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Perú

Sobre la Nueva República

Fuentes: Rebelión

«En el Perú no hemos tenido clase dirigente sino clase dominante incapaz de constituirse políticamente en una fuerza que pueda organizar la sociedad con cierta coherencia y arrogarse el derecho de representarla». José Carlos Mariátegui. El balance de 193 años de vida republicana es la constatación del fracaso de las clases dominantes, incapaces de construir […]

«En el Perú no hemos tenido clase dirigente sino clase dominante incapaz de constituirse políticamente en una fuerza que pueda organizar la sociedad con cierta coherencia y arrogarse el derecho de representarla».
José Carlos Mariátegui.

El balance de 193 años de vida republicana es la constatación del fracaso de las clases dominantes, incapaces de construir una sociedad moderna, desarrollada y próspera. La independencia abrió posibilidades de desarrollo y de progreso excepcionales. ¿Qué fallo? ¿Cómo se explica que tras un periodo tan prolongado sigamos una marcha sin rumbo seguro ni cohesión nacional?

La conquista

La conquista interrumpió la autonomía como etapa de desarrollo propiamente andino. Desplazó la agricultura por la minería y el comercio, de esta manera el Perú se convirtió en una clásica «economía dependiente», desprovista de producción local y dependiente de la exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados. Exclusión social, económica y política de la población indígena. El centralismo hecho raíces, problema que pervive hasta nuestros tiempos.

Una independencia a regañadientes

Tras la conquista de la independencia se logró la ruptura política del yugo español, sin embargo la herencia colonial, esa pesada carga de injusticias alcanzó a la República. El ideal de transformación por el que lucharon millones de peruanos se vio frustrado, pues en la práctica, la emancipación y la puesta en marcha de la República no significaron un cambio integral de las bases económica ni sociales del país. Es síntesis, no hubo mejora alguna para las clases populares.

Los fundadores de la República implantaron un sistema político de tipo republicano, copiado con ligeras variantes del republicanismo liberal norteamericano de 1787, pero no pudieron copiar obviamente ni su estructura social burguesa ni su cultura política republicana, liberal y democrática. La República naciente por el contrario asumía una estructura social feudal y una cultura política patrimonial.

La relación de subordinación de nuestra economía respecto de Europa se mantuvo sin alteraciones sustantivas, ya que pasamos de la dominación económica monopólica española a la dependencia comercial y financiera de Inglaterra.

El primer militarismo o la era de los caudillos

Las élites dominantes criollas estructuraron un régimen a su medida, luego de tres siglos de marginación política durante el Virreinato conseguían su objetivo: gobernar. No obstante, carecían de un proyecto político integral, siendo incapaces de forjar un gobierno civil y democrático, así se ampararon en el gobierno de los caudillos militares capaces de mantener el statu quo por la fuerza de las armas. Estos caudillos criollos y mestizos llegaban al poder a través de golpes sucesivos, buscando alianzas inestables con la aristocracia criolla y rodeándose de intelectuales con orientaciones diversas (liberales y conservadores).

Al respecto, el Amauta José Carlos Mariátegui, concluye que en el Perú no hemos tenido una clase dirigente sino una clase dominante incapaz de constituirse políticamente en una fuerza que pueda organizar la sociedad con cierta coherencia y arrogarse el derecho de representarla.

El primer civilismo o República del guano

En la era del guano el Perú tuvo el monopolio mundial del fertilizante por varias décadas, lo que hizo posible su reconexión con el exterior, emergiendo una élite comercial exportadora que buscó cambiar el epicentro de la política de los cuarteles a la sociedad civil. Ella organizó las finanzas públicas y diseño un sistema legal, pero el orden político siguió reposando en la coerción (ejercito) y los actores principales siguieron siendo los caudillos.

La venta de este recurso altamente estratégico significó para el Estado la captación de grandes sumas de dinero, lamentablemente no fueron usadas para reactivar el aparato productivo peruano, crear un mercado interno y hacer que el país despegue como una potencia industrial. Precisamente Jorge Basadre llamó a este periodo «prosperidad falaz», es decir engañosa, porque sólo beneficio a unos pocos. La guerra con Chile interrumpió este proceso de supuesta prosperidad que no supimos aprovechar.

