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Perú

Mensaje presidencial, ni a tirios ni a troyanos

Fuentes: Rebelión

La historia nos recuerda que los Tirios eran un pueblo fenicio enfrentado comercialmente a los Troyanos. Ambos, competían duramente por el monopolio comercial en las aguas del Mar Mediterráneo. Y por eso, fueron tomados como la expresión de definidas rivalidades y como el símbolo de intereses opuestos. Nosotros, tomando la frase como referencia, podríamos decir […]


La historia nos recuerda que los Tirios eran un pueblo fenicio enfrentado comercialmente a los Troyanos. Ambos, competían duramente por el monopolio comercial en las aguas del Mar Mediterráneo. Y por eso, fueron tomados como la expresión de definidas rivalidades y como el símbolo de intereses opuestos.

Nosotros, tomando la frase como referencia, podríamos decir hoy que ni Tirios ni Troyanos estuvieron satisfechos con el Mensaje del Presidente Humala el pasado 28 de julio con motivo de las Fiestas Patrias. Sería una manera de significar que las dos principales vertientes del escenario nacional, sintieron defraudadas sus expectativas.

En verdad, el Presidente dijo poco, y calló mucho. Sobre todo omitió lo que debía ser la sustancia de un texto dirigido a los peruanos en una coyuntura compleja, cuando el país, anonadado, descubre -una tras otra- distintas triquiñuelas del Poder, engendradas en el pasado pero que hoy asoman como las múltiples cabezas de una hidra mitológica echando fuego por todas partes.

Por eso bien podríamos hablar de un mensaje «sin carne», es decir, sin esencia: apático, apolítico, formal, burocrático, casi estadístico, que ocultó mucho más que lo que mostró, y que servirá poco cuando se procure hacer un balance de la gestión gubernativa del Presidente Humala.

Dos aspectos significativos tuvo, sin embargo, el mensaje: la atención preferente a los temas de la educación, y la preocupación por el área de la salud que agobia a los peruanos. El resto -seguridad ciudadana, corrupción, desgobierno, Mafias al acecho- fue apenas un prolongado y ostentoso silencio que refleja opacidad en una administración incoherente y sin brillo.

Interesarse por la educación y la salud constituye, por cierto, un buen síntoma. Pero eso, es más que aumentar presupuestos y estimado de gastos. Implica una política que «no se siente» en un escenario en el que el Magisterio en su conjunto sigue olvidado, jugando el triste papel de convidado de piedra; y en el que los servidores de los servicios médicos y asistenciales carecen de las más elementales garantías.

Cuando al inicio de la gestión gubernativa se puso a Patricia Salas al frente de la política educativa, se pensó que podría diseñarse un perfil más preciso en beneficio de los peruanos; pero, objetivamente, esa gestión fracasó más por la inercia de sus impulsores que por la falta de interés público.

Los conductores de la educación no fueron, objetivamente, capaces de despertar la conciencia ciudadana ni ganar siquiera a un sector calificado de docentes para diseñar, en los hechos, una nueva política educativa. Dieron la espalda a la comunidad educativa, enredados como estaban en proyectos y debates de orden teórico y aún especulativo.

El cambio del titular del ramo -luego de algo más de dos años de infructuosos esfuerzos- no trajo novedades significativas. Ni los planes se llevaron a la práctica, ni las metas se cumplieron. El país siguió el mismo derrotero con los mismos infortunios: analfabetismo pasmado, desnutrición infantil, insuficiencia académica, paupérrimo nivel pedagógico por parte de los docentes. En suma, marasmo y apatía, que desdibujaron cualquier empeño orientado a alterar el escenario heredado.

Algo similar podría decirse en materia de salud. Nada de lo construido hasta hoy sirvió para mostrar un nuevo rumbo en el sector. Ni el MINSA ni la Seguridad Social, dieron pasos significativos en beneficio del usuario y, antes bien, la atención al público se vio deteriorada por la insensibilidad de los llamados a alentar los cambios. Hoy, los conflictos sociales que comprometen a médicos, enfermeras y otros; muestran una llaga abierta que a las autoridades importa muy levemente.

Incrementar presupuestos, en ese escenario; resulta poco significativo sobre todo si eso no parte de un nuevo mensaje realmente participativo, e inclusivo; ni de una convocatoria abierta y amplia para que los actores del drama -en uno y otro campo- se «compren el pleito» y se muestren dispuestos a dar una batalla verdadera. Nada indica que se promueva eso.

