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Son las 20:40 y es noche cerrada. El viento sopla fuerte y se precipita sobre los grandes árboles sin vida adyacentes al techo que forman los árboles de cacao. Todo lo que sobrepasa ese tejado vegetal está abocado a la muerte; el resto se ha convertido en el arca de los tesoros para el cultivador. “En tiempos de mis ancestros, en esta zona había arrozales y un bosque […] Yo he plantado cacao aquí”, afirma Jean-Baptiste, un viejo cultivador guéré.