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Uruguay

Queríamos cambiar el mundo y ahora queremos arreglar la vereda

Fuentes: Rebelión

Es una opción, seguramente con más probabilidad de ser concretada. El «arreglo de veredas», la cosmética y lo superficial, el cambiar algo para que nada cambie, es tan viejo como el mundo. No hay nada novedoso en esas palabras. Quizás, para algunos desprevenidos, o muchos, lo novedoso es que lo diga Mujica. Que lo viene […]

Es una opción, seguramente con más probabilidad de ser concretada. El «arreglo de veredas», la cosmética y lo superficial, el cambiar algo para que nada cambie, es tan viejo como el mundo. No hay nada novedoso en esas palabras. Quizás, para algunos desprevenidos, o muchos, lo novedoso es que lo diga Mujica. Que lo viene repitiendo pero no se escucha o no se quiere escuchar.

El mensaje es claro, no admite segundas lecturas.

Hasta Quino con su Mafalda decía «apurémonos a cambiar el mundo antes que el mundo nos cambie a nosotros».

Los años de cárcel también cumplen su cometido: dejar en carne viva y marcar a fuego la imposibilidad del cambio, utilices el método que utilices. Podés arreglar lo hecho, mejorarlo, hasta darle un rostro humanizado, pero ni se te ocurra cambiarlo, no se puede.

Y eso se enseña por las buenas o por las malas. Cuando el complejo sistema educativo, cultural, generador de paradigmas a seguir, cuando el machacar de los medios no alcanza, cuando se rebasan los límites permitidos y tolerados, la cárcel, la tortura, la desaparición y la muerte son las herramientas a utilizar.

Los sistemas represivos del Estado cumplen su cometido último y principal, domesticar a los rebeldes, cuidar el orden establecido, marcar claramente las fronteras.

No se puede dice el sistema y el miedo, materializado en las últimas y siempre latentes dictaduras (Honduras es una muestra patente) te dice que lo mejor que podés hacer es arreglar las veredas. No saques los pies del plato, que la miseria y la necesidad siempre necesiten de la limosna, que en última instancia nos recuerda lo bueno y solidarios que somos con quienes nada tienen y a quienes somos capaces de darles… lo que nos sobra.

¿Por qué a alguien le sobra lo que a otros les falta?

Pregunta simple si las hay, que quieren enredar con falsas respuestas.

Arreglémosle la vereda a los que les falta, que vean en las vidrieras y la tv, la otra vida, esa a la cual nunca llegarán pero a la que la zanahoria presenta tentadora y ahí nomás.

Que la sientan propia aunque sea por una hora, mientras dura el programa o la propaganda, mientras el referente te dice que sos él más importante aunque solo te arreglen la vereda y no te convoquen a construir otra casa, otro país, otro mundo.

Nada de romper estructuras que seguirán siendo injustas y malas, vamos a blanquearlas, a pintarlas, es más, vamos a dejar que los humildes y excluidos, las pinten y las blanqueen, para que cuidan aquello en lo que trabajaron y sigue siendo de otros.

Otros pocos y poderosos.

Si no hay manera de extirpar el dolor y el sufrimiento (pobres siempre hubo) te los calmo. Que haya 200.000 pobres menos (¿?) es una gran victoria aunque sigan padeciendo 700.000 más. Paciencia se les pide a quienes no tienen nada más que perder, paciencia se les dice a los buenos samaritanos de clase media que hasta lloran frente al televisor mientras descansan del stres cotidiano que produce la oficina o los despachos.

Se hace lo que se puede, quien reclama algo más está poniendo en peligro lo poco conquistado, le está haciendo el juego a la derecha que espera nuestros desaciertos para salir, nuevamente, a sangre y fuego.

Mientras sigamos así, graduales y pragmáticos, el poder está tranquilo, hasta aboga por la alternancia democrática que permitirá reafirmar ante el mundo, lo civilizados que somos.

Por suerte no tenemos aborígenes en número tal que comiencen a reclamar sus derechos. Rivera se encargó de ese problema.

Por suerte no tenemos ningún milico vocinglero y escandaloso que hable de imperialismo, capitalismo y ¡horror! de socialismo. Ya lo dijo Fukuyama, la historia se terminó.

El sistema es malo pero perfectible, es lo mejor que se conoce, dicen quienes lo disfrutan mientras millones y millones se mueren de hambre y sed en el mundo.

Pero son números de una estadística, son pobres, son anónimos.

Se le pide paciencia a la sed, al hambre, a la falta de vivienda, a la ausencia de educación, de salud. Se le pide paciencia a quienes siempre la tuvieron, a quienes siempre la padecieron.

La impaciencia tiene mala prensa, es una prueba palmaria de la mala educación de las masas populares, especialmente si se organizan y reclaman ante la lentitud de las respuestas.

Porque la demora o el hacer lo que se puede no le cuesta la vida a nadie… de quienes participan de la repartija. Quienes la sufren están acostumbrados, tienen la piel endurecida y aguantan, porque muchas veces no están en situación de visualizar las salidas y creen, fervorosamente, en aquellos que supieron captar su atención y generar la fe que muchos perdieron.

