Los trabajadores de la fábrica textil advirtieron sobre las fisuras en el edificio. Algunas eran de hasta 3 metros de largo por 30 centímetros de ancho. A pesar de que una autoridad del distrito ordenara el cierre del local, los patrones textiles obligaron a los trabajadores a acudir, amenazándolos con quitarles el sueldo. A las […]
Los trabajadores de la fábrica textil advirtieron sobre las fisuras en el edificio. Algunas eran de hasta 3 metros de largo por 30 centímetros de ancho. A pesar de que una autoridad del distrito ordenara el cierre del local, los patrones textiles obligaron a los trabajadores a acudir, amenazándolos con quitarles el sueldo.
A las 8 de la mañana, ingresaban en un inmueble en Daca (capital de Bangladesh) alrededor de 3000 personas que trabajaban para las 5 fábricas ubicadas en el recinto y que confeccionaban ropa de Gap, Benetton, Primark, etcétera. El 80% de las empleadas eran mujeres de entre 18 y 20 años. La gran mayoría trabajaba 15 horas al día y ganaba 22 céntimos de dólar la hora: a nivel mundial, galardón al salario más miserable en este sector. A los 30 años, estas trabajadoras son despedidas -se entiende que están tan desgastadas que se vuelven inservibles para la carga de trabajo que tienen que asumir.
Eran las 9 de la mañana y el edificio se derrumbaba con cientos de personas entre sus muros. Más de la mitad de los 1500 que han sobrevivido están mutilados. Se han hallado más de 400 cadáveres y aún quedan mil desaparecidos.
La globalización nos muestra que las grandes empresas deslocalizan parte de su producción para maximizar sus beneficios, a la vez que incrementan la explotación de los trabajadores. Se ejerce una traslación de los países ricos hacia los pobres, pues estos últimos no solo presentan salarios más bajos, sino también leyes más flexibles y restrictivas con los sindicatos. Todo ello conduce a que existan quienes pueden consumir más bienes a un menor precio, pero sin saber que esa chaqueta Zara que cuesta 24 dólares fue elaborada por una persona que percibió 8 céntimos de dólar en Guatemala. Y esto, aunque parezca espeluznante, no es la excepción, es la regla.
Perú es uno de esos países en vías de desarrollo, a donde acuden estas transnacionales de la industria textil. Las condiciones laborales son similares a las de los bangladeshíes, solo que el salario es «sustancialmente» mejor: aproximadamente un dólar la hora.
En marzo, grandes marcas como Nike y Forty Seven enviaron una carta al Gobierno pidiéndole que derogara el Decreto Ley 22342, porque atentaba contra los derechos laborales de los trabajadores. Según esta ley que tiene más de 3 décadas, los trabajadores textiles no tienen derecho a contrato fijo, por lo que se pasan empalmando contratos mensuales o trimestrales, con la precariedad que esto conlleva.
Las subcontratas o proveedores locales pusieron el grito en el cielo y rechazaron la intromisión de estas grandes empresas (empresas que son los verdugos, no me malentiendan. Lo que sucede es que en este caso se habían puesto el disfraz de Papá Noel) en los asuntos nacionales. El Gobierno, como siempre, «cric, cric, cric, cric».
Y así es como seguimos siendo carne de cañón para la implantación de maquiladoras donde se explotan a los trabajadores; y un nido cómodo para empresas que despiden a sus empleados por sindicalizarse -tal como hizo en diciembre Topy Top. La situación en Bangladesh es aterradora, pero nunca pensemos que en casa no se cuecen habas.
Fuente: http://diario16.pe/columnista/17/francesca-emanuele/2502/trabajadores-textiles