Por lo demás, el mensaje presidencial ha sido puesto al servicio de las llamadas «fuerzas productivas» con una muy grave omisión: aquella que indica que en un país como el nuestro, la principal fuerza productiva, son los trabajadores. Objetivamente, para ellos, nada, ni siquiera una legislación laboral acorde con los requerimientos del momento; salvo -eso sí- considerarlos como depositarios de beneficios formales, cuando no de ingresos exiguos o de pensiones famélicas.

Como bien lo anota el congresista Manuel Dammert Egoaguirre, para el Presidente, «alentar la producción» tiene otro significado: implica promover el extractivismo y la inversión extranjera, privatizar la economía, ceder soberanía en provecho del capital foráneo y las grandes empresas transnacionales, privatizar sectores básicos, mantener salarios exiguos y practicar mecanismos de re-centralización ante el fracaso de gobiernos regionales involucrados en distintos signos de corrupción.

Y e ese no es precisamente el camino que procura el pueblo, ni el que el país necesita para afirmar su independencia y su soberanía. Por el contrario. Urge desplegar iniciativas nacionales, fortalecer la participación peruana en la economía, construir la democracia, preservar el medio ambiente, alentar el empleo, incrementar los ingresos de la población para «mover» el marcado, fortalecer genuinamente la descentralización, desplegar iniciativas sociales a mayor escala e impulsar recursos para el desarrollo.

Así no lo entiende, por cierto, ni la CONFIEP ni las otras entidades patronales. Por eso, ellas han optado por plegar sus exigencias para trocarlas por aplausos desganados. Y ése, en buena medida, ha sido el signo distintivo del mensaje de Fiestas Patrias, que ha lucido para el grueso público soso y aburrido.

Más importante que todo eso luce en lo político la ausencia de alusiones al escenario concreto. Para el Presidente Humala parecieran no existir la Mafias que afectan severamente la vida nacional y que se disponen a retomar las riendas del Poder. Ni siquiera funcionan los tinglados siniestros hoy en evidencia; aquellos que -alentados por el APRA y el fujimorismo- sustentan las acciones de López Meneses y Orellana. Tampoco la corrupción que corroe severamente la vida nacional, y las instituciones en los más diversos niveles.

Pareciera que el nuestro es «un país normal» cuando la anormalidad campea, en tanto que naufraga ostentosamente el «modelo» neo liberal que encarna el más poderoso de los ministros, el único que puede darse el lujo de asegurar que inauguró el gobierno y se mantiene en él: el titular del MEF.

Para el ministro Castilla -puesto en ese cargo por el Fondo Monetario y el Banco Mundial al igual que Hurtado Miller bajo la administración Fujimori- la verdad está en los números y en los indicadores formales de la macro economía. Ellos nos aseguran que «el país crece» y que los peruanos debemos estar felices sabiéndolo en cada discurso de Fiestas Patria.

Y para el Presidente Humala, el Perú es una isla que nada tiene que ver con el escenario exterior ni con lo que ocurre en la región. La ausencia de toda alusión a los sucesos de Palestina -que comenzaron con la ofensiva sionista muchos días antes de las Fiestas Patrias-, y el silencio ante los avances que se registran en países hermanos como consecuencia de una política independiente y soberana; bien podría simbolizar otra concesión al Imperio.

Una ratificación de la importancia de la CELAC, una confirmación de los lazos que nos unen vía UNASUR a los países de la región, y un reconocimiento elemental a los gobiernos amigos, aquellos que comparten objetivos enunciados, sería muy bien recibido en el mundo, pero desataría las iras del Imperio y sus serviles de aquí.

Humala, en efecto, pareciera no querer malquistarse, ni con las Mafias internas, ni con el Poder Imperial. En el fondo, ocurre que a ambos les teme. Y eso, es malo. No solamente que no debiera temerles sino -al contrario- ponerlos en evidencia y denunciarlos. Sólo así la ciudadanía se dará cuenta que las tareas del desarrollo deben -además- vencer la resistencia de crueles y voraces enemigos.

En suma, no se puede complacer a tirios y troyanos cuando está de por medio la suerte de millones. Y esos millones no son de dólares -como suponen la CONFIEP y las entidades patronales- sino de peruanos de carne y hueso que tienen demandas concretas, exigencias definidas y aspiraciones legítimas.

A ellas, no se les puede dar la espalda.

Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.