¿Acaso es más importante la deuda externa, fraudulenta e ilegítima, como muchas veces se dijo y se demostró que la deuda interna, legítima y desesperante por lo urgente?

¿Acaso seguiremos creyendo el cuento de la inversión extranjera que viene a generar trabajo y esperaremos que la copa se derrame, cuando sabemos que está agujereada hacia los países de origen de tales capitales?

Es verdad, el tiempo generacional y finito de cada uno hace replantear muchas cosas cuando se acerca la fecha de vencimiento. Es una espada de Damocles sobre la cabeza de todos.

Y muchos piensan si no es mejor hacer algo de lo posible ahora antes que pelear por lo necesario que nunca termina de llegar.

Los tiempos históricos no son iguales para los pueblos y los individuos, los tiempos humanos tienen urgencias que hay que resolver sin que esa resolución sea eludir la extirpación de causas que conllevan el flagelo del hambre y la enfermedad, la miseria y la desesperación.

No hay «arreglo de vereda» que dure si no hay cambio realizado.

Construir lo nuevo es explorar territorios desconocidos, arriesgarse al silencio o la muerte, romper con lo establecido, asumir los colores de la utopía y renegar de la comodidad y la satisfacción con que el sistema nos contiene.

Y para que no quede en palabras que pueden ser refutadas con otras palabras mejor dichas pasemos a algunos datos concretos sobre deseos, publicidades gubernamentales y realidades.

Según el INE (Instituto Nacional de Estadísticas) en Estimaciones de pobreza por el método de ingreso de 2008, de julio de 2009, se constata en los últimos años una marcada tendencia a la baja en todos los grupos etarios. Sin embargo aún resulta evidente la concentración de la pobreza en los menores de edad (principalmente en menores de 6 años). Mientras la incidencia de la pobreza representa el 39,4 por ciento entre los menores de 6 años, en las personas con 65 años y más la incidencia es de 6,2 por ciento.

Esta distribución de la incidencia de la pobreza es más marcada en la capital del país, donde el 45,4 por ciento de los menores de 6 y el 43,7 por ciento de menores entre 6 y 12 años están bajo la línea de pobreza.

La capital del país, Montevideo, está gobernada por la izquierda hace ya 18 años, tiempo más que suficiente para atender este problema acuciante, y darle la dedicación necesaria que permita erradicar este flagelo que ataca a uno de los sectores más indefensos de la sociedad, los menores de 6 a 12 años.

Un país envejecido, con una emigración estructural manifiesta y que desatiende a sus niños de esta manera está hipotecando su futuro.

Y otro dato nada menor, mientras la pobreza en las personas blancas es de 19,4 por ciento casi la mitad de quienes se declaran afro descendientes, un 43,1 por ciento, están bajo la línea de la pobreza. En un país que presume de tener bajos niveles de racismo, la realidad hace trizas la teoría.

Como dice el INE, la raza como un factor explicativo de la desigualdad social.

No se explican pagos adelantados de deuda, perdón a grandes deudores agropecuarios, subsidios, teniendo ese panorama como pesado presente hacia un futuro complicado.

No es cierto que no hay vencedores ni vencidos, los hay, pero no solamente en esta elección pasada donde fue confirmada como futuro gobierno la fórmula Mujica-Astori, sino que los vencidos son una multitud que sufre diariamente la derrota y los vencedores siguen siendo una oligarquía depredadora y excluyente que no ha sufrido ni teme sufrir daño alguno en el gobierno presente y en el que se avizora.

Hay sobradas muestras de ello, quien quiera oir que oiga, quien quiera ver que vea.

También es cierta la ausencia de una alternativa nueva para esta sociedad, que aun hoy, se entusiasma y quiere creer, porque es muy doloroso el pensar que esa construcción política por la que han dado años y vidas muchísimos uruguayos, ha mellado su filo y se ha transformado en amortiguadora y sostenedora de este sistema injusto.

Parece un callejón sin salida en el corto plazo, pero como dice la canción, la vida te da sorpresas.

La vida, también, te da la oportunidad de cambiar, de equivocarte y corregir, de decir y hacer, de deshacer los entuertos o contribuir a consolidarlos, de volver a creer que vale la pena luchar por algo que quizás no lleguemos a ver, de combatir este presente dominado por un capitalismo ominoso para colaborar, en la medida que cada uno pueda y quiera, en generar esa sociedad que nos permita comenzar la carrera de la vida en condiciones de igualdad para lograr llevar a la realidad, que un mundo mejor no solo es posible sino que se ha vuelto indispensable.

El libre albedrío, la crítica que construye, la justicia y la solidaridad que debe destruir la desigualdad manifiesta y excluyente, lo necesario antes que lo posible, la utopía desplazando al pragmatismo y ese escalón de pensamiento en el que cada uno sabe que tiene un límite de resignación y tolerancia a claudicaciones que pueden llegar a profundizarse, es parte del menú que la vida también pone en nuestras manos.

Caminar a solas es posible, pero el buen peregrino sabe que el camino es largo y requiere compañeros.
H. Cámara

Rebelión ha publicado este artículo con autorización del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.