Finalmente lo han confesado, respecto a 20 años de invasión y ocupación de Estados Unidos contra Afganistán, ahora el presidente del imperio más sanguinario de la historia lo confiesa: “Nuestra misión nunca fue crear la democracia”.
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Afganistán en los últimos 50 años ha sido escenario de guerras, masacres, disturbios, violencia y abandono internacional.
La prensa hegemónica occidental parece no tener respuesta a la toma de Kabul, la capital de Afganistán, por las fuerzas rebeldes, ni a la huida del presidente Ashraf Ghani junto al embajador de Estados Unidos, mientras los dirigentes del integrismo sunita triunfante, se instalaron en el palacio presidencial y proclamaron el califato islámico.
Ante la lluvia de críticas de propios y opositores, interrumpió sus vacaciones para justificar la brusca salida de Afganistán y explicar que su país había hecho todo para que la guerra fuera exitosa.
En el imaginario colectivo, un escape en helicóptero es sinónimo de la evacuación de Saigón, en 1975. Es decir, es sinónimo de fracaso militar.
Ya son diez las capitales regionales tomadas por el Talibán, nueve en los últimos cinco días y nada hace pensar que las operaciones lanzadas por los rigoristas el pasado primero de mayo se puedan detener.
Médicos Sin Fronteras denuncia que los enfrentamientos están impidiendo el acceso a la atención médica en los lugares donde los combates están siendo más intensos.
Desde el inició de la ofensiva talibán unas 400 mil personas han debido huir de sus casas, por temor a las detenciones y ejecuciones sumarias.
La situación afgana mantiene en vilo a las grandes potencias mundiales, ya que la retirada norteamericana, deja un extenso espacio geográfico y político para que los talibanes, decidan su ruta tras la victoria.
Los talibanes, tras la retirada norteamericana, han decidido desbloquear la mesa de negociaciones de Doha (Catar), que si bien nunca se interrumpieron formalmente, se mantuvieron estancadas durante meses.