìa interoceánica y las centrales hidroeléctricas. Pero de ellas, fluyen «acuerdos menores» como la construcción de caminos y las modalidades de pago que, en beneficio de la empresa, fueron pactados. De ahí es que deriva el tema de los Pagos de Peaje en las carreteras. La empresa, para ganar más -pero también de modo sostenido- puso en práctica la modalidad del pago por el uso de las vías, pretextando la necesidad de «asegurar su mantenimiento». Y es claro que quienes asumen esos pagos, son los usuarios, vale decir las personas que se desplazan en vehículos, de un lugar a otro.

El transporte no se hace sólo de manera privada. El transporte público también debe transitar por esas rutas y -en el caso- el pago pasa a la cuenta del ciudadano obligado a trasladarse de un lugar a otro, en un micro desbaratado y maloliente. Ese fue el disparador en Puente Piedra. Porque ocurre que los «Peajes» ubicados en el distrito crean una situación singular: todas las personas que se desplazan en el interior del mismo, lucen forzadas a pagar por lo menos diez soles para «entrar» o «salir» del lugar en el que viven. La suma, equivale a algo más de tres dólares al día.

Una población severamente castigada por la crisis, en un país en el que el costo de vida virtualmente se ha hasta triplicado en los últimos diez años sin que hayan subido sueldos ni salarios; considera esta «carga» simplemente impagable. La juzgaría así, si el dinero recaudado fuera a manos del Estado -llamado a asegurar la conservación adecuada de las pistas- pero la juzga intolerable cuando sabe que él, irá a cubrir las arcas de la empresa acusada justamente de envilecer en los últimos años la vida nacional.

Fue eso lo que hizo explotar el caldero. Miles pobladores, la semana pasada, se movilizaron en torno al tema y no pararon hasta prender fuego a las cabinas de peaje, las mismas que, con sorprendente celeridad, fueron rehabilitadas 24 horas más tarde por el Municipio de Lima, a fin de asegurar que Odebrecht cobre «la suya». El jueves 12, volvieron a tocar las campanas de la rebeldía y los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes, se prolongaron más de 18 horas; desde las 7 de la mañana hasta pasadas las 10 de la noche, con una secuela previsible: heridos, contusos, detenidos y prófugos. En verdad, lo que la gente pudo ver por la Tele, fue un río humano golpeando con furia.

Muchos pueden preguntarse qué fue lo que ocurrió, o cuál es el fenómeno que nuestros ojos están viendo hoy en el Perú. Porque los sucesos de Puente Piedra, fueron apenas la punta del Iceberg. Y es que así como en el Círculo Polar Ártico, un pequeño pico de nieve oculta bajo el agua una verdadera montaña; los enfrentamientos en el distrito capitalino son apenas la señal de lo que corre por debajo de la tierra: una profunda, y tensa, convulsión social.

Ahora que andamos de aniversarios heroicos, podemos recordar que el 7 de noviembre de 1917 -según el nuevo calendario- los bolcheviques dieron inicio en Rusia a una etapa de la Revolución: destruyeron el Imperio de los Zares, y abrieron campo a una nueva sociedad. El 1 de enero de 1959 en Cuba los combatientes de Fidel acabaron con la dictadura batistiana, inaugurando un nuevo orden social, más humano y más justo. En un país como el nuestro, las cosas tienen otro signo.

Como aquí no hay una Vanguardia -o varias- que conduzca la lucha del pueblo; en el Perú el pueblo parece haber resuelto marchar sólo y por su cuenta. Y abrir, camino a una revolución social que será, por las condiciones concretas, infinitamente más lenta, y dolorosa, que todas las demás. Un verdadero Parto Social más complejo y difícil que todos los vividos en América.

Alguna vez, al definir la Revolución Social, Fidel dijo que ella era un fenómeno de masas que se producía cuando millones de hombres de un país decidían acabar con los problemas que agobiaban a millones de hombres de ese país. En otras palabras, cuando los pueblos tomaban conciencia de su fuerza, y de su capacidad; y emprendían -ellos mismos- la tarea de cambiar su realidad.

Bien podríamos decir, entonces que lo de Puente Piedra fue apenas un indicio de lo que subyace: la Revolución Social; que como no tiene liderazgo definido, asoma como una vorágine incontrolada. Así fue antes, en Conga, Tía María, y Las Bambas. Y así es hoy, en Puente Piedra. Un río caudaloso y bravío que algunos, aún no aprecian, ni comprenden.

¿Hubo infiltrados senderistas en la protesta? Es posible. También estuvieron los Comandos de Acción del APRA, esos que sirvieron para golpear a Susana Villarán en La Parada, o atizar la violencia reciente en Huaycán. Pero un río no trae solamente agua limpia. Trae piedras, lodo, troncos quemados, restos putrefactos, basura por doquier. Si alguno piensa no cruzarlo porque el agua «está sucia», quedará la vida entera a la orilla. Jamás llegará a su destino.

Hay quienes se sorprenden porque los manifestantes de Puente Piedra tiraron piedras, usaron hondas o, incluso, lanzaron bombas «Molotov«. «Yo no imagino a los jóvenes fabricándolas, o haciendo uso de ellas» -dijo sorprendida- la Ministro de Justicia, Isabel Pérez Tello. Y es que ella, o ha tenido otra juventud, o «no ha tenido calle», porque nosotros -los viejos de hoy- también en nuestros años mozos, fabricamos bombas Molotov, y las usamos con destreza Eso, no es nada del «otro mundo».

Lo que ocurre es que nuestro pueblo, está haciendo su «experiencia de clase», asimilado en la acción sus «formas de lucha». Y deslindando los campos como corresponde. Aprenderá a cruzar el río y a destilar el agua, para librarla de las impurezas que hoy la afectan. Pero aprenderá también a transitar el camino del futuro para construir -lo decía el Amauta- «Un Perú nuevo, en un mundo nuevo».

Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.