El segundo militarismo y reconstrucción nacional

Posteriormente a la guerra con Chile, el Perú vivió el peor momento en toda su historia republicana. Colapsada la economía por la destrucción de su limitada capacidad productiva, por la pérdida de los territorios salitreros y por la bancarrota de la explotación del guano, que arrastró a la banca, el agro y el comercio sustentados en ella.

Nuevamente las clases dominantes erigieron a los militares como sus salvadores, encomendándoles la tarea de reconstruir el país. Lamentablemente los militares nos hundieron más en el pantano de la dependencia económica al permitir el ingreso del capital monopólico inglés en la minería, el petróleo, el agro costeño azucarero y la industria; afirmándose el carácter semicolonial y semifeudal de nuestra sociedad.

El segundo civilismo o República aristocrática

Tras la reconstrucción nacional, la política fue recuperada por la oligarquía que gobernó el país en alianza con el gamonalismo, apoyándose en el capital extranjero y en las fuerzas armadas institucionalizadas. La República aristocrática nace de la coalición del Partido Demócrata y el Partido Civil, organizaciones políticas elitistas, que no sólo ganaron el control del Estado y sus recursos, sino que los usaron para promover sus propios intereses individuales y de clase, limitados y egoístas.

Una vez más se puso en evidencia que la oligarquía carecía de un «proyecto nacional de desarrollo», optando ante ello por una política de fomento de las exportaciones en vez de la industrialización, que operó irracionalmente en forma aristocrática y rentista. El resultado fue una sobreespecialización en la producción de mercancías para la exportación, controlada por la élite, y una excesiva dependencia en el capital y los mercados externos. El estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) sacó a relucir estas debilidades.

El desafío populista

Augusto B. Leguía, aprovechando el desprestigio del civilismo, a quienes calificaba de anacrónicos y políticamente quebrados, llega la presidencia de la República tras la posguerra, desplazando a la burguesía agroexportadora del poder político, aunque las bases económicas que lo sustentan se mantienen inalterables.

Es en esta época que se abre un espacio de modernización capitalista pero subordinado a los intereses del imperialismo norteamericano que desplaza definitivamente al capital británico. Entonces también se privilegió la actividad extractivista primario-exportadora, en particular minería y petróleo, al ritmo de un régimen autoritario y centralista, demagógico, clientelista y corrupto.

La crisis mundial del sistema capitalista (1929-1933) afecto gravemente nuestra economía dependiente, llevándola al colapso, puesto que el régimen de Leguía estaba muy ligado al capitalismo norteamericano. Por consiguiente se agudizaron las protestas populares, generando un clima de inestabilidad política, social y económica. Así, la caída del dictador fue tan dramática como su ascenso.

Tercer militarismo y sus resistencias

Las clases dominantes incapaces de dirigir el Estado tras el descalabro del capitalismo y sus repercusiones en nuestro país, optan por apoyar nuevamente a los militares y así contener y reprimir toda agitación social preservando el sistema y sus intereses.

En muchos sentidos, este periodo ha sido visto como una continuidad del orden oligárquico, que fue salvado de la «amenaza aprista y comunista» de los años 30. Ha sido también considerado como una continuidad agónica de la oligarquía durante la cual la aristocracia no pudo recomponer su hegemonía y legitimidad, lo que contribuyó a aumentar la sensación de un vacío, no solo político, sino de liderazgo social y de ausencia de identidad cultural.

Sin perder su carácter semicolonial y semifeudal durante este periodo se consolida la industria, sin embargo la columna vertebral de la economía sigue siendo la actividad extractivista primario-exportadora, particularmente el agro azucarero y algodonero y la minería.

El gobierno institucional de las FFAA

El régimen militar que se instauraría desde 1968, autodenominado «Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas», se proponía implantar las reformas estructurales que ellos pensaban eran necesarias para modernizar el país, y que los partidos reformistas como el APRA y Acción Popular habían prometido pero no cumplido, y de esa manera detener el peligroso avance del movimiento popular y la izquierda.

Hasta antes del gobierno militar la economía peruana era básicamente primario-exportadora. La base industrial y la producción para el mercado interno eran débiles y el país dependía de importaciones para la satisfacción de las necesidades de consumo creciente de la población. Aunque años atrás se había intentado desarrollar una política de fomento industrial, la inserción del Perú en la política conocida como «industrialización por sustitución de importaciones» (modelo ISI) se daría nítidamente con el gobierno militar.

Durante este periodo (1968-1980) se producen cambios que van a determinar el predominio del capitalismo sobre el conjunto de la economía y la sociedad peruana, siempre en el marco de la dominación semicolonial del imperialismo norteamericano, y el desplazamiento definitivo de la llamada vieja oligarquía del control del aparato estatal y de los terratenientes semifeudales. La crisis en el agro, precipitada por las propias contradicciones de su devenir y los golpes contundentes del movimiento campesino, la clase obrera y el pueblo en su conjunto crean las condiciones para su ocaso definitivo.

El proyecto neoliberal

Nuevamente en democracia, Fernando Belaunde, en vez de iniciar la expansión económica que la mayoría de peruanos esperaba, revirtió su promesa electoral, y aplicó las doctrinas neoliberales del libre mercado de Milton Friedman. De hecho prosiguió con las políticas conservadoras de estabilización de la segunda fase del gobierno militar para así ganarse la confianza de los inversionistas. En la práctica el Perú retornó al modelo tradicional de liberalismo primario-exportador anterior a 1968.

Las elecciones de 1985 fueron ganadas por el APRA, que por primera vez llegaba al poder sin intermediarios, de la mano de Alan García, quien prometió «gobernar para todos los peruanos». Cabe mencionar que el nuevo presidente no presentó «plan de gobierno» alguno, no obstante aplicó una política económica heterodoxa (por oposición a la ortodoxa), que en los primeros años tuvo resultados aparentemente exitosos, no siendo así al final de su gobierno, en que el Perú parecía al borde del abismo.

Una vez concluido el gobierno aprista, en medio del caos y la zozobra económica y política, asume el poder Alberto Fujimori, que con el respaldo de las clases dominantes, opta por la aplicación a ultranza del modelo neoliberal, aplicando las recetas del Consenso de Washington: limitación de las funciones del Estado, apertura del mercado, retiro de subsidios (menos al capital), liberalización de los mercados de bienes, servicios y trabajo, desregulación de los mercados financieros y de capitales, privatización de las empresas estatales, y flexibilización laboral; dando lugar a la neocolonización del Perú. Los gobiernos sucesivos optaron por el continuismo neoliberal.

A manera de conclusión

El Perú que nace con la independencia no ha logrado su plena realización. Es el resultado de una revolución fracasada. No es que nuestro país sea inviable, disponemos de recursos humanos, materiales e históricos que permiten mirar el futuro con optimismo. Sin embargo, su viabilidad fue bloqueada por la ausencia de una clase dirigente y por intereses ajenos al desarrollo de esas posibilidades. Este nudo gordiano no ha sido cortado hasta nuestros días.

Casi dos siglos después, viejas tareas que debieron haberse resuelto siguen pendientes de solución, y las nuevas surgidas con los cambios que se viven en el mundo van quedando postergadas.

Es pues, indispensable cerrar este capítulo para sacar al país del entrampamiento histórico en que se encuentra e iniciar un Nuevo Curso para el país, que implique la construcción de una Nueva República de cara a las exigencias del siglo XXI, que tenga como soporte un Proyecto Nacional de Desarrollo, sustentada jurídicamente y políticamente en una Nueva Constitución Política. En síntesis forjar «un Perú nuevo en un mundo nuevo» como anhelara el Amauta José Carlos Mariátegui.

Fuentes consultadas

BASADRE JORGE. 1978. Perú, problema y posibilidad. Fundación M. J. Bustamante De La Fuente. Lima, Perú.

CONTRERAS CARLOS, CUETO MARCOS. 2013. Historia del Perú contemporáneo. IEP. Lima, Perú.

COTLER JULIO. 2005. Clases, Estado y Nación en el Perú. IEP. Lima, Perú.

KLARÉN PETER. 2013. Nación y sociedad en la Historia del Perú. IEP. Lima, Perú.

MARIÁTEGUI JOSÉ CARLOS. 1996. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Empresa Editora Amauta. Lima, Perú.

MORENO ALBERTO. 2000. Sobre el Proyecto Nacional. Patria Roja N° 151. Lima, Perú.

Blog del autor: http://divagando.lamula.pe/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.