Las revelaciones de Wikileaks sobre los cables de la diplomacia estadunidense han tenido un explosivo efecto desmoralizador en el seno de la elite dominante de Estados Unidos, que mal podrá disminuir su inarticulada e histérica política de control de daños y su empeño enfermizo en tomar represalias contra Julian Assange. No obstante la discusión sobre […]
Las revelaciones de Wikileaks sobre los cables de la diplomacia estadunidense han tenido un explosivo efecto desmoralizador en el seno de la elite dominante de Estados Unidos, que mal podrá disminuir su inarticulada e histérica política de control de daños y su empeño enfermizo en tomar represalias contra Julian Assange. No obstante la discusión sobre las motivaciones del vocero de Wikileaks y sus colaboradores, lo cierto es que ya el impacto ocasionado por la filtración a la imagen pública del decadente imperio es muy grave y podría llegar a ser peor pues quedan muchos telegramas por conocer. En todo caso, aún es temprano para realizar una evaluación en profundidad de la real magnitud del daño sufrido por la credibilidad imperial y por sus redes de espionaje y difusión del pensamiento único. Como también es cierto que un divulgador de pruebas irrefutables de la cruel política imperialista a escala mundial merece solidaridad, sobre todo si, como ocurre con Assange, es reprimido y amenazado con saña.
Las filtraciones han demostrado y reiterado en voz de sus propios protagonistas el carácter injerencista, agresivo y tendente a someter a los gobiernos del mundo a los intereses y concepciones de Estados Unidos. Es notorio el caso de América Latina, a la que el gobierno de Obama prometió una nueva política y en resumidas cuentas ha seguido considerando a nuestra región el mismo patio trasero denunciado y documentado sucesivamente por nuestros próceres así como los historiadores latinoamericanos y estadunidenses serios a partir del siglo XIX, desde las luminosas previsiones de Simón Bolívar y las asombrosas anticipaciones de José Martí pasando por las vibrantes, agudas y sólidamente argumentadas acusaciones de José Carlos Mariátegui, Julio Antonio Mella, Pedro Albizu Campos, Juan Bosh, Gastón García Cantú, Gregorio Selser, C. Wright Mills, Leo Huberman y Paul Sweezy, Howard Zinn, Noam Chomsky, Che Guevara, Fidel Castro, y más recientemente líderes como Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa.
Las revelaciones de Wikileaks demuestran la falsa y fantasiosa visión de los hechos ofrecida por los voceros tarifados del imperio. Quienes realizan el perverso y cada vez más risible ejercicio de encasquetar la realidad al dogma del mercado califican de fanáticos a los intelectuales y periodistas apegados a una visión científica de lo social y a los intereses nacionales y populares. Según ellos culpamos a Estados Unidos de todos los males sin reparar en los aspectos «positivos», que, sinceramente no alcanzamos a apreciar en la inmensa mayoría de las actitudes y «doctrinas» de Estados Unidos hacia nuestra América desde su nacimiento como república esclavista independiente.
En los cables develados queda expuesto con toda exactitud el rigor de las afirmaciones de Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua sobre la política de agresión y desestabilización de Washington contra sus gobiernos constitucionalmente establecidos. Los intentos de realizar revoluciones de colores en Venezuela y Cuba, el persistente acoso, descalificación y conspiración contra los integrantes de la Alba y sus amigos que acertadamente adscriben a lo que llaman «bolivarianismo» aunque lo hagan con cínico desprecio. En el fondo manifiestan así su pánico y fobia zoológica a la independencia, la autodeterminación, la unidad e integración de los pueblos latinoamericanos.
Dentro de la lluvia de información proporcionada por Wikileaks llama la atención cómo evalúa a la «oposición» en Cuba Jonathan Farr, el mismísimo jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Pareciera por momentos una copia de las denuncias que sobre el carácter mercenario de estos grupúsculos y personajes han realizado en las últimas décadas los periodistas y dirigentes cubanos. Dice de ellos mister Farr: Vemos muy pequeña evidencia de que las principales organizaciones disidentes tengan mucha resonancia entre los cubanos ordinarios. Si no cambia, el movimiento disidente tradicional no está en capacidad de sustituir al gobierno cubano… A pesar de su aseveración de que están apoyados por miles de cubanos, encuestas informales que hemos realizado …muestran que no conocen a las personalidades disidentes o sus agendas. El mayor esfuerzo(de los disidentes) está dirigido a obtener recursos para el día a día de los principales organizadores y sus colaboradores… Los disidentes obtienen «muchos de los recursos de los grupos de exiliados…» Money is money.