«No hay un modelo… Cada país va a encontrar una salida del neoliberalismo adecuada a sus circunstancias, a las características fundamentales de su economía, al grado de organización de las fuerzas de campo popular, a las posibilidades que abre una determinada correlación de fuerzas entre la derecha y la izquierda, a la intensidad de la presión del imperialismo y las grandes empresas, a su propia historia», afirma el sociólogo Atilio A. Boron.
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El proceso de movilización social que ha sorprendido y esperanzado a miles, presenta singularidades que lo hacen particular, entre ellas una de aún subestimada relevancia. Es la aparición de un personaje tan conmovedor como significativo, que hoy se yergue indiscutiblemente como un ícono y representación de líder popular, como nunca antes se vió. Es el amado Negro Matapacos.
Su música y sus letras son banda de sonido de la calle, casi resulta imposible imaginar una marcha feminista sin escuchar de fondo su tema «Antipatriarca». Sabe combinar la rabia y el baile, el compromiso político con la investigación artística. Ana Tijoux nació en Chile, es hija del exilio y el año pasado, cuando el estallido social tomaba las plazas del país, vivió como un segundo exilio haber dejado la cordillera para partir hacia Europa. Sin embargo usó la extranjería como tribuna, no dejó de componer canciones que se entonan en la calle y ya está volviendo a su territorio desde donde habla en esta nota sobre la revuelta, la nueva normalidad, el anticolonialismo y antirracismo, sus nuevas producciones y, por supuesto, el feminismo.
En el marco de un proceso constituyente que estará atravesado por tensiones políticas y sociales, y en un escenario donde la crisis económica prepara nuevos enfrentamientos de clase, se vuelve a plantear con toda su agudeza el problema de la independencia política respecto de los partidos reformistas. La pregunta es si la izquierda revolucionaria podrá confluir con nuevos sectores de trabajadoras y trabajadores, estudiantes y pobladores que hicieron una experiencia en la rebelión de octubre, a partir de un programa anticapitalista y socialista, para que emerja en la escena nacional una nueva fuerza política de la izquierda revolucionaria y de la clase trabajadora, independiente de las distintas variantes reformistas, ya sea del Frente Amplio o del Partido Comunista.
Desde el comienzo del estallido, los manifestantes chilenos fijaron como un objetivo los monumentos a militares y conquistadores. En cambio, erigieron sus propias figuras, entre ellas la de un perro negro que en las marchas de 2011 le ladraba a la policía. La periodista chilena Consuelo Ferrer aborda en este artículo las reescrituras de la historia puestas de manifiesto en las movilizaciones, la crisis como oportunidad para la búsqueda de un sentir colectivo perdido, y la necesidad de imágenes que representen el desamparo.
La pandemia causada por el coronavirus ha afectado, en menor o mayor medida, a todos los países del orbe. Ni siquiera las naciones de primer mundo han quedado exentas de los severos problemas que se generaron a raíz de la emergencia sanitaria. En Chile, como en muchos otros casos, las repercusiones fueron más allá del sistema de salud y evidenciaron, de nueva cuenta, la marcada desigualdad económica de la sociedad chilena.
Sólo idiotas -que a veces abundan en política- podrían ignorar que se aproxima un reventón social. La acumulación histórica de injusticias y abusos, exacerbada ahora por el desplome de la institucionalidad neoliberal y la implosión de la pobreza y desigualdad, se ha convertido en una bomba social cuya espoleta es la desesperación.
También en Chile la escuálida respuesta del gobierno ante la debacle económica obliga a la población más vulnerada a levantar ollas comunes para poder comer. Los movimientos sociales piden como mínimo una renta básica de emergencia, mientras los contagios por covid-19 están fuera de control.
Somos muchos y muchas, tantos y tantas en pensar que este sistema no da para más. Pero cabe constatar que nuestras voces, pensamientos y prácticas sociales y políticas están dispersas, compartimentadas, fragmentadas y por lo mismo debilitadas. Tanto es así que hay veces en que dudamos de nuestra fuerza, y otras en que sucumbimos a una cierta desesperación y, por lo mismo, a la frustración y a la impotencia.