El triunfo electoral de Donald Trump y su regreso a la presidencia de los Estados Unidos abre un nuevo periodo de reacomodo de fuerzas políticas en la región latinoamericana y caribeña que debe tomarse en consideración por los acontecimientos que pronto comenzarán a revelarse, incluso antes del final del actual gobierno estadounidense pues, como en otro momento se escribió, con Trump las formas se pierden y diluyen para dar paso al rostro nítido del imperialismo desgarbado.
Algunos sectores de la opinión pública parecieron “sorprendidos” por la victoria electoral de Trump pero, la verdad, es que nunca hubo un proceso de contienda competitiva y mucho menos al dimitir Joe Biden a la candidatura presidencial, y esto no debe leerse como una interpretación en menos cabo de Kalama Harris, sino como una expresión de ese poder escenográfico de los medios de comunicación que generan falsas ideas e imágenes del acontecer social, tanto al interior de los Estados Unidos como al resto del mundo. La decadencia del imperialismo estadounidense que hoy se vive era agudizada con la figura de Biden cuya imagen demacrada y discurso sin fuerza demeritaba la idea creada por la propaganda de un imperio aún fuerte y con poder unipolar en el mundo, cosa que a simple vista se desmiente y que con Donald Trump buscará la maquinaria propagandista del imperio reforzar, pues el discurso beligerante que usó contra Harris en la campaña ahora se extenderá, nuevamente, contra los países que sí siguen una línea progresista y/o socialista, como Cuba y Venezuela, en nuestra región. Es decir, el triunfo de Trump no es obra de la democracia, sino del interés imperialista de intentar retomar posiciones de poder perdidas hace tiempo y más con Biden en el poder.
Además, el contexto referido tiene muestras de que el reacomodo de fuerzas políticas inició un nuevo ciclo desde meses atrás, y como ejemplo véanse muchas de las reacciones a las pasadas elecciones presidenciales en Venezuela en donde Nicolás Maduro fue reelecto, generándose por parte del imperialismo y sus lacayos en la región una serie de ataques y supuestos “reclamos democráticos” que sólo dejaron a toda luz el avance de las posiciones conservadoras de la derecha y el neofascismo, pues no sorprendió escuchar a Javier Milei, presidente de Argentina, atacar a Venezuela, ya que de él se sabe su sometimiento al imperialismo y, en especial al sionismo genocida, pero sí dejó mucho que analizar las posiciones de los presidentes de Chile, Brasil y Ecuador, entre otros, siendo que Lula da Silva ya rompió el espectro de la simulación y optó por mostrar sus retrocesos púbicamente en el caso las BRICS, al vetar el ingreso del país bolivariano.
Pero la región no sólo enfrenta conflictos políticos entre naciones, sino que, al interior de algunos países progresistas -o así considerados años atrás-, las disputas políticas rompen la unidad de las fuerzas populares y abren el camino para el avance del neofascismo que ya ha hecho de las suyas con golpes de Estado. Bolivia transita hoy a una confrontación mayor entre las fuerzas que integraran alguna vez un movimiento fuerte y esperanzador como el MAS (Movimiento al Socialismo) y que llevara al Evo Morales al poder, formando parte de la llamada primera ola del progresismo latinoamericano y caribeño a principios de siglo. Esa división interna en Bolivia es significativa del desgate en los movimientos sociales y gobiernos progresistas que, ante sus contradicciones internas y frente a los límites transformadores de la sociedad impuestos por el capitalismo, chocan con las barreras de sus propias interpretaciones políticas, ya que al no superarse la contradicción natural de la acumulación de capital que genera y sostiene al capitalismo se produce una vuelta hacia atrás devastando los avances sociales y desmoralizando al esperanza de cambios profundos y permanentes para los sectores trabajadores y populares. Esta última lección la deben tener muy presente países como México, y más por la vecindad compartida con el imperio.
Es pronto aún, pero no hay duda de que un nuevo periodo geopolítico se vivirá con intensidad en un contexto donde la guerra entre Rusia y Ucrania será finalizada con acuerdos muy pronto entre Trump y Putin, lo que traerá el fin de Volodímir Zelenski, cosa un poco más difícil de esperar para el genocidio sionista de Benjamin Netanyahu en Palestina, debido a la fuerza política-económica del lobby sionista-israelí al interior de los Estados Unidos. Las guerras económicas por el domino de la región entre China y Estados Unidos regresarán con mayor fuerza y generarán aranceles, impuestos y bloqueos mayores, como los existentes contra Cuba y Venezuela, en medio de un discurso racista contra los inmigrantes y anticomunista en el plano político. Las huestes neofascistas sentirán el camino allanado para accionar su violencia contra las izquierdas, y personeros como Milei intensificarán sus formas desbocadas contra la clase obrera, los jubilados y estudiantes argentinos, mientras México deberá perfeccionar -en materia de política internacional- la justa medida entre relación comercial y defensa de la autodeterminación, algo poco fácil ante las garras de un imperio herido de muerte que todavía hace daño a la humanidad